Diversos autores han mostrado que el ser humano no se adapta naturalmente a la violencia y, de hecho, tiende a evitarla como mecanismo evolutivo y psicológico.
El reto es comprender que incluir al otro es reconocer sus errores o méritos como propios, pero también sus carencias y desafectos. Y no hacerlo exige redimir, como gesto virtuoso e inevitable
Diversos autores han mostrado que el ser humano no se adapta naturalmente a la violencia y, de hecho, tiende a evitarla como mecanismo evolutivo y psicológico.
El diagnóstico de lo ocurrido en Venezuela ha sido analizado desde múltiples perspectivas y métodos: el estado rentista, el reparto insaciable, la cultura de la corrupción, el locus de control externo, el caudillismo, el culto a la personalidad, el bipartidismo omnipotente; el taita redentor, el presidencialismo irredento, el estado docente, el estado ausente, el estado-Dios, y en fin, cientos de estudios críticos sobre nuestra realidad socio-política.
Poco se ha escrito sobre la violencia pasiva. Se ha hablado con soltura de la exclusión social, pero enfocada de la que nace de partidos políticos, grupos de interés o del propio Estado, y no de los propios ciudadanos. La Venezuela saudita poco fue educada en el terreno de la solidaridad, la gratitud y lo que la doctrina llama “la normalización de la injusticia” [Johan Galtung], fenómeno según el cual la gente no se habitúa a la violencia, sino que la desplaza de su experiencia inmediata.
De cara a una transición en ciernes estudiemos este aspecto de nuestra cultura política, como factor esencial de reconocimiento donde un proceso real de reencuentro no es material sino profundamente humano, espiritual e identitario, es decir, un mea culpa.
Una historia dice más que mil palabras…
La violencia pasiva es un asunto que se ha abordado en Venezuela y Latinoamérica con pinzas. No es cómodo conversar[lo]. A fin de cuentas, asumir responsabilidades, solicita resistencia. Enfrentar las consecuencias desde la propia causalidad y aceptar que hemos sido víctimas no sólo del régimen, del destino o del Estado, sino de nosotros mismos, es un hecho negado y cuestionable.
Una transición sostenible pasa por una revisión franca de nosotros mismos. Diseñar y construir un estado moderno, educado y feliz, exige vaciar pilotes de despolarización, para edificar una nación preparada tanto en lo tecnológico como en lo humano.
En 2005 cursé estudios extensivos de cultura francófona en la ciudad de Montreal. En el marco de la cátedra y por invitación de un buen amigo, la Universidad de Quebec en Montreal organizó un Cine-Foro sobre Venezuela, proyectando la película Secuestro Express. Un film del joven Director Jonathan Jakubowicz, producida por Elizabeth Avellán y Rodrigo Guerrero […] Yo había visto la película en Caracas y me preguntaba, ¿por qué elegir[la] como ‘base de contenido’ para debatir sobre Venezuela? ¿Por qué Venezuela como agenda de discusión?
Recordemos que Venezuela venía del golpe de estado de Abril 2002, precedido por muchas protestas. Pero antes vivimos la insurrección armada de Chávez [1992], su sobreseimiento, salida de prisión [1.994] y llegada a Miraflores [1.998]. Luego la constituyente 1.999, la denominada relegitimación de los poderes, la muerte de la [mal] llamada IV república y la Constitución del 61 [hecho de discutida legalidad]; el auge de la [mal] tutelada revolución bolivariana y la nueva constitución de 1.999.
El país comenzó una era de agitación a partir de una cadena de reformas surgidas por poderes habilitantes y decretos leyes de Chávez. Secuestro Express era exhibida como una suerte de apología de lo devenido a partir de una sociedad violenta, violentada, al garete.
El celuloide de Jakubowicz comienza con imágenes de fastuosas residencias en las zonas más acaudaladas del país [La Lagunita, el Country Club, Valle Arriba, etc.] en contraste con barrios como la cota 905, Petare o el 23 de Enero. Fotografías rápidas cotejadas entre mansiones y ranchos, whisky, cerveza y ron; cordero, arepa y fritanga; el este de Caracas vs. oeste de la ciudad. Toda una Ilíada entre ricos y pobres.
Un episodio clásico de la película fue el momento en el que un secuestrador, habiendo cerrado negocio con un grupo guerrilleros donde revendía ‘el paquete’, al bajar del hotel donde se hizo el cambalache, se da cuenta que le han robado el carro [el mismo que ellos habían usado en el secuestro y pertenecía a los secuestrados]. Indignado exclama: “No j ... .en este país la delincuencia está desatada, ya aquí no se puede vivir…”. Las risas mezcladas de escozor invadieron el ambiente. Comenzaba a entender de qué iba el foro.
Después de la exhibición comenzó el período de preguntas y respuestas. Confieso que la experiencia me marcó sensiblemente. No la película [que es buena] sino el debate. Mi visión de Venezuela; precisar quiénes somos y por qué somos como somos se convirtió en una búsqueda continua. Aquél foro fue revelador. Había encontrado uno de los eslabones perdidos de nuestra cultura, de nuestro modo de ser.
Una experiencia enriquecedora por aleccionadora. Desde ese día he escrito numerosos ensayos sobre el tema: la violencia pasiva. Bajando la mirada [y las ideas] con humildad y con amor comencé con Prohibido Olvidar y Nos acostumbramos a vivir así [ambos en El Universal/2005]. Fue un parteaguas, un antes y un después. Escribí con crudeza pero con sinceridad los antecedentes [si acaso los más notables], que nos permitieran comprender [no justificar], la llegada de Chávez y sus consecuencias. Un desencuentro grupal profundo, doloroso e histórico, que necesitaba desahogar.
¿Por qué tanta división?. ¿Por qué ese afán de enseñar a odiar en vez de enseñar a amar? ¿Por qué la narrativa de la lucha de clases? ¿Por qué la extrema polarización en vez de elegir el camino de la reconciliación y reconstrucción del tejido social? ¿Por qué revivir viejas rencillas y soltar todos los demonios y no congeniar y apelar a todos los ángeles? ¿Por qué tantos por qué?
Steven Pinker (psicólogo cognitivo, Harvard) en The Better Angels of Our Nature (2011), argumenta que las sociedades humanas han tendido históricamente a reducir la violencia porque esta es psicológicamente costosa, genera disonancia moral y contradice mecanismos de empatía profundamente arraigados […] Ni Chávez ni sus camarillas habían leído a Pinker. Pero sospecho que muchos de sus detractores, tampoco. No hemos sido una sociedad educada para reducir la violencia. Y así llegamos a un estado desgarrador donde el otro no importa y no existe. Es la ausencia afectiva que se desplaza por Secuestro Express: la violencia pasiva.
Al día siguiente de aquel encendido e ilustrador debate durante una noche gélida en la calle Saint Laurent de Montréal, traté de escribir. Era una mañana fría y pesada. No paraba de nevar […] Pero estaba con la mente en blanco sobre el teclado. Es lo que llaman el síndrome de Writers Block [Bloqueo del escritor]. No era fácil armonizar lo debatido. Hasta un libro me debo [les debo] sobre el tema de la violencia pasiva. Pero no resulta sencillo porque desarrollar una obra literaria sobre un mea culpa colectivo, necesita de una inmensa nobleza, paz y madurez ciudadana [reducir la violencia y aceptar que no lo hemos hecho].
Mi mente quedó en blanco pero mi corazón andando, por el temor de escribir o compartir lo que muchos no aceptarían, por no aceptarlo hasta ahora, y haberles permitido [aceptar] vivir así…que no es más que aceptar vivir con la violencia, generando otra violencia, como lo es la ignorancia del otro, la indiferencia a la miseria ajena.
Por qué aceptamos vivir así. ¿El hombre se habitúa a la violencia?
[...] El lugar estaba a tope. El panel estaba integrado por sociólogos y profesores de cultura latinoamericana. Es decir, no era una ópera prima para hablar de la producción. Se tratada de un mensaje que pretendía explicar “por qué los venezolanos aceptamos vivir así”. Y vino la gran pregunta de una de las moderadoras: “Después de haber visto esta película lo primero que desearía preguntar es: ¿por qué los venezolanos han aceptado vivir con tanta violencia?. La respuesta parecía fácil, a lo menos, predecible e incluso, ingenua.
Levanto la mano convencido de dar una respuesta puntual. “El tema de la profesora no-es que aceptemos vivir así, sino que nos-acostumbramos a vivir así”. Silencio en la sala. Aquella idea había caído como una nevada similar a la que blanqueaba la ciudad aquella noche helada. La quietud no provenía tanto de la audiencia como de los foristas, cuyas caras comenzaron a desencajar.
Un profesor del panel me interrumpe y repregunta alarmado: ¿Voulez vous dire que l’homme est capable de s’habituer à la Violante? [Cree Ud. ¿Será que el hombre es capaz habituarse a la violencia?. Antes de seguir en “la contienda” presentí que algo no estaba bien. Quién me increpaba era uno de mis profesores. Algo parecía olvidar de cara a su tono. Su repregunta, refinada, ilustrada, filosa, hacía ver que sabía perfectamente la respuesta de lo que pretendía no-conocer. Pero quería oír de mis propios labios mi propia negación, mi propia aceptación si acaso confesión de vivir así.
“Desconozco si existen casos en los cuáles el hombre es capaz de acostumbrarse a la violencia profesor, pero lamento decir que muchos de los eventos que hemos visto en la película, nos resultan habituales e infelizmente, normales[…]” Violà Viera!! Exclamó. Ils considèrent comme normal ce que d’autres n’acceptent pas” [Ustedes consideran normal lo que otros no aceptan como tal”. De pronto me sentí atrapado en mi vergüenza.
El debate continuaba. Otro profesor volvió con la pregunta: Entonces Viera, aun no resolvemos l'état de la question. ¿Por qué aceptaron como “normal” lo que otras sociedades no aceptan? En medio de la fría noche decembrina de Quebec, la discusión tomó calor. Poco a poco fuimos deshojando algunos episodios de la realidad puesta en escena, que iban desnudando una sociedad desguarnecida y extraviada en su propio laberinto. El ingenuo era yo.
La película daba cuenta de tres “hábitos” fundamentales: i.-La frivolidad de una pareja a la que sólo le importaba pasarla bien y disfrutar su ‘buen estatus’; ii.-La contradicción entre “la humanidad y dulzura” de un secuestrador (que trata de salvar a su hijo convaleciente en un hospital) y su inclemencia como criminal; y iii.-La brecha social entre una sociedad acomodada y “víctima” vs. otra, relegada y “victimaria”, que no encontraba otra válvula de escape que la violencia criminal. ¿Qué elemento disruptivo provocaba estas dicotomías?
La violencia pasiva. Mi otro yo, no eres tú.
El fenómeno social de marras comporta un entramado de fragmentación social, criminalidad y aceptación conocido como violencia pasiva. A la par de las agresiones sociales, los factores exógenos o endógenos de criminalidad; el despojo, la inequidad y la discriminación [violencia activa] existe otro tipo de agresión (por omisión) que es la ignorancia del otro; la indiferencia, el olvido y el rechazo al desposeído [violencia pasiva]. Y en medio de este cocktail de violencias que fractura el tejido social, subyacen desviaciones que un sector padece y otro ni se entera o pretende no saberlo.
Un amigo días después del cine-foro y habiendo leído mis ensayos me comentó. “Te voy a sugerir que no afirmes nunca más, que el hombre se acostumbra a la violencia” [sic]. El hombre jamais, jamais [jamás] se acostumbra a la violencia Orlando, sea activa o pasiva. Puede que [El hombre] la evada, la esquive, la evite, la oculte, se aparte de ella o la desconozca, pero nunca se acostumbra a ella. Nadie se habitúa al dolor. Buscamos aliviarlo pero normalmente nos resistimos a sentirlo y padecerlo”.
Konrad Lorenz (etólogo y Premio Nobel), Sobre la agresión (1963) plantea que la violencia extrema entre humanos no es un estado natural, sino el resultado de presiones sociales, culturales o políticas que desbordan la capacidad evolutiva de regulación. El ser humano, dice Lorenz, “muestra resistencia emocional frente al daño directo al otro, lo cual indica que no se habitúa realmente al acto violento”. Y la sociedad es desbordada por su propia inacción al punto, que regular la corresponsabilidad social, lo que hace es normalizar la injusticia.
Amar y ayudar al prójimo, tomarlo en cuenta, es asunto del corazón no de la ley.
Y me continuó diciendo: “¿Crees tú que aquellos [as] que han sufrido de eroticidad infantil en los barrios o favelas de Latinoamérica [niñas adolescentes que tienen relaciones incestuosas y abortan con detergente] se acostumbran a vivir así ? ¿Sabías que niños de 8 o 12 años eligen matar sin motivo a cualquiera que transite en una calle o una autopista, para “pasar el exámen” de entrar a una banda de dealers? ¿Te has habituado al hambre, la miseria, a la muerte o la indiferencia de tu propio vecino, cuando jamás lo has vivido? Toda aquella reflexión retumbaba en mi cabeza. Un reproche difícil de asimilar.
El hombre que ha tenido oportunidades ciertamente no se acostumbra a vivir con la violencia, porque o no lo ha experimentado, o habiéndolo vivido, la prefiere olvidar. Lo que hace es aislarse de ella y vivir en su microcosmos. Quién logra movilizarse y superarse socialmente, es normal que quiera mostrar su nuevo estatus: sus logros, sus méritos, sus títulos; su casa, su carro, su reloj.
Pero olvidar el barrio de donde salió (y aún no habiendo salido de él) y no extender la mano a sus vecinos, genera un tipo de violencia soterrada-oculta y venenosa-que convierte al ignorado, en un ingrávido solitario. Un alma en pena que [re]siente porque a nadie le importa, ni siquiera a quien fue su vecino, es decir, porque tú ya no eres yo, y viceversa.
Esa carga de indiferencia se enquista como un peligroso hervidero social. Un factor de quiebre espiritual y estructural que conduce a la anomia, al nihilismo, a un estadio de endomorfia moral donde “la vida poco o nada importa, porque poco o nada le importo a los demás”. Entonces renunciamos a vivir considerando al otro, desconociendo sus carencias y miserias. Lo habitual no es no reconocernos como fabulosos, maravillosos, buenos y confiables sino como ausentes y libres de todo mal, que es sentirnos absueltos de toda responsabilidad social. Y llegó el desquite…
El perdón como herramienta de despolarización, revalorización y remoralización.
Arendt sostiene que la violencia nunca se convierte en un hábito humano natural, sino que es instrumental, frágil y dependiente de legitimación externa. La indiferencia frente al sufrimiento del otro —lo que denomina “banalidad del mal”— surge cuando el individuo evita enfrentarse a la violencia y delega responsabilidad moral. Es lo que hicimos durante 40 años de democracia pactada. Delegarle a AD y COPEI no sólo la responsabilidad social, sino el afecto mismo. Y me temo que el contador sigue en marcha, con Maduro y con el nuevo liderazgo.
Esa delegación del amor y el afecto en los líderes políticos y en el estado, debe permutar en nosotros. Los estudios demuestran que sólo el perdón es capaz de desanudar el rencor acumulado por la violencia pasiva. Aún no ponemos este tema sobre la mesa. No es perdonar a criminales. Es ofrecer disculpas a una sociedad relegada y olvidada, un país-desecho.
Después de 27 años de oscurantismo, odio y violencia, sospecho que la violencia pasiva sigue siendo un factor de quiebre histórico que no se discute [Tabú]. Es natural evitarlo. Es incómodo, decía, sentirnos responsables de lo sucedido, y mucho menos pedir perdón por lo que no sentimos hemos hecho.
Es lo que Zygmunt Bauman ha descrito como la distancia moral en las sociedades modernas, cuando los ciudadanos dejan de responder a la exclusión o a la opresión, porque sienten como algo lejano o inevitable. Entonces nos alejamos tanto de nosotros mismos, como lo hacemos del opresor...Es la anomia, es la polarización, es el hueco moral que vacía el alma de amor y la fraternidad. No es una división entre izquierda y derecha, rojos o liberales. Es entre incluidos y excluidos, queridos y desqueridos.
El reto es comprender que incluir al otro es reconocer sus errores o méritos como propios, pero también sus carencias y desafectos. Y no hacerlo exige redimir, como gesto virtuoso e inevitable. “Pobre de aquel miserable que aún siendo mísero no es capaz de darse misericordia a sí mismo [San Agustín]. Son tiempos de piedad y redención, pilares éticos de una transición política sostenible y de una transformación social real. Sin esos gestos, seguiremos perdidos en nuestro laberinto.
En nuestra II entrega sobre La Transición Sostenible, la banalidad del mal y la no normalización de la violencia.
@ovierablanco
