lunes 9  de  septiembre 2024
OPINIÓN

¿Alguien le dijo que su hijo no puede ser un genio?

Un padre no debe obsesionarse con la idea de convertir a su hijo en un genio. Es necesario dosificar el proceso de estímulo cerebral para no generarle una fatiga intelectual
Diario las Américas | EDUARDO MORA BASART
Por EDUARDO MORA BASART

Si le dijera que su hijo recién nacido posee un cerebro con un elevado potencial intelectual, quizás se sorprendería; pero le ofreceré algunos elementos que le permitan entender el proceso de desarrollo intelectual de un niño desde edades tempranas.

La actuales investigaciones neurológicas evidencian avances inusitados; como el dado a conocer en Holanda en los últimos días, donde un hombre tetrapléjico volvió a caminar gracias a un puente digital entre su cerebro y la médula espinal. Súmense, los logros sin precedentes al establecer conexiones entre el cerebro y una máquina (interfaz cerebro – máquina), como reafirmó la revista científica Nature Neuroscience, al publicar un estudio realizado en EEUU, que demuestra la posibilidad de convertir gráficas de escáner cerebral, no sólo en frases completas, sino en textos que reproducían todo lo oído usando un método no invasivo, pues no requiere implantes quirúrgicos.

Las novedades destruyen los neuromitos, así los definió el neurocirujano Alan Crockard (1980), que defendían, entre otras hipótesis, el uso de sólo el 10% de sus capacidades; el efecto Mozart, estableciendo una simbiosis entre escuchar música clásica y el aumento del Coeficiente de Inteligencia (CI); la existencia de diversos estilos de aprendizaje de base sólo racional; la hipótesis de que a mayor tamaño cerebral somos más inteligentes; o los tres primeros años de vida como definitorios del rendimiento intelectual el resto de la vida.

Pero, ¿por qué poseyendo la máquina más avanzada que existe no la desarrollamos a plenitud? ¿por qué limitamos las capacidades ilimitadas del cerebro?

Una máquina maravillosa

El cerebro humano es el órgano más maravilloso de la naturaleza. Supera al resto del reino animal por su funcionamiento sofisticado, al sintetizar múltiples funciones cognitivas como el uso del lenguaje (a través de complejos sistemas de comunicación), por su capacidad para procesar y preservar información en la memoria, gestionar diferentes estadios afectivos, resolver problemas e investigar. Estas capacidades demandan una gran energía; por eso, un niño, en el momento del nacimiento, consume un 60% del total de oxígeno del cuerpo y, en la adultez, del 18 al 20%.

Jo Boaler, neuropedagoga de la Universidad de Stanford, defiende que el 95% de los seres humanos está fisiológicamente dotado para culminar estudios universitarios, si somos expuestos desde el nacimiento a un aprendizaje creativo, mensajes inspiradores y una enseñanza innovadora.

Pero sin un potente cableado entre neuronas (sinapsis) que optimice el rendimiento cerebral, será imposible lograr grandes avances; y, si bien es cierto que el 30% de ese rendimiento tiene una base genética, el entorno aporta entre un 40 y 70%; por tanto, según asevera el psiquiatra Frederick Goodwin, quien fuera Director del Centro de Neurociencias de la Universidad George Washington, se puede elevar en un 20% el Coeficiente Intelectual (CI) de un individuo.

El CI no es fijo. La neuroplasticidad (flexibilidad cerebral para organizarse y responder a las exigencias ambientales) puede modificarlo en el tiempo; teniendo como principales aliados las condiciones físicas y psicológicas: la integridad física, la personalidad, el estado mental o emocional; exigiendo una estimulación individual o temprana del cerebro en las dimensiones acústica, visual, táctil y motriz durante el proceso de aprendizaje.

