jueves 6  de  febrero 2025
OPINIÓN

El castrismo y los lujos

Vivencias que toman forma de relatos y conducen a la reflexión

Diario las Américas | CAMILO LORET DE MOLA
Por CAMILO LORET DE MOLA

Una sola palabra basta para desenmascarar la falsa humildad de los dictadores cubanos: Rolex.

Desde los inicios, los representantes del castrismo no han logrado prescindir de la relojería suiza más famosa del mundo, traicionando su performance de aparente sencillez al exhibirlos en sus muñecas junto con sus uniformes baratos y sus desgastadas botas militares.

El propio Fidel Castro cargaba dos Rolex a la vez en su mano izquierda. Así aparece en las imágenes de sus primeros contactos con los soviéticos o en los testimonios de sus apariciones públicas en la Cuba de los años 60. Hace muy poco una foto de Fidel, Rolex mediante, tuvo que ser retirada de la vidriera de una joyería suiza por las protestas que generó entre cubanos indignados.

El Rolex del Che Guevara fue inmortalizado en la instantánea tomada por Henri Cartier -Bresson durante su paso por la Habana: en la foto realizada por el francés, quien es considerado el padre de reportaje gráfico a nivel mundial, aparece el risueño guerrillero luciendo el hermoso y brillante GMT con que fuera luego asesinado en Bolivia, donde por cierto, le ocuparon otro Rolex en el bolsillo de su camisa y al desenterrar uno de sus alijos en la selva de Santa Cruz también encontraron más de los relojes que le obsesionaban.

Los miembros de la fracasada guerrilla Harry “Pombo” Villegas y Leonardo “Urbano” Tamayo cuentan con detalles en sus memorias cómo antes de partir a Bolivia fueron citados a la oficina de Fidel quien les encomendó cuidar mucho al Che y a cambio les regaló un Rolex a cada uno. No cumplieron la misión, pero tampoco devolvieron los relojes al regresar a la isla después de su larga fuga a través de Chile.

En los años ochenta era común distinguir a los “segurosos” por el uniforme no oficial que los agentes corruptos del ministerio del interior exhibían, incluidos jeans Levi Strauss, lentes Ray Ban y por supuesto, Rolex. Incluso el “canto a mí mismo” de los libros del escritor Norberto Fuentes y sus jugueteos con generales y dirigentes caídos en desgracia es la crónica de un eterno devenir de un Rolex a otro.

En Miami, cuando la prensa le tocó la puerta a Ana Margarita Martínez para informarle que su esposo Juan Pablo Roque era en realidad un espía cubano que se había escapado a la isla sin siquiera despedirse, a la asombrada mujer le parecía imposible que aquel hombre que vivía obsesionado con su Rolex comprado a plazos, fuera un simulador del amor. Años después en una entrevista desde Cuba, un Roque frustrado, abandonado y olvidado, ofrecía como último recurso para sobrevivir, vender el Oyster Perpetual Master Dos que nunca terminó de pagar.

Los cubanos de a pie también se obsesionaron con tener uno de esos relojes y llegó a ser un símbolo del éxito de cantantes, negociantes y actores. En los 90 un jocoso Carlos Otero en uno de sus programas de televisión preguntaba a los integrantes de la orquesta del momento si ya habían ido a ver al Kelly, haciendo referencia a un experto y uno de los dealers no oficiales con que contábamos en la isla, quien junto con Mayito Travieso abastecían, reciclaban y revendían las joyas suizas entre los mortales comunes.

Los nuevos ricos presumían de conocer a Baldi el encargado de la casa Rolex en el barrio del Vedado, o de dominar la diferencia entre un reloj de vestir y otro de tirarse al mar. También era “cool” saber del robo del reloj a la hija de un comandante en la piscina de un hotel, o del hermoso Daytona que una jinetera vendía en el mercado negro de La Habana, luego de estafar a un extranjero.

En defensa de los dictadores cubanos podemos decir que la pasión por estos relojes suizos existe en todas las latitudes del mundo y que excitaron tanto al nobel Ernest Hemingway, quien le dedica todo un capítulo en su novela “Al otro lado del río y entre los árboles”, hasta al periodista Ricardo Brown, un cubanazo de Miami que en medio de su indiscutible sencillez confiesa su entusiasmo por estas máquinas de precisión.

Lo contradictorio es que la supuesta “revolución de los humildes por los humildes y para los humildes” no pueda prescindir de medir su tiempo en Rolex, y que, entre ellos, tanto los encargados de fusilar como los que terminaron excluidos, sobrevivan o mueran presumiendo uno de estos símbolos capitalistas, sin llegar a saber que, en realidad, fueron inventados nada menos que por un alemán y en la distante Inglaterra, pero, eso sí, para orgullo de Suiza.

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