El informe final sobre la Trama Rusa del Fiscal Especial John Durham acaba de sepultar un mito de poder de la administración Biden y a la agencia que produjo la difundida especie mediática de que Donald Trump llegó a la Presidencia de los EEUU gracias a injerencia y manipulación informática rusa de las Elecciones 2016: la Oficina Federal de Investigaciones, mejor conocida por el acrónimo FBI.
Si la Industria Cultural de Theodor Adorno produjo efectivamente una “cultura de masas” en los EEUU del siglo XX, su expresión epitómica fue sin lugar a dudas Eliot Ness, el agente federal de la Prohibición tornado por los tabloides americanos en el personaje arquetípico de una justicia imaginada como virtud del estado. La idealización literaria de Ness afirmó en el imaginario social dos cualidades estructurantes y legitimadoras del aparato de seguridad federal que probablemente no sobrevivan a Durham: Profesionalismo e incorruptibilidad.
Y es que el mito de Ness se convirtió en el contrapunto a la crítica percepción pública de la agencia federal que funcionó medio siglo bajo John Edgar Hoover (1923-1972). El mito de “intocables” ayudó al FBI a sobrevivir al desprestigio y el estigma labrados por el desdén por las garantías constitucionales y el sistema garantista de su director vitalicio.
Después del papel sombrío del FBI durante McCarthy, Vietnam y Kennedy, la Industria Cultural de segunda mitad del siglo XX – que había migrado su soporte de los diarios a la televisión – reforzó el mito moral de “intocables” con nuevas narrativas que, sin dejar de apuntar al FBI como una agencia atrapada entre la politización y el sesgo, explotaban las credenciales y la ética profesional de personajes como Clarice Starling (Silence of the Lambs, 1991, Hannibal, 2001), o Fox Mulder (The X Files, 1993-2008).
El reporte Durham perforó un siglo de mitología federal cultivado por el aparato de la literatura amarillista que fundase un magnate húngaro interventor de la política de nombre Joseph Pulitzer. La simetría biográfica y metodológica de Pulitzer con la de otro oscuro magnate del presente – George Soros – es imposible de no apuntar.
Pero no es el primer fallo adverso sobre una investigación promovida contra toda sensatez por el FBI. Ya en 2019 las conclusiones sobre la Trama Rusa de otro reputado fiscal, Robert Muller, dictaminaron “insustancial” la intención de vincular a Trump con las acusaciones de un abogado y un informático de la campaña de Hilary Clinton, que el FBI elevó al rango de “informes de inteligencia” y la NBC y el Washington Post propalaron cual verdad.
Y en virtud de aquello alguien preguntará: ¿Cuánto Durham podría afectar a la imagen de una agencia federal que sobrevivió a su propia mitología negra, incluso después de que en 1950 el presidente Truman la comparara con la Gestapo? ¿Qué tanto daño podría hacer éste reporte al mito del FBI que prevaleció sobre la memoria de su rol instrumental para la persecución política macarthista, la deportación de Charles Chaplin por comunista, la caracterización de Albert Einstein cual espía soviético y la represión al activismo contra la guerra de Vietnam?
La respuesta es daño total. Muller sentenció que la investigación no pudo probar el involucramiento del presidente Trump, pero Durham evacuó un fallo sobre las prácticas del FBI. Muller falló sobre lo insustancial de la Trama Rusa y Durham sobre la manera viciosa y políticamente intencionada en que el FBI realizó su trabajo.
El efecto es más devastador para el mito que para la agencia misma.
Si tuviera que resumir el informe de 306 páginas en un par de ideas, escogería “actitud parcial y falta de rigor analítico del FBI”, uso de “inteligencia cruda” e involucramiento emocional o ideológico de la agencia que “descartó o ignoró deliberadamente información exculpatoria” que favorecía al sospechado expresidente y actual candidato republicano Donald Trump.
Al menos en el imaginario social de los estadounidenses el FBI sufrió una regresión a la edad de J. Edgar Hoover. Durham es la autopsia gráfica de cómo la imagen idílica de los agentes federales Mulder y Scully y la leyenda de Clarice Starling fueron destrozadas por los herederos de Hoover con una alevosía propia del mismo Dr. Hannibal Lecter.
Y si el informe Durham no hubiese bastado para sepultar el mito de Elliot Ness, ayer, el testimonio en el Congreso de tres agentes del FBI sobre el inverosímil nivel de corrupción e improbidad de su liderazgo reciente fue el decreto final de divorcio entre el mito de Hollywood y la horrenda realidad que mora en Quantico.
Pero esa es otra historia, aún por ser contada.