No pretendo volver a los años cuarenta, ni renunciar a todo lo que nos ha regalado la lucha feminista. Muchas mujeres hemos confundido ser iguales en derechos, con el rol de esposa y amante. Si pensamos seguir siendo las madres de nuestros maridos, o lo vemos como alguien con quien debemos competir y pelear por un puesto —como en el trabajo—, la relación de pareja se irá por la ventana.
Es imposible que exista intimidad, deseo sexual y un lazo fuerte si vivimos criticándolo, maltratándolo, juzgándolo y comparándolo. Existen grandes injusticias en el espacio del hogar, tan graves como las que vemos en el trabajo o la sociedad. Sin embargo, a la cama no podemos llevar la jerga feminista. A menos que deseemos dormir solas.
Una vez más, nos toca a las mujeres educar a nuestras parejas, pedir con firmeza lo que deseamos, sin perder la dulzura, la ternura y la pasión. ¿Difícil, verdad? Pero no imposible.
Los hombres y las mujeres somos diferentes, y es esa diferencia la que nos permite madurar, crecer y desarrollarnos. Nos sentimos atraídos por las semejanzas, pero son las diferencias las que nos nutren.
Las mujeres somos quejosas. Vivir con una cantaleta no es más que un síntoma de agresividad mal manejada. Si algo no le gusta, dígalo. El punto es comunicarlo, no se lo calle nunca; pero tenga en cuenta el “cómo” lo dice.
Es una necesidad sentirnos escuchadas y comprendidas. De lo contrario, el deseo sexual empieza a bajar rápidamente. Si hay algo difícil de lograr, es comunicarnos sin herir ni maltratar, pero a la vez dejando salir lo que sentimos. Cuando no sabemos ser asertivas y dialogar, terminamos quejándonos.
Si usted vive peleando con la persona con la que hace el amor, la cosa se pone color de hormiga. Se supone que nunca debemos pelear con quien vamos a la cama. Disentir sí, pelear no. Cuando el respeto se pierde, y caemos en humillar, abusar, insultar o agredir la autoestima del otro, algo empieza a romperse muy dentro.
Si siente que su matrimonio o relación ya no es la misma, si la pasión se está yendo de su vida íntima, si el deseo sexual está desapareciendo, si su relación sexual se ha tornado muy genital, si el romance no existe y está empezando a pensar que el matrimonio es la tumba del amor, es hora de ponerse las pilas: va por un rumbo equivocado. No le pido que se someta, sino que se entregue y pelee por ese lazo tan especial y necesario en todo ser humano.
No hemos sido educados para el matrimonio. Nadie nos dice cómo ser pareja, padres o hijos, pero eso ya es ciencia. Si no crecemos, aprendemos y cuestionamos todo lo que nos dijeron nuestros abuelos, empecemos a buscar un abogado. El próximo paso es un divorcio.
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