martes 9  de  diciembre 2025
OPINIÓN

La transición sostenible [III]: La sociedad propietaria

Desde la Antigüedad hasta la teoría liberal contemporánea, el consenso es claro: la propiedad no es un simple bien económico, sino la base material de la libertad del ciudadano

Diario las Américas | ORLANDO VIERA-BLANCO
Por ORLANDO VIERA-BLANCO

En todas las épocas, el ser humano ha buscado un espacio propio donde depositar sus afectos, su trabajo, sus sueños y su memoria. Ese espacio—llámese hogar, parcela, taller, empresa, proyecto, herencia o iniciativa—constituye más que una posesión material: es la morada moral de la libertad. Desde Aristóteles hasta los pensadores contemporáneos de la Teoría Política y el Estado de Derecho, quienes han explorado el misterio de la libertad concuerdan en un principio elemental: no puede existir individuo libre sin propiedad, ni democracia estable sin ciudadanos propietarios.

En nuestro último capítulo de esta saga sobre una transición sostenible en Venezuela, buscamos comprender por qué la propiedad es mucho más que un derecho económico; por qué es la condición espiritual, ética y civilizatoria que permite que el hombre se realice, que la familia se consolide y que el Estado no se convierta en un amo.

La propiedad como extensión moral del individuo.

John Locke-padre del liberalismo clásico-afirmaba que la propiedad es la primera proyección del individuo en el mundo. El trabajo del hombre se funde con las cosas y las convierte en suyas. Para Locke no se trata sólo de producir; es incorporar el esfuerzo, tiempo, creatividad y deseo en algo propio. Es un acto de afirmación existencial: “esto es mío porque he dado parte de mí mismo”.

La aparición del Petróleo en Venezuela como fenómeno de movilización social, desmarginalización y urbanidad, creó un sentimiento colectivo de co-propiedad, despersonalizando el esfuerzo individual a cargo del “deber” del Estado benefactor y de reparto, “de darnos a cada uno la parte que nos toca”. Ha sido del Estado que me resuelve, me incluye o me abandona.

Es la base de la identidad partidista y paternalista generadora de oportunidades para pocos y miseria para muchos, de una sociedad parasitaria y carnetizada. Este ciclo de clientelismo político, populismo, propiedad delegada y estado rentista, ha terminado. La propiedad delimita un espacio donde el individuo puede pensar sin miedo; actuar sin permiso y soñar sin intervención. Este es el fundamento de la productividad y la riqueza.

Por ello, el hombre desposeído—no en el sentido económico, sino moral—es un ser frágil frente al poder. La falta de propiedad lo deja expuesto a la manipulación, a la obediencia forzada, a la dependencia material y emocional del Estado o de cualquier autoridad que le “otorgue” lo que debería ser suyo por derecho natural.

La propiedad como fundamento de la libertad política. Un cambio civilizatorio.

Desde la Antigüedad hasta la teoría liberal contemporánea, el consenso es claro: la propiedad no es un simple bien económico, sino la base material de la libertad del ciudadano.

La Transición Democrática en Venezuela y América Latina a la Luz de Constant, Montesquieu y Maistre [pensadores pilares del pensamiento libertario clásico] pasa por el rescate y reivindicación profunda del derecho inalienable de propiedad.

La crisis política contemporánea venezolana—y, en menor grado, la experiencia histórica latinoamericana—ha demostrado que un Estado hipertrofiado, moralizador, interventor y paternalista degenera con facilidad en formas autoritarias. La transición hacia una democracia liberal exige no sólo elecciones libres y separación de poderes, sino una revolución moral e institucional centrada en la vida privada, la propiedad y la autonomía social.

Los aportes de Benjamin Constant, Montesquieu y Joseph de Maistre permiten construir una teoría coherente para ese tránsito. Constant defendía que la libertad moderna consiste en “gozar de la vida privada” y desarrollar propiedad, profesión y relaciones sin coerción. En América Latina-donde el Estado históricamente ha sido visto como proveedor o patrón-esta idea tiene una potencia transformadora.

La vida privada es el refugio frente al Estado militante y celestino. Porque el Estado cuando es absoluto y centralista, corrompe. Los regímenes autoritarios latinoamericanos—desde el castrismo hasta el populismo del siglo XXI—han buscado subordinar la intimidad al proyecto político: medios controlados, censura cultural, vigilancia digital, subsidios clientelares, moral oficialista y estatización del trabajo.

Una transición democrática debe por tanto despolitizar el día a día, impedir que el Estado regule creencias, valores o expresión personal; eliminar el uso partidista de programas sociales, revertir la vigilancia comunitaria. Esto no es un mero cambio legal: es un cambio civilizatorio, actitudinal, civilista y cultural.

El hombre propietario: arquetipo del ciudadano libre. Expropiar es robar.

Constant sostiene que la propiedad es lo que permite independencia frente al poder. Para Venezuela, donde el rentismo ha erosionado la autonomía individual, el retorno a la propiedad productiva es esencial: i.-protección contra expropiaciones; ii.-seguridad jurídica para inversiones; iii.-devolución de activos confiscados; iv.-restablecimiento pleno de la libertad de empresa; v.-crédito privado no condicionado políticamente.

