La política se puede considerar a menudo un negocio sucio, pero las sospechas de que Rusia busca dañar la campaña de Hillary Clinton para beneficiar a Donald Trump, han añadido un peligroso ingrediente a la ya controversial elección presidencial.
La política se puede considerar a menudo un negocio sucio, pero las sospechas de que Rusia busca dañar la campaña de Hillary Clinton para beneficiar a Donald Trump, han añadido un peligroso ingrediente a la ya controversial elección presidencial.
En realidad, en la era de la piratería cibernética, no debería sorprender que un país como Rusia, que siempre ha mostrado rivalidad hacia Estados Unidos, también quiere influir en los votantes de una elección general.
Sin embargo, la noticia de que 20.000 correos electrónicos fueron robados de los servidores del Comité Nacional Demócrata, por presuntos hackers rusos, el mes pasado, prendió las alarmas en Washington ante la posibilidad de que una potencia extranjera interfiera en las decisiones democráticas de Estados Unidos.
La renuncia del jefe de campaña de Trump, Paul Manafort, muestra un trasfondo “ruso”, luego de revelarse sus conexiones con el expresidente ucraniano Víctor Yanukóvich, de quien recibió alrededor de 12 millones de dólares, por servicios de asesoría, entre 2007 y 2012. El antiguo mandatario de Ucrania, destituido en 2014, es un estrecho aliado del presidente ruso Vladimir Putin.
Esta "conexión rusa" reforzó la convicción de que Moscú sigue desempeñando un papel siniestro, al mejor estilo soviético.
En esta guerra de secretos, medias verdades y mentiras, WikiLeaks, otro jugador global de los trucos sucios, ha anunciado que tiene una gran cantidad de correos electrónicos sobre supuestos escándalos que involucran a la Fundación Clinton y que podrían salir a la luz próximamente, y que según los partidarios de Trump destruirán las posibilidades presidenciales de Hillary por la presencia de capitales foráneos para obtener influencia en los asuntos internos.
El uso de estratagemas durante las campañas electorales ha sido también un recurso utilizado en Estados Unidos.
El caso más notable fue el espionaje telefónico y robo de documentos del Comité Nacional Demócrata en el edificio Watergate, en Washington, en los años 70, que llevó al presidente Richard Nixon y a su equipo a encubrir su implicación en el escándalo, lo que provocó su posterior renuncia a la presidencia.
Es difícil saber todavía qué candidato podría verse más afectado por la utilización de trucos sucios en la escena electoral, pero es claro que se está jugando a influenciarla.
Las exuberantes alabanzas de Trump hacia Putin, por ejemplo, no incomodaron en un principio, pero ahora que cualquier referencia a Rusia tiene connotaciones peligrosas, tal vez no tenga la misma acogida entre los estadounidenses.
Por el momento, Clinton ha demostrado ser más vulnerable al hacking malicioso y a las fugas de información. Pero ¿qué tal, si los votantes enojados con esa interferencia externa reaccionan simpatizando con ella?
De cualquier manera, con la Casa Blanca en mente, mientras Clinton insiste en que a pesar del asunto de los correos electrónicos, ella es confiable, Trump ha bajado su tono radical para tratar de convencer a votantes alarmados de que lo suyo es también ser moderado.
Juegos sucios o no, la madurez política implica admitir a tiempo y rectificar porque los votantes se ganan en base a la autenticidad del mensaje. Nadie quiere depositar su confianza en alguien producto de la gestión inteligente del comando de relaciones públicas de un partido para estar al frente de la Casa Blanca.