Israel acaba de cumplir 75 años y una atmósfera de acercamiento permea el Medio Oriente. Quién lo iba a decir hace tres cuartos de siglo, cuando David Ben Gurión proclamó la Independencia del país y al día siguiente cinco naciones árabes lo atacaron, manifestando el sentir general del vecindario. Sin embargo, 75 años después, a pesar del trágico y sangriento conflicto con los palestinos, la pequeña nación judía mantiene relaciones normalizadas con seis países árabes.
Por ahora. Porque hay más en cola, según aseguran fuentes diplomáticas israelíes.
Los Emiratos Árabes Unidos (EAU), Bahréin, Sudán y Marruecos firmaron los Acuerdos de Abraham en 2020, auspiciados por Estados Unidos, y, así, se unieron a Egipto y Jordania en su reconocimiento de Israel y en la inmediata puesta en marcha de proyectos de cooperación, en ciencia, cultura, economía, turismo, tecnología y más.
También somos testigos ahora de lo impensable pocos años atrás: vuelos directos entre Tel Aviv y Abu Dabi, Dubái, Manama, Casablanca y Marrakech. Y no solo eso: Arabia Saudita también ha abierto sus cielos para que aviones israelíes los surquen. Aún antes de cualquier pacto diplomático.
Los acuerdos, bautizados con el nombre del patriarca de las tres religiones monoteístas, señalaban el comienzo de una nueva era. Y así como la historia de Abraham relatada en El Génesis gravita en torno a los conceptos de la tierra y la posteridad, estas alianzas entre países de diferente religión, pero compartido origen, incluyendo Estados Unidos, se refieren a los mismos asuntos, de eterna importancia.
Tierra y posteridad, progreso y paz
Un Medio Oriente en el que Israel sea reconocido por sus vecinos árabes, y donde existan relaciones prósperas es un sueño largamente acariciado por la diplomacia israelí y la Casa de Representantes estadounidense ha corroborado su gran importancia votando, por una abrumadora mayoría, en favor de una resolución de apoyo a las relaciones entre Estados Unidos e Israel y por la extensión de los Acuerdos de Abraham.
Y el mundo no permanece ajeno a estos cambios; iniciativas como N7, que promueven la normalización entre gobiernos y personas, trabaja en profundizar la relación entre Israel y sus vecinos musulmanes a través de conferencias, becas, reuniones, asesoramiento, “porque fortalecer las relaciones entre los países árabes y musulmanes e Israel brindará beneficios tangibles a la región”, según dijo Oren Eisner, presidente de Iniciativa N7, en la Conferencia Global del Instituto Milken.
Y es que Israel se encuentra en un barrio en el que sus enemigos son estados autoritarios y una de las poquísimas cosas que tienen en común es su antagonismo con la nación-refugio para los judíos, democrática y moderna. Tres características que marcan distancia y provocan oposición en los líderes no democráticos de esta zona del mundo.
Pero el motivo principal por el que Israel sirve bien a este propósito catártico de sus vecinos es porque su conflicto con los palestinos la convierte en el chivo expiatorio para no tratar otros problemas internos y regionales realmente acuciantes que afectan a cada uno de estos países: véase, los derechos humanos y libertades básicas de sus propios ciudadanos y, por supuesto, la desigualdad social y económica. Así, tanto los palestinos como los israelíes son en realidad una excusa para que muchas naciones del Próximo Oriente no decidan tomar responsabilidad de sus propios destinos nacionales.
El hecho de que los países de la alianza de Abraham hayan roto con años de alineamiento panárabe contra Israel por la causa palestina no es poca cosa. Miles de israelíes lo celebran y agradecen viajando a los nuevos destinos recién inaugurados, y miles de turistas y estudiantes de aquellos países hacen lo propio visitando Israel.
Pero aún quedan obstáculos.
Enemigo común: Irán
“La aprobación de esta resolución por parte de los dos partidos reafirma el compromiso de EEUU con el pueblo de Israel y promueve nuestro apoyo en asuntos de seguridad vital para que se puedan defender frente a un Irán cada vez más agresivo”, declaró tras la votación la parlamentaria Ann Wagner, promotora de la resolución.
La República Islámica de Irán declara públicamente que su objetivo es la destrucción de Israel, así educa en sus escuelas y entrena a su Ejército y guardias de élite. Con este objetivo en mente está a punto de conseguir el arma atómica. Israel representa los valores de modernidad y progreso que el Irán de los ayatolas, fundamentalista y basado en su interpretación del islam, desearía que no existieran en la faz de la Tierra.
En su nomenclatura, Israel es el pequeño Satán mientras que el grande es Estados Unidos. Y, en las últimas décadas, Irán ha demostrado que tiene la voluntad y también los medios para atacar de modo local e internacional a quienes considera que representan esos principios (civiles, militares, turistas, cualquiera).
Por eso, a pesar de las fluctuaciones y dificultades políticas, los Acuerdos de Abraham representan un consenso en contra de la oscuridad, no solo por las ventajas que representan en seguridad, economía, medicina y demás, sino, sobre todo, porque manifiestan un plan y una esperanza de paz verdadera y un futuro mejor.
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