sábado 25  de  enero 2025
OPINIÓN

Putin: ¿un paria en la escena internacional?

La actitud de Vladimir Putin no sorprende. Él, a manera de zar moderno, presenta a Ucrania como deudora de Rusia
Diario las Américas | EDUARDO MORA BASART
Por EDUARDO MORA BASART

El clima de tensión que permeó la geopolítica internacional trascendió hasta un hecho concreto: Rusia invadió a Ucrania este 24 de febrero. Una de las demostraciones imperiales más flagrantes de este siglo y la crisis político – militar más importante que se antepone a Europa desde la invasión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) a Yugoslavia en 1999.

La actitud de Vladimir Putin no sorprende. Él, a manera de zar moderno, presenta a Ucrania como deudora de Rusia en su formación nacional. Delirium tremens propio de los dictadores que, como expresa el escritor John Gunther, siempre son seres anormales y, en este caso, con la desfachatez de aducir la “desmilitarización y desnazificación” ucraniana como móviles políticos para desarrollar la invasión. Aunque en ningún momento Putin aduce, por ejemplo, que el actual presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, es un judío y su familia fue objeto de grandes desmanes en los campos de concentración nazi o que él posee vínculos con Orbán, Marine Le Pen y el OKIP inglés.

Es real que grupos nacionalistas ucranianos tuvieron la falta de visión histórica de percibir la ocupación nazi en 1941 como una opción para independizarse de Moscú. Ellos alabaron la denuncia hitleriana de las fosas comunes encontradas con miles de cadáveres de los cerca de 7 millones de muertos del período 1932 – 1933 - tomando como referencia el censo de 1937 - víctimas de la Gran Hambruna (Holodomor). No es menos cierto, tampoco, el actual auge de la ultraderecha - fenómeno extendido en Europa – y la manipulación en Ucrania del discurso nacionalista con el apoyo de un sector poblacional. En ese proceso el propio Stepan Bandera, con una vida polémica, es reverenciado como héroe nacional en la región de Galitzia, siendo primero aliado del nazismo y después luchador contra él; pero responsable, junto a sus seguidores, de la muerte de 70 mil judíos entre 1941 – 1945. Bandera fue asesinado en 1959 por un agente de la KGB.

La alocución de Putin el 24 de febrero destiló arrogancia. En ella sugirió el posible uso de armas nucleares de ser necesario -puestas en alerta de combate este domingo -; dijo que frenará cualquier intento de adhesión a la OTAN en su zona de influencia; e instó al desplazamiento de sus líneas hacia el este. Un tema que pone en vilo a las antiguas repúblicas soviéticas de Letonia, Estonia y Lituania: miembros del tratado militar desde 2004.

Ucrania enfrenta un estigma histórico. Es la llave de toda pretensión imperial rusa y hasta tuvo la desgracia de que en su territorio fue la explosión del Reactor 4 de Chernóbil (1986), esparciendo nubes radiactivas por todo el hemisferio norte, un suceso que despertó la conciencia nacional sirviendo de catalizador a la posterior debacle soviética, produciendo, además, profundas fisuras en la parte comunista del Telón de Acero.

El granero de Europa fue, además, desvirtuado a inicios del siglo XX por corrientes de pensamiento rusas y alemanas: en ese momento Ucrania no poseía un estado nacional. Por eso, Putin exalta a Lenin y los bolcheviques como salvadores al proveerlos de él. Ese imaginario teórico aún pervive entre renombrados politólogos soviéticos, que sientan cátedra en universidades europeas desde perspectivas slavófilas o rusocentristas.

Pasados más de cien años Ucrania permanece dividida en tres facciones. La primera se concentra en la parte occidental, posee tendencia católica, es defensora de la lengua nacional y la identidad ucraniana; los segundos son orientales, ortodoxos y profesan fidelidad a Rusia; estando el tercer grupo en medio de ambos, moviéndose a sus extremos y proliferando de él la clase política que gobierna, quien aún no ha superado el antiguo modelo autoritario soviético.

Los conflictos Rusia – Ucrania se redimensionaron al proclamarse la independencia ucraniana el 5 de mayo de 1992. Entonces, se centraron en el interés por la Península de Crimea, un problema que parecía solucionado por el Tratado de 1997, al ratificar que el territorio pertenecía a Ucrania. Desde ese momento a la actualidad, el Kremlin arrebató territorios a Abjasia y Osetia en Georgia (2008), se anexó la Península de Crimea (2014), y condicionó un conflicto bélico en el este de Ucrania con la ruptura de dos zonas separatistas (Donetsk y Lugansk).

Es admirable esta invasión de Putin. Ahora se impone frenar su empuje en Eurasia, lo que devenía preocupación geoestratégica desde los años de 1990. Uno de los más visionarios pensadores estadounidenses del pasado siglo, Zbigniew Brzezinski, alertó, una y otra vez, sobre una verdad de Perogrullo: después de la derrota en la Guerra Fría Moscú se reorganizaría para arremeter en una tercera ola imperial. Por eso, expuso hasta la idea de desmembrar el país en cuatro o cinco partes. Fue, además, un error histórico, obnubilados por la caída comunista, aceptar, tácitamente, la carta de Boris Yeltsin al Secretario General de la ONU, Javier Pérez de Cuellar, el 24 de diciembre de 1991, donde aseguraba que el puesto de la URSS en esa organización y su Consejo de Seguridad iban a ser ocupados por la Federación Rusa.

