martes 7  de  octubre 2025
OPlNlÓN

El cuello de botella de la IA global: una sola empresa y el fracaso del voluntarismo chino

Un análisis preciso para contar las cosas como son

Por Mookie Tenembaum

El voluntarismo es la idea de que con voluntad todo se puede, de que la intención basta para superar cualquier obstáculo. Suena motivador, incluso heroico, pero la realidad lo desmiente una y otra vez. El mejor ejemplo actual es ASML, la empresa holandesa que produce las máquinas de litografía más avanzadas del mundo. Explicar qué es ASML y por qué es tan decisiva permite mostrar que la voluntad, sin medios, no sirve de nada.

Para fabricar un chip se necesitan múltiples etapas: diseño, materiales, procesos químicos, empaquetado. Pero hay un paso que es absolutamente central: la litografía. Es el momento en que los circuitos diseñados se “imprimen” sobre la oblea de silicio con luz ultravioleta. Cuanto más fina la luz, más pequeños y potentes pueden ser los transistores. Y aquí aparece ASML: es la única compañía en el planeta capaz de fabricar máquinas de litografía ultravioleta extrema (EUV). Sin estas máquinas, no existen los chips de 5 nanómetros o 3 nanómetros que hoy alimentan la inteligencia artificial (IA).

La cadena es simple y brutal: sin ASML, TSMC en Taiwán no puede fabricar los chips; sin esos chips, NVIDIA, AMD o Intel no pueden diseñar procesadores avanzados; sin procesadores, la IA no funciona. Es decir, el corazón de la IA global depende de un solo cuello de botella tecnológico, y ese cuello de botella es ASML. Estados Unidos lo sabe y por eso presiona a Países Bajos para prohibir la venta y hasta el mantenimiento de estas máquinas en China. De esa manera asegura que el país asiático quede rezagado en la carrera de la IA.

China puede tener la voluntad política más firme, puede invertir decenas de miles de millones de dólares, puede reunir a sus mejores ingenieros, pero mientras no logre construir sus propias máquinas de litografía avanzada, queda excluida del juego. Esa exclusión no se resuelve con intención. ASML tardó más de veinte años en hacer realidad la tecnología EUV. No fue la voluntad de un directivo ni de un gobierno lo que lo consiguió, sino una acumulación histórica de medios: ópticas de Zeiss en Alemania, fuentes de luz desarrolladas en Estados Unidos, software matemático, mecánica de ultra precisión, y, sobre todo, una cultura que permite fracasar, volver a intentar y aprender en el proceso.

El voluntarismo fracasa porque no reconoce que lo esencial no es querer, sino poder. Y poder, en este caso, significa tener medios. China no tiene la tradición en óptica de precisión, no tiene una red de proveedores especializados con décadas de experiencia, no tiene un ecosistema cultural donde los errores se toleran y generan aprendizaje. Lo que tiene es dinero, órdenes políticas y urgencia estratégica. Eso sirve para avanzar en ciertas áreas, pero no alcanza para recrear un entramado como el que sostiene a ASML.

El mito de la voluntad persiste porque los humanos necesitamos creer que controlamos algo. Si aceptáramos que nuestra intención pesa poco frente a los medios disponibles, nos sentiríamos completamente a merced del azar y de las limitaciones materiales. Entonces inventamos historias heroicas en las que la voluntad vence lo imposible. Son anécdotas que tranquilizan, pero no describen cómo funciona el mundo. El desarrollo científico y tecnológico se apoya en entornos acumulativos, no en actos de pura intención.

El caso chino lo muestra con claridad. El país acumula máquinas antiguas de ASML, trata de hacer ingeniería inversa, recluta ingenieros de TSMC y ASML, destina miles de millones en fondos estatales. Todo eso refleja voluntad y recursos, pero no sustituye la ausencia de medios históricos. Una máquina EUV pesa 150 toneladas, cuesta $350 millones de dólares y tiene cientos de miles de componentes producidos por miles de proveedores. No basta con querer tenerla: hay que haber construido, durante décadas, un ecosistema que sepa fabricarla.

El resultado es que China queda condenada a depender de chips menos avanzados. Y sin chips de vanguardia no hay IA competitiva. Puede tener sistemas medianos, puede usar chips para aplicaciones domésticas, pero no puede liderar el sector. La voluntad política de Xi Jinping no cambia ese hecho. Es la demostración más palpable de que el voluntarismo es un espejismo: querer no es poder, si no hay medios.

Incluso en nuestra vida cotidiana, la voluntad cumple más una función psicológica que real. Creemos que sirve porque nos da la ilusión de controlar nuestro sufrimiento. Cuando algo parece infranqueable, atribuimos el éxito al coraje o a la intención. En verdad, lo que determina el resultado son los recursos, los conocimientos, los accidentes, el contexto. ASML no es un producto de voluntad, es un producto de medios acumulados. China lo confirma en negativo: con toda su determinación, no consigue superar la barrera tecnológica.

La IA, tan ligada al futuro económico y militar del planeta, depende de esa diferencia. ASML es la bisagra que decide qué país accede a chips de 3 nanómetros y qué país queda anclado en los 14 nanómetros. Es la mejor evidencia de que la voluntad, sola, no sirve de nada. Sirve apenas para que los humanos soportemos la idea de que no controlamos los resultados, solo nuestra huida del sufrimiento.

Las cosas como son

Mookie Tenembaum aborda temas de tecnología como este todas las semanas junto a Claudio Zuchovicki en su podcast La Inteligencia Artificial, Perspectivas Financieras, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.

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