Podemos concluir, que activar las potencialidades genéticas del cerebro dependen de las condiciones medioambientales a que se exponga; por tanto, si bien es cierto que los genes son la base del desarrollo cerebral, el medio condiciona el proceso de interconexión de las redes de circuitos neuronales (conexiones sinápticas ordenadas) que definirán el futuro aprendizaje, la conducta y hasta el estado de salud.

Acelerones cerebrales

La arquitectura del cerebro se comienza a definir desde la etapa prenatal. En la medida que evitemos eventos traumáticos y activemos en el niño la alerta máxima del sistema biológico de respuesta al estrés, disminuiremos el riesgo a padecer trastornos mentales y físicos.

El primer acelerón cerebral ocurre en la etapa de gestación. De las 14 a las 26 semanas de embarazo los neuroblastos se transforman en neuronas (alrededor de 1 billón al nacer); compuestas por un núcleo donde está el ADN, y ramificaciones (dendritas) que reciben los impulsos nerviosos, transmitidos a otras neuronas mediante el axón y el punto de contacto entre neuronas (sinapsis).

Es curioso que en los espacios intersinápticos no existe transmisión de corriente y la comunicación se establece mediante sustancias químicas, como la serotonina y la dopamina, denominadas neurotransmisores.

Existe un segundo acelerón cerebral desde las diez semanas a los dos años de vida. En él se expanden las células cerebrales mediante interconexiones cubiertas de una sustancia llamada mielina (es como el aislante de un cable eléctrico) que hace más fuertes a las neuronas y, justo a partir de los 3 años de vida, se activa la poda sináptica, reorganizando el cerebro, potenciando las conexiones usadas y eliminando aquellas que no lo son (el proceso se acentúa alrededor de los 10 años de vida).

Durante el período del nacimiento a los 6 años de vida debemos garantizar que el recién nacido transite con las menores huellas psicológicas nocivas; en procesos trascendentes como el destete, el aprendizaje del control de esfínter, el inicio del razonamiento intuitivo (a los 3 años), la ubicación espacio – tiempo o durante el desarrollo y desempeño físico en la etapa preescolar. Es vital, entre otros aspectos, porque en el período desarrollamos la seguridad en uno mismo y en el mundo que nos rodea, aparece el lenguaje, se sientan las bases para el modo en que aprendemos, la capacidad de solución de problemas y para la toma de decisiones.

Debemos lograr en el niño una eficaz flexibilidad cognitiva (capacidad para la búsqueda de soluciones) y el mayor desarrollo del sistema ejecutivo (memoria y atención); dotándolo de una óptima capacidad para planificar acciones, controlar la impulsividad y adaptarse, flexiblemente, a los cambios; en caso contrario, potenciaremos un efecto definido como rigidez cognitiva que es muy común en trastornos neurológicos como el Trastorno del Espectro el Autista (TEA), el Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) o el Trastorno Depresivo.

La flexibilidad cognitiva es medible (Prueba de Clasificación de Wisconsin, por ejemplo) y moldeable, a través de métodos como las terapias de conducta: eficaces en los cambios de comportamiento y el modo de pensar.

De la crianza al cultivo

El cultivo de un niño (prefiero el término al de criar) es la más compleja de las tareas. Cuando nace está acompañado de un gran don: la corteza cerebral; una capa de sustancia gris que cubre los dos hemisferios del cerebro (derecho e izquierdo); siendo, a su vez, portador de potencialidades que lo pueden elevar a la condición de genio o frisarla, en dependencia del ambiente que se cree para hacer fructificar esas potencialidades, sintetizadas por el neurólogo, Chris Frith, autor del libro “Descubriendo el poder de la mente”, como “un mapa de signos sobre posibilidades futuras”.

De ese modo, sentamos las bases para maximizar el poder del cerebro como ente rector de los movimientos físicos y mentales del individuo; que pueden subdividirse en automáticos (latidos del corazón, movimientos de la sangre, contracciones del intestino, etc.) y los voluntarios, regidos por el cerebro sensorial y motor, entre cuyo intervalo de respuesta se consolida la libertad humana.