El actual manejo del tablero político es muy peligroso. La apertura fue errática en el período 1990 – 2020. Debemos preguntarnos ahora: ¿Serán coherentes las actuales jugadas? ¿Viviremos una guerra nuclear o mundial? ¿Qué costo pagará el pueblo de Ucrania? ¿Qué capacidad tendrá Rusia para soportar las sanciones económicas? ¿Qué daños generarán en la comunidad internacional? ¿Podrán extenderse las sanciones al área del petróleo, el gas, agricultura y alimentación? ¿Qué acuerdos derivarán de esta intervención militar? ¿En qué condiciones morales quedarán EEUU y la Unión Europea tras esta violación del derecho internacional? ¿Qué repercusión tendrá en el futuro accionar de China en conflictos como el que enfrenta con Taiwán?

El chantaje político de Putin parece haber sido desarticulado. La respuesta de la comunidad internacional se fusionó en un bloque coherente. Incluye la activación, por vez primera en la historia, de la Fuerza de Respuesta de la OTAN integradas por tropas francesas, alemanas y estadounidenses; el cierre del espacio aéreo europeo a los aviones rusos; la exclusión del sistema bancario de Rusia de la Red Swift - utilizado para realizar pagos transfronterizos rápidos y seguros - ; la Unión Europea autorizó este domingo un paquete de 500 millones de dólares para el envío de armamento , aviones de combate, combustibles y medicina a Ucrania: Polonia ofreció su territorio para la entrega de todo el material; la mitad de las reservas del Banco Central Ruso (BCR), situadas en países del G – 7, serán congeladas; fueron prohibidas las transmisiones de Russia Today y Sputnik desde Europa; España envió 20 toneladas de equipos militares de protección; la Casa Blanca aprobó el envío directo, algo sin precedentes, de cohetes Stinger, los mismos que aterrorizaron a las tropas rusas en Afganistán; espero sobrevenga un largo etcétera.

Está anunciada, quizás, la mayor crisis humanitaria del último período en Europa. Se espera el desplazamiento de 7 millones de ucranianos. Polonia, Eslovaquia y Rumanía ya abrieron sus fronteras. El rublo alcanzó la mayor baja en su cotización al situarse a 119 por cada dólar estadounidense, y se pronostican largas filas ciudadanas en los bancos de Rusia para la extracción de las reservas personas ante la actual desconfianza financiera.

En el momento en que lea este comentario, quizás tengamos repercusión de la Asamblea General de la ONU que, a propuesta del Consejo de Seguridad, debe sesionar de emergencia este lunes. Aunque los acuerdos en ella no son vinculantes, es decir no son de obligatorio cumplimiento, será interesante corroborar, una vez más, las posiciones de Cuba, Venezuela o Nicaragua, principales bastiones rusos en América Latina. Es probable que se abstengan en la votación, aunque el Ministro de Relaciones Exteriores cubano, Bruno Rodríguez Parrilla, anticipó que los rechazará, en una de las mayores vergüenzas diplomáticas del siglo XXI, llegando a sentenciar: “Rusia tiene derecho a defenderse…” Bielorruria, principal agente local de Putin, acogió este lunes el inicio de conversaciones que buscan un “alto el fuego inmediato y la retirada de las tropas rusas”.

El derecho de Ucrania a ingresar en la Unión Europea y la OTAN debe respetarse. No coincido con quienes apuestan por un pacto de neutralidad a la usanza de Finlandia, Austria o Suecia como mecanismo. En una interesante analogía con la novela de Leon Tolstoi, Ana Karenina, que escuché, se aseguraba: vivimos una situación política que nos acerca a los momentos más álgidos de la Guerra Fría, sumidos en un triangulo donde se enfrentan Anna: Ucrania, su esposo Karenin: Rusia, Vronsky: Unión Europea, esperando que los devaneos de los gobiernos de turno no hayan lanzado a Ucrania a la línea de un tren camino a Bielorrusia y Georgia.

Eran imprescindibles las conversaciones entre Ucrania – Rusia. Los anales de la historia las rubricarán como un diálogo, cuando en ellas los emisarios de Putin intentarán monologar sobre imposiciones al pueblo ucraniano que, de ser aceptadas, devendrán paso importante en su cruzada para recuperar los antiguos dominios soviéticos y marcar límites a occidente. Serán, además, un lastre a más de un siglo en el que Ucrania pretende hacer realidad su existencia como nación, con momentos cumbre que incluyen Maidan I (1990), la Revolución Naranja (2004) y el Maidan II (2014), protagonizados por una generación de profunda vocación ucraniana, que se lanzó a las calles a exigir decisiones soberanas y que hoy empuñan las armas contra el ejército ruso.

Desde octubre de 1962 el mundo no estuvo tan cerca de una guerra nuclear o una Tercera Guerra Mundial, por eso urge poner freno al sueño descabellado de la Gran Rusia, convirtiendo a Putin, como aseguró Joe Biden, “en un paria en la escena internacional”.

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