Llevo tantas semanas descansando que estoy agotado. Las vacaciones son la segunda causa de estrés en el mundo occidental, un porcentaje solo superado por las discusiones durante competiciones deportivas. Mantengo mi actividad cerebral en mínimos históricos. He guardado colas interminables para comprar cosas que no necesitaba, he contemplado maravillas naturales por encima de mi capacidad de absorción de mercancías asombrosas y dispongo de muescas por todo el cuerpo de batallas perdidas con toda clase de insectos y pequeños roedores, confirmando en mis propias carnes que este verano los bichos que inyectan veneno han experimentado un inusitado incremento de la violencia contra sus víctimas. He hecho todos mis deberes de escritura pendiente, he leído el triple de lo que he escrito y en general he multiplicado por diez el consumo de todos mis vicios, del tabaco a la cerveza pasando por el chocolate y las películas de John Belushi. He caminado por el monte, he cortado el césped, he flotado en mares, lagos, ríos y piscinas, y me he hecho tantos selfies para las redes como las diecisiete próximas generaciones de Kardashians juntas.
Me di cuenta de que había tocado fondo después de aspirar el polvo por cuarta vez en la misma tarde de todas las alfombrillas del coche. Y tras leer la noticia de la chica que bebe cerveza a través de un pez muerto comprendí que no soy el único que necesita urgentemente algo que hacer.
Perseguido por una extraña fiebre por viajar –como si no hiciera otra cosa el resto del año-, este verano no he pasado más de tres noches seguidas en la misma casa. Como consecuencia, esta mañana, en mi propio hogar, nada más despertarme, he intentado salir al jardín a bostezar a través de la ventana de un cuarto piso, y al percatarme del error, he corregido violentamente el rumbo haciéndome un chichón contra la puerta del armario, cuyas coordenadas coinciden con las del pasillo en la habitación de hace tres noches.
En los últimos días me he bajado al teléfono una aplicación para dejar de fumar, otra para adelgazar en 30 días, otra para aprender ruso, otra para fortalecer músculos extrañísimos, otra para saber la hora que es en Guinea, otra para cumplir todos los propósitos del próximos curso y otra para desinstalar todas las aplicaciones anteriores cuando estás harto de ventanillas emergentes de tus asesores virtuales: “Hola Itxu. Hoy el reto es dar una calada menos a cada pitillo. ¡Tú puedes, campeón! Revisa nuestra app en busca de actualizaciones”; “Soy tu profesor virtual de ruso y te estoy esperando, al igual que nuestras actualizaciones entrando en la app”, “Recuerda, Itxu: hasta las doce de la noche solo puedes comer zanahoria cruda. Para recibir los mejores consejos de tu dietista virtual, no olvides actualizar la app cada maldito segundo de tu vida”, “¡Buenos días, Itxu! ¡En marcha! Hoy comienza tu rutina de levantamiento de ceniceros de plomo con la ingle y el antebrazo. Hazlo en series de 50 veces cambiando de ingle o de cenicero. Y siempre a la misma hora, así podrás revisar a la vez nuestra app en busca de actualizaciones”, “¿Sabías que son las seis de la tarde en Guinea? Itxu, actualiza nuestra app para tener la última hora de La Hora en Guinea”, “¿Qué tal? ¿Muy ocupado? ¡Ordena tu tiempo! Hace días que tienes pendiente la tarea ‘Cisterna del baño’, ¿a qué esperas? Completa hoy el propósito –renombrado a ‘Cisterna de los huevos’- y marca la casilla en nuestra app, así podrás aprovechar para revisar nuestras actualizaciones”.
Es tanto el tiempo que he pasado en la tumbona mirando el mar que hasta me he leído la entrevista “hippie-borra-todo” de Paulo Coelho con la vana esperanza de que anunciara su retirada e incluso he visto la conferencia de Maduro explicando lo inteligente que es su plan económico para empujar a todos los venezolanos al exilio. Si esto sigue así, en pleno descontrol tedioso, en cualquier momento intentaré beber cerveza a través de un pez muerto, dejaré que me muerda la cabeza una pitón para ver qué se siente, o me pondré a ver cualquier serie de moda en Netflix.
Francamente, estoy extenuado. Necesito urgentemente volver a la rutina laboral o moriré de un ataque de ocio.
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