Un padre no debe obsesionarse con la idea de convertir a su hijo en un genio. Es necesario dosificar el proceso de estímulo cerebral para no generarle una fatiga intelectual; siendo fundamental realizar acciones que funcionen como estímulos adecuados en el desarrollo de sus potencialidades, adaptándonos a las condiciones de su sistema perceptivo y estableciendo una cadena que conecte con las adquisiciones previas.

Nunca olvide que, con sólo crear alrededor del niño un ambiente de bienestar físico y emocional, desarrollará sus capacidades a plenitud. Pongamos un ejemplo práctico: a un niño con algún trastorno de los tipificados por la Biblia de los trastornos mentales (DSM -5) usted lo expone a un cambio de ambiente alejado de las críticas, en que le permita adquirir mecanismos de autoregulación conductual, y percibirá una mejoría inmediata.

El proceso de formación de un individuo implica guiarlo en la búsqueda de la realización personal, pero sin matar la creatividad y, donde los objetivos a corto plazo, son sólo pequeños estancos que, a la postre, pueden no definir el futuro intelectual de su hijo; por tanto, aprender a leer a los 48 meses o realizar operaciones matemáticas anticipándose a los niños de su edad, no necesariamente es sinónimo de grandeza intelectual.

Nunca olvide que las cargas intelectuales deben graduarse según la edad y hasta la propia idiosincrasia. Sin obviar que el cerebro, no solo de los seres humanos sino de cualquier animal aunque sea muy rudimentario, está programado desde el nacimiento para reaccionar a las recompensas y castigos (dualidad placer – dolor) en interconexión con los sistemas cognitivo y emocional.

Inteligencia: De la herencia al aprendizaje

Definir la inteligencia es difícil. Si analizamos grosso modo: ¿qué es la inteligencia?, podríamos resumirla como la capacidad para adaptarse a un medio y sobrevivir en él con pleno bienestar. Existiendo consenso en que posee una base genética, pero se construye durante la vida y es establecida por un grupo de procesos cognitivos complejos.

No nacemos inteligentes. Solo se está dotado de condiciones físicas y genéticas para ser inteligentes. La inteligencia es un proceso de construcción y, según los estudios recientes, no existe una forma única de inteligencia; el modelo clásico de inteligencia de base lógica, racional y analítica fue superado por pensadores como el profesor de la universidad de Harvard, Howard Gardner (teoría de las Inteligencias Múltiples), o por dimensiones como la inteligencia emocional, intrapersonal, creativa y colaborativa. Por eso, no se asombre si tuvo un compañero de clases que no sobresalía por tener buenas notas o, en efecto, sus notas eran malas y hoy destaca como un gran músico, político o deportista; obedece a la subvaloración de su dimensión intelectual por la rigidez de los actuales modelos educativos vigentes: esperemos que los actuales paradigmas neuropedagógicos puedan pronto dominar el espectro docente.

Los más actualizados estudios científicos, señalan, que existe una sobrevaloración de la inteligencia en el proceso adaptativo de los seres humanos al medio, llegando a considerar más importante valores como la compresión, la compasión, la honestidad o la ternura.

La educación como ciencia exacta

Debemos partir de un criterio: educar no es una ciencia exacta. Cada individuo es un mundo en sí mismo. No obstante, si buscara una aproximación a reglas básicas de las relaciones entre padres e hijo, extrapolable a maestros y alumnos, apelaría a una definición sintética del psicólogo español Rafael Guerrero, donde alude a principios fundamentales emanados de una vinculación sana y equilibrada con el niño.

Él aduce aspectos como el equilibrio entre protección y autonomía; sensibilidad y empatía; la capacidad para mostrar a nuestro hijo las emociones; de transmitirle siempre calma; estar para él disponible y accesible; poseer la capacidad de diferenciar entre sus emociones y conductas; hacerse cargo de su mundo emocional; poseer el poder del “todavía”; aplicar la ley del silencio; y siempre estar prestos a brindarle una mirada incondicional.

La comunicación, entendimiento y acción son la base de cualquier proceso educativo. Durante la niñez temprana su hijo necesita presencia e interacción en el proceso de autoconocimiento y satisfacción personal. Desde esa primera etapa hasta el inicio de la adolescencia, los padres en la casa y los maestros en la escuela, serán no sólo quienes moldeen su cerebro, sino también los modelos que regirán su vida, impactando en la inteligencia social del niño que, al decir de Howard Gardner, es fundamental para sobrevivir y alcanzar el éxito en la vida.

Las relaciones entre padres e hijos deben adquirir una dimensión recíproca o desarrollarse en ambas direcciones; evitando, en todo momento, la aparición en el niño de estrés crónico, asociado, en ocasiones, a la inducción de trastornos neurológicos.

El aprendizaje activo como base del desarrollo neuroeducativo

La formación de un niño puede resumirse en tres variables: familia, escuela y el resto de las personas integradas en sus diversos ambientes. Si alguno de estos componentes es disfuncional será nocivo; aunque los dos primeros poseen el peso fundamental.

El aprendizaje activo centra los más avanzados modelos de manejo conductual y enseñanza casa - escuela. Siendo el desarrollo de la capacidad de atención (aunque prefiero el término concentración) uno de los ejes para un buen desarrollo neurológico del niño.

Se debe ser cuidadosos en el proceso educativo para no desarrollar en él conductas inducidas o un déficit de rendimiento por esa causa, que pueden llegar a niveles de indefensión aprendida (enfrentar con pasividad los retos de la vida) como subraya el psicólogo de la Universidad de Pensilvania Martin Seligman.

La capacidad analítica de su hijo es inconmensurable. Piense que el cerebro humano capta un aproximado de 40,000 estímulos por segundo. Ellos son filtrados por la memoria de trabajo del cerebro (aún memoria a corto plazo) y si puede conectarlos con la información ya existente lo archiva en la memoria a largo plazo.

Si me pidiera sintetizar algunas ideas expuestas en este trabajo aludiría:

  • El desarrollo del cerebro depende de la interacción entre los genes y el medio ambiente.
  • Si comenzamos a desarrollar en el niño una correcta estimulación temprana potenciaremos sus capacidades con eficacia.
  • El cerebro no avanza de modo lineal, debiendo evitarle al niño eventos de estrés; piense, por ejemplo, que un ambiente de amor y seguridad fortalecerá el desarrollo de las neuronas, entre ellas, las fusiformes (cuatriplican el tamaño de las demás y transmiten pensamiento y sentimientos de forma rápida) o, desde los 3 años, de las neuronas espejo (responsables de los procesos empáticos en el ser humano).

Usted sentará bases sólidas para lograr la excelencia en el desenvolvimiento social de su hijo, en la medida que estimule el desarrollo de habilidades como la capacidad para almacenar información, el pensamiento lógico – matemático, de análisis y síntesis, de planeación, su pensamiento abstracto, la capacidad para reconocer estrategias útiles en la solución de problemas de manera rápida y eficaz, etc.

Si desea adentrarse en las técnicas de estimulación cerebral (será objeto de un próximo comentario) consulte a un especialista o la literatura científica sobre el tema.

Nunca olvide que, si su niño no recibe la adecuada estimulación cerebral desde fases tempranas, poseerá limitaciones para aprender, pues el desarrollo intelectual dependerá, en gran medida, de la cantidad y calidad de ella.

*Eduardo Mora Basart es profesor y Máster en Prevención e Intervención Psicológica en Problemas de Conducta en la Escuela con especialidad en Terapia Cognitiva Conductual por la Universidad Internacional de Valencia, España (2022).

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