Sólo cuando los ciudadanos “tienen algo que perder”, defienden con firmeza un Estado limitado. Cuando el estado pretende despojar al ciudadano lo que le pertenece por esfuerzo propio, ese estado voraz se hace ausente y vulnerable, y el ciudadano, beligerante y rebelde.

Una sociedad fragmentada es una sociedad expropiada. No sólo en lo material sino también en lo intelectual. Una sociedad sin sentido propietario, es una comunidad sin orden ni motivación. La ausencia de esta estructura sólida de protección a la vida privada y al pensamiento libre y creativo (pilar de la protección familiar) ha sido tragedia recurrente en América Latina […] Los gobiernos latinoamericanos han usado la ley para transformar y controlar al ciudadano. Montesquieu advierte que esto es el camino hacia el despotismo. La ley debe limitar, no moldear. La ley no define modelos familiares, no prescribe moral ideológica, no dirige la economía, no impone patrones culturales, no confisca riqueza para fines partidistas.

Un Estado que busca “crear un nuevo hombre” se convierte inevitablemente en tirano. Maistre habla de comunidad, tradición y familia como límite al poder. Aunque tradicionalista, ofrece una visión profunda para sociedades donde la familia, la religiosidad y la comunidad tienen enorme peso cultural en Latam.

Montesquieu entendió que ninguna libertad es posible si no existe seguridad en el goce de lo propio. Por eso afirma que la libertad política consiste esencialmente en vivir sin miedo a que el poder arrebate lo que nos pertenece. El Estado que puede confiscar, vigilar, intervenir o redistribuir sin límites no sólo rompe la economía, rompe la dignidad: arrebata al hombre el fruto de su esfuerzo y, con él, su horizonte. Sin propiedad, la ley deja de ser un escudo y se convierte en un arma.

De allí que la separación de poderes de Montesquieu es una arquitectura moral destinada a proteger lo íntimo, lo propio, lo familiar. Sin esa estructura, la propiedad queda a merced de las pasiones y arbitrios de los gobernantes, y la libertad vuelve a ser súplica. Expropiar es robar.

La familia como institución superior al Estado. Lo “nuestro”.

En Venezuela la familia ha sido la verdadera red de supervivencia ante la crisis. El régimen intentó reemplazarla con estructuras políticas (Círculos bolivarianos, CLAP, UBCh, movimientos juveniles partidistas). Pero la familia resistió.

Una transición democrática debe blindar jurídicamente la autonomía familiar, excluir al Estado Docente e ideologizante, permitir a padres elegir modelos educativos; fortalecer cuerpos intermedios (iglesias, asociaciones, gremios, emprendimientos familiares). El Estado no es creador o supresor de vínculos. El estado sólo puede respetarlos y garantizar que florezcan y se fortalezcan.

La sociedad civil precede al Estado y el Derecho, no al revés. Maistre afirma que la comunidad es anterior al poder. En Venezuela, donde la sociedad civil ha pagado un precio enorme —ONGs perseguidas, gremios asfixiados, empresas intervenidas— la transición exige reconstruir: gremios profesionales, cooperativas, universidades libres, medios independientes, empresas familiares, redes vecinales autónomas. Cuando la sociedad civil respira, el autoritarismo muere... y viceversa.

Benjamin Constant distinguió la libertad moderna —introspectiva, personal, económica, íntima— de la libertad antigua, que exigía devoción cívica permanente. La libertad moderna vive en la vida privada, en el derecho a emprender, comerciar, pensar, escoger y amar sin la sombra del Estado. Y la vida privada sólo existe sí existe propiedad.

Quien posee un taller, una casa, un oficio o una empresa no ruega al poder: lo confronta desde la autonomía. Quién depende del Estado para subsistir, se encuentra moralmente subordinado. Para Constant, la propiedad crea ciudadanos adultos, no súbditos.

Aristóteles, mucho antes del liberalismo moderno, defendía la propiedad privada porque obliga al hombre a actuar con prudencia y responsabilidad. Cuando algo es “nuestro”, nos comprometemos con su cuidado; cuando es de todos y de nadie, nace el abandono. La familia es más unida en torno al ser propietario. Y una familia unida conduce a un estado justo y fuerte, por respetar lo ajeno y proteger lo propio.

El hombre propietario como guardián de la democracia

Tocqueville observó que la democracia estadounidense se sostuvo porque cada individuo tenía algo que conservar: tierra, comercio, oficio, asociación voluntaria. El ciudadano propietario “tiene interés en la estabilidad y en el orden de las leyes.” Cuando la propiedad es amplia y socialmente distribuida, la democracia se vuelve una alianza entre individuos libres, no un campo de batalla entre pobres dependientes y élites controladoras, entre pobres y ricos, azuzados por la dialéctica de la lucha de clases.

El propietario rechaza al demagogo porque la promesa de riqueza instantánea amenaza su esfuerzo acumulado. Y rechaza al tirano porque la concentración del poder amenaza su autonomía.

