sábado 25  de  enero 2025
RELACIONES LABORALES

Tormenta de democracia

MIAMI.- Un trabajador bien tratado es capaz de conformar verdaderos sentimientos de pertenencia con su compañía

Diario las Américas | FRANK DÍAZ DONIKIÁN
Por FRANK DÍAZ DONIKIÁN

MIAMI.- La orden me fue dada con el  mismo sigilo de una operación encubierta. Se grabarían en video unas conferencias a puertas cerradas por parte de estadounidenses, en exclusiva para escogidos dirigentes.

Con el equipamiento U-matic del momento se cubrieron en total 35 horas de instrucción sobre los llamados Círculos de Calidad, Mediación en Conflictos Laborales y Tormentas de Ideas.

Tales corrientes ya funcionaban en Japón, Corea del Sur y Taiwán.  En Estados Unidos comenzaban a aplicarse a pedido de compañías con bajos crecimientos productivos, pese a sus grandes potenciales.          

En todos los casos, los estudios enseguida demostraban que el factor humano era clave para un alza económica. “Mucha gente sentían que no eran tomados en cuenta, y sólo se esforzaban lo suficiