Ahora mismo los mejores y más avezados oficiales de la inteligencia cubana deben estar volando a Caracas. El ruido de la prensa internacional sobre una posible conversación de Nicolás Maduro con el presidente Trump los debe traer de cabeza.
Vivencias que toman forma de relatos y conllevan a la reflexión
Ahora mismo los mejores y más avezados oficiales de la inteligencia cubana deben estar volando a Caracas. El ruido de la prensa internacional sobre una posible conversación de Nicolás Maduro con el presidente Trump los debe traer de cabeza.
Si realmente el dictador venezolano contempla una fuga a Qatar, (como anuncia un testigo protegido desde su refugio en Estados Unidos), estaría condenado a muerte al régimen de La Habana.
A todas luces Washington le ha trazado una marca de tiza en el calendario y el antiguo chofer sabe que debe decidirse antes del 24 de noviembre: O se inmola a lo mártir y espera los bombardeos, o se larga a un retiro dorado con garantías “Made in USA” de que no lo irán a buscar a su escondite.
Tengo un desconfiado en el barrio que cree que todo es un plan para ganar tiempo y que los oficiales cubanos no tienen que volar a Caracas porque el guion está escrito a cuatro manos entre ellos y los rusos. “Lo único cubano que ha aumentado ahora mismo en Venezuela es la escolta de Maduro, los aviones desde La Habana lo que traen son más guardias de la isla para cuidar al dictador, que el tipo no confía ni en sus militares”.
O sea, que Maduro no se va a ningún lado, según el análisis del vecino: “ese cabrón está asumiendo la postura de Vladimir Putin; que promete de todo y luego hace lo que le da la gana”.
A través del diario The Telegraph, desde el otro lado del océano, analistas británicos ven de forma distinta la ecuación: ellos creen que Trump apunta a La Habana y que la jugada es presionar a Maduro para que se largue y deje solo al régimen cubano, que sin la escuálida ayuda del socialismo a lo Chávez no tiene cómo sobrevivir. Para ellos el blanco es Diaz Canel y Maduro solo la preparación artillera de la gran ofensiva.
La imagen del perdón dorado para Maduro no está siendo muy aplaudida entre la comunidad de exiliados venezolanos, “hay que sentarlo en el banquillo, con estas alimañas no se puede jugar: o se meten en la cárcel o reaparecen”, dice Olivia; tequeño en mano, “a quien lo dude que vea la momia de Daniel Ortega y su regreso definitivo en Nicaragua”.
Hay un pesimista, Eladio, me habla en voz baja, “para evitar que me espíen”, como si conversar por el teléfono no fuera suficiente. “esto no va a ningún lado, Trump improvisa y al final no pasamos de una maniobra, un ejercicio militar como el de todos los años, pero disfrazado ahora de superoperativo”.
Eladio insiste con que cada viernes nos acostamos con la esperanza de que “ahora si viene lo bueno” y que tenemos que disimular el desencanto los lunes “porque durante el fin de semana no cae ni un cohete en Caracas”.
Sheffy cree que es todo lo contrario, “nadie mueve tanta cosa para nada”, dice mientras saca cuentas de lo que cuesta el portaaviones, los cazabombarderos en Puerto Rico y los proyectiles lanzados contra las lanchas en el Caribe y el norte del Pacifico, “que para hundir las lanchitas de Regla no hace fata un portaviones” me dice en una típica analogía habanera. “además si ya puso tanto sobre la mesa, no se puedes retirar de la partida de póker, sin dinero y sin prestigio”.
Analizándolo fríamente a todas las partes le conviene una salida negociada y la mejor puerta de escapatoria para esta emergencia sigue siendo la partida de Maduro, a quien la cosa se le ha puesto muy fea: no le entra dinero, no confía ni en su sombra, a nivel mundial lo han puesto como el narcotraficante principal y no tiene como pagarles a los supuestos aliados comprados con petróleo en el pasado.
Un cambio de gobierno, total o parcial sería suficiente para que Trump cantara victoria en otra guerra y ordenara el regreso de las huestes triunfantes a los puertos del sur de La Florida.
Habría que ver entonces el segundo capítulo de la nueva tragedia, ¿dónde quedan María Corina Machado y sus seguidores?, ¿qué posición se le garantizaría en una hipotética negociación ente Maduro y Trump?
Porque siempre sería una negociación y no una rendición incondicional como muchos esperamos que suceda.
Un oportuno símil:
A principio de los noventa, la negociación de paz en Angola estaba en peligro ante los continuos enfrentamientos entre el canciller Pik Botha, (al frente de la comisión negociadora sudafricana) y Jorge Risquet, (el atorrante impuesto por Fidel Castro como representante de La Habana).
Entonces los delegados de Estados Unidos, (encabezados por el secretario de estado adjunto para África, Chester Crocker), abordaron a otros miembros de la delegación cubana en un encuentro informal en el patio del hotel, desde entonces conocida como “la reunión de la piscina”.
Allí les hicieron ver que con Risquet no llegaban a ningún lado y que debían jugar a cuatro manos, que al final podrían regresar cada uno a su casa declarándose por su cuenta como los victoriosos de la jornada, aunque hubieran tenido que bajarse un poco los pantalones.
Gracias a dios así sucedió: se fue Risquet, quedó Alcibiades Hidalgo, por entonces el vicecanciller cubano, (hoy un miembro más del exilio), y desde entonces, tanto en La Habana como en Pretoria, gritan a los cuatro vientos que fueron ellos los que se impusieron en aquel largo y ya lejano conflicto.
La historia se puede repetir con un Maduro desde Qatar y un presidente Trump desde la Casablanca anotándose el gol por separado y denigrando del otro. Aun así, con esta ambivalencia e inconformidad de muchos, sería una solución… ¿tal vez la solución?