Hannah Arendt vio con claridad que el totalitarismo nace cuando el Estado invade la vida privada. La propiedad permite un espacio donde se piensa, se educa, se crea, se ama, se transmite memoria. Sin propiedad—sin un refugio físico y moral— no hay intimidad, y sin intimidad no hay libertad interior. La privacidad es el taller del alma; destruirla es destruir la humanidad.

Bastiat afirmó que la ley nació para proteger la propiedad, no para suprimirla. De Soto mostró que cuando los pobres obtienen títulos formales y ejecutables, no sólo crece la economía: crece el sentimiento de inclusión y motivación. Una sociedad propietaria es más pacífica, más cooperativa y menos proclive al caudillismo.

Una democracia es sostenible cuando cada ciudadano es sujeto, no objeto; dueño de su destino, no cliente del Estado. Esto sólo ocurre cuando la propiedad está protegida. Por eso, la propiedad es el fundamento moral de la democracia: comienza en el hogar y termina en la Constitución; nace en la familia y culmina en el Estado de Derecho.

El “hombre propietario” como factor de estabilidad social

Para Tocqueville, el campesino o comerciante propietario crea una “democracia de propietarios” donde todos tienen algo en juego. La propiedad evita el monopolio estatal y crea autonomía económica. Un ciudadano económicamente independiente tiene criterios propios. Quien posee cuida: cuida su calle, cuida su municipio, cuida su negocio y su reputación. Esto fortalece la democracia local.

El propietario demanda tribunales imparciales, reglas claras, cumplimiento de contratos. Sin seguridad jurídica, la propiedad se destruye y la democracia colapsa. La propiedad generalizada dispersa la tentación autoritaria de “quitar para dar”. La propiedad masiva, entendida como una sociedad de individuos con voluntad privada y propietaria, reduce el populismo.

La transición de un régimen autoritario hacia una democracia verdaderamente liberal no es solo un cambio institucional; es una reconfiguración del lugar del individuo frente al Estado. Para comprender un tránsito ordenado, sostenible y civilizatorio, es impostergable reducir el poder estatal, limitar las leyes que restringen la vida privada, la propiedad, la familia y la autonomía moral del individuo. El principio clave: Despolitizar la vida cotidiana. […] “El autoritarismo se caracteriza porque todo es politizado: los subsidios, las profesiones, los medios, incluso la moral familiar. La democracia liberal exige un giro: la política debe retirarse del hogar, de la economía personal y de los proyectos privados” [B. Constant].

El hombre propietario es el fundamento del orden. Para Constant, la propiedad es la base material de la independencia moral. Sólo el que posee, emprende su trabajo y evita la servidumbre del poder. El hombre “propietario–emprendedor” se convierte así en el núcleo de una sociedad libre.

Dar a cada quien lo que le corresponde, no lo que decida el estado.

En el liberalismo político de John Rawls, el derecho a la propiedad se legitima no como un privilegio económico sino como una condición institucional que garantiza a cada persona un ámbito seguro de autonomía desde el cual ejercer su libertad moral. El estado aporta la herramienta de la educación y la seguridad jurídica para el profesionalismo y el emprendimiento. La vida privada es reconocida en el ámbito de la justicia social, que no es más que dar y resguardar a cada quien lo que obtiene por esfuerzo propio y aporte a la sociedad.

Cuando la estructura básica de la sociedad protege la propiedad bajo principios de justicia—especialmente la igualdad de oportunidades y la distribución equitativa de los recursos que permiten competir en libertad— se crea un marco de pluralismo estable.

Así, la propiedad, adecuadamente distribuida y garantizada, se convierte en un instrumento de gobernabilidad, pues reconoce la capacidad de cada individuo para ser autor de su propio destino y coautor del orden democrático que surge de la cooperación entre ciudadanos libres e iguales.

Venezuela ha vivido décadas donde el Estado se ha reservado el monopolio de la distribución, la generosidad, la externalidad, la esperanza y adjudicación de la riqueza. La esperanza debe nacer y crecer en nosotros mismos. El sentido propietario enciende esa llama.

Es hora de un cambio estructural no sólo del modelo de poder o de orientación ideológica del estado, sino del modo de pensar, que es la forma colectiva eficiente para producir, prosperar y progresar. Es tiempo de un cambio cultural fundamental, donde el ser-propietario, emprendedor, creador, educado, sea la base de la familia estable y de una sociedad contributiva. No es el estado-reparto, sino el “nosotros”.

Vienen tiempos de oportunidades, propiedad, redención y transición, de un sano equilibrio entre la vida privada y colectiva.

Y será la redención, la justicia, la paz difícil, el cese de la violencia pasiva y el nacimiento de la propiedad como expresión de dignidad, la morada institucional de una democracia moderna, de la alegría que viene y del milagro venezolano. Espero que este aporte en seis entregas de La redención Político social y La Transición Sostenible, contribuya a un reencuentro feliz y luminoso al volver a casa.

@ovierablanco

[email protected]

Publicado en El Universal

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