Este pasado lunes se cumplió un año de la desgraciada muerte de José Fernández en las costas de Miami, apagando en una madrugada de domingo la luz de los Marlins, equipo que no ha sido el mismo desde esa desaparición y que aún no sabemos si esta franquicia podrá recuperar la energía de la época del cubano.
Esa mañana del 25 de septiembre del 2016 Miami sufrió la muerte más traumática en su historia, de cualquier equipo o figura que se nos haya ido por estos lares.
Así de simple.
Lo primero que me vino a la mente fue cómo una muerte había acabado con una leyenda tan joven. José, el muchacho que reinaba en Miami, un buen día desaparecía de la misma manera que había llegado a este país, en las aguas, en un barco.
La vida hay que aprovecharla, cuidarla y cuando somos jóvenes cometemos errores que, muchas veces, son fatales. Joseíto se equivocó y pagó por ello. Como también los dos jovencitos que iban con él en el barco. Emilio Macías y Eduardo Rivero se fueron con el lanzador de los Marlins.
Tras el accidente, una investigación de las autoridades determinó que Fernández era el que iba tras el timón del bote y que estaba bajo los efectos del alcohol y cocaína.
Ese golpe fue incluso más fuerte.
Por la sencilla razón de que la realidad nos bajó de la nube al ídolo, al joven Dios que había conquistado Miami y que representaba lo que muchos quieren y buscan. El cubano e hispano que viene sin nada y que con mucho trabajo sale adelante y se convierte en un ciudadano exitoso.
José estaba por encima del bien y del mal, pero la investigación –como casi siempre hace la vida- nos dio una dosis muy fuerte de realidad.
Nadie está exento de responsabilidades. De hecho, si José hubiese sobrevivido es casi seguro que hubiera enfrentado acusaciones por el accidente y los dos fallecidos. Nadie debe olvidar eso. Nadie.
Al final, fueron tres vidas demasiado jóvenes que fueron truncadas por una mala decisión y que conmocionó a una ciudad completa.
Su funeral es de los más grandes en la historia de Miami y el trauma fue grande, inmenso, infinito. Emocionante, doloroso, inolvidable.
Repito que hay que recordar que no solo José falleció y, como espectadores, no olvidar la causa o la cuota de responsabilidad de José, lo que, creo, nos ayudará a no endiosar por encima de lo normal a nadie y recordar las consecuencias de hechos mal pensados.
Ese debe ser otro de los legados de José Fernández. No solo sus victorias, ponches o jonrones. Tampoco su emoción y energía en el Marlins Park. O el sueño americano cumplido en su máxima expresión. En inglés y en español.
El recuerdo debe ser el del ídolo que murió antes de tiempo y que dejó traumatizada a toda una ciudad. Un recuerdo de dolor y rabia, de malestar y resignación.
Y todos sufrimos en Miami. Todos. Nadie escapó a tan doloroso momento, el cual seguro recordaremos por el resto de nuestras vidas. Dolor al por mayor sin tener respuesta. Ni humana ni divina.
La vida nos dio una lección ese día. Mejor dicho, la muerte. Su partida inicialmente no tenía explicación alguna. La investigación de las autoridades nos la dio, pero lo que no dio fue consuelo.
El trauma, el dolor, la resignación estaban ahí presentes todos. En fila y con un martillo golpeándonos a todos en Miami.
Solo espero que nos quedemos con su recuerdo en el terreno de pelota. También, que no olvidemos a los otros dos que se nos fueron con él. Dos de aquí, de los nuestros, de Miami.
Y, además, que aprendamos que la vida es una sola y que hay que cuidarla. Mucho.
La partida del ídolo de Miami nos lo demostró.