sábado 1  de  noviembre 2025
OPINIÓN

El error estratégico de prepararse para la muerte de Putin

Un análisis preciso para contar las cosas como son

Por Mookie Tenembaum

Las especulaciones sobre la muerte de Putin en los grandes institutos de investigación estadounidenses son signos del voluntarismo occidental: esa tendencia a creer que planificar equivale a controlar, y que prever el futuro es una forma de dominarlo. La idea de “prepararse para la muerte de Putin” parte de una ilusión, no de un análisis. Putin tiene 73 años, una edad que, en cualquier país desarrollado, no anticipa el final de la vida política ni biológica. Trump tiene 79, Biden ya superó los 80, y nadie dedica estudios estratégicos a sus funerales. El error no es su preocupación por la estabilidad de Rusia, sino su incapacidad para aceptar que hay procesos históricos que no se pueden acelerar, ni evitar, ni siquiera preparar.

Hablar de la “muerte de Putin” como evento estratégico es distraerse del problema real: Putin está vivo, tiene poder y su política es la que moldea hoy el equilibrio global. Su desaparición no es un escenario operativo, es un ejercicio de evasión intelectual. Se habla del futuro porque no se sabe qué decir del presente. Y en ese sentido, el voluntarismo cumple una función psicológica: convierte la impotencia en actividad, transforma la falta de comprensión en una coreografía de acción.

Rusia, además, no es un país donde la muerte de un líder abre automáticamente una sucesión clara. La historia rusa es un catálogo de interregnos, vacíos, luchas internas y transiciones caóticas. Tras Lenin, el poder pasó por años de dudas hasta la consolidación de Stalin. Después de Stalin, pasaron años hasta que Jruschov emergió. Lo mismo después de Jruschov, cuando el sistema giró durante años antes de que Brézhnev estabilizara el mando. En Rusia, el poder no se hereda: se reconstruye. No hay continuidad sin turbulencia.

Por eso, “prepararse” para la muerte de Putin es un contrasentido doble. En primer lugar, porque no hay forma de prepararse para un caos que no responde a estructuras racionales; y en segundo, porque el ejercicio desvía la atención del único punto relevante: el presente ruso. Putin sigue siendo el eje de la política de Moscú, y entenderlo es más urgente que especular sobre su desaparición.

El voluntarismo se alimenta de la ilusión de control, y los institutos de investigación estratégica son los laboratorios perfectos de esa ilusión. Sus estudios no nacen de un interés por Rusia, sino de una necesidad occidental de imaginar que el futuro puede planificarse, que la historia puede ser administrada como un proyecto de consultoría. Esa visión tecnocrática, tan propia de la mentalidad norteamericana, confunde la gestión con la comprensión. Creen que si hacen suficientes escenarios, si modelan las variables, si organizan reuniones interagenciales, el caos se volverá predecible. Pero Rusia no funciona así.

Putin puede vivir diez años más, y cada uno de esos años será decisivo. Ignorar eso para ensayar simulaciones sobre su muerte es una forma de fuga del pensamiento. No hay nada más cómodo que analizar el futuro cuando el presente resulta incomprensible. Ese es el error profundo del voluntarismo: la creencia de que pensar el mañana es una forma de evitar el hoy.

Las cosas como son

Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.

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