miércoles 12  de  noviembre 2025
OPINIÓN

Montando un buen pollo

Conozco la rutina. Desayunar y sentarse frente a un montón de manoseados papeles. Garabatos en varias direcciones
Diario las Américas | ITXU DÍAZ
Por ITXU DÍAZ

Ultimo estos días un manuscrito. Pasan los años y los libros y la sensación siempre es la misma. Varias cabezas inquietas rodean al autor, declinante y declinado. Consultan su reloj. Mientras observo, agazapadas en los márgenes, palabras crudas que he de cocinar a toda velocidad. Párrafos que debían haber salido hace tiempo de este escritorio porque están cogiendo moho. Y sin embargo, la espera es eterna. Y las preguntas que me hago siempre son las mismas que cada mañana, en el ritual del desayuno. ¿Por qué tarda tanto la rebanada de pan en saltar de la tostadora? ¿Es perezosa, es incapaz o lo hace por rencor hacia mí? ¿Me odia acaso la tostadora? ¿Se siente infravalorada frente al horno inteligente? ¿Envidia tal vez la jugosa vida del exprimidor de naranja? ¿O es que simplemente le enfada calentarse tan temprano por mis madrugadoras costumbres de escritor? Ella calla. Solo habla cuando salta. Y su idioma se reduce a una palabra: la que emite el muelle al expandirse en libertad. De ese modo no hay manera de entenderse con la tostadora. Ni con el escritor en ciernes de entregar un manuscrito.

Como ella, yo también me lo pregunto. ¿Por qué se hacen tan largos los últimos galopes de la carrera final de una obra? Todo está escrito, dice la tradición. Pues no. Todo no. A mi último libro siempre le falta algo. Siempre parece vivir entre algodones, como un bebé, aunque lleve más tiempo macerando que la familia Castro en su pesebre del poder. Bailan las ideas, las erratas, las faltas mecanográficas y las inconfesables faltas de ortografía. En realidad, los escritores no cometemos faltas de ortografía, es la ortografía la que en alguna ocasión nos falta a nosotros.

Conozco la rutina. Desayunar y sentarse frente a un montón de manoseados papeles. Garabatos en varias direcciones. Preguntas que el autor anota en los márgenes y que nadie responde, porque quien debe contestarlas es el propio autor y no acostumbra a resolverse sus propios enigmas y dejar constancia escrita de tal estupidez. Y de vez en cuando, la luz al final de túnel. Eso es cuando miras el calendario y calculas que podrás entregarlo antes de las primeras trompetas del Apocalipsis.

A la hora de comer, el libro sigue ahí. El bloc de notas, junto al tenedor, para cuando la palabra que te falta te venga a la cabeza, que suele ser entre el primer y segundo mordisco a la pizza.

La palabra brota cuando más te molesta. En la peluquería, cuando te están lavando la cabeza y estás amordazado en una bata blanca. Entonces tienes que pedirle un segundo al peluquero, para, en lamentable situación de enjabonamiento mental, deslizar los deditos sobre el móvil tratando de anotar la clave en una notita que luego, cuando sales del barbero, no hay quién la encuentre. Ocurre también en la ducha. Es probable que las mejores frases de todos mis libros hayan brotado en la ducha o del fondo de una cerveza.

Todo esto acontece al escritor. Y lo desvela. De ahí que pueda decirse que el escritor solo tiene un problema: su vida. Todo lo demás puede triturarse en palabras y exhalarse como bocanadas literarias, meciendo el nervio de vivir con la mano queda del que es capaz de expulsar sus infiernos por la punta de pluma. Mis amigos escritores conocen bien la sensación. Cuando están en este trance de dar las últimas puntadas a una obra, si intentas quedar con ellos, hiperventilan. Y a veces incluso escupen verbos arcaicos por las orejas y emiten pitidos por la nariz. No quieren saber nada del mundo mientras no nace el pollo. Son demasiados meses incubando el huevo como para que cualquier cosa mundana pueda romper la cáscara. Y los comprendo, porque es terrible la diferencia entre que llegue a las librerías un pollo hecho y derecho o un huevo chafado. El pollo hace feliz al lector. El huevo roto lo imbuye en una suerte de melancolía: la del pollo que pudo ser y no fue. Pero calma. El mío será un pollazo. Con pico y patas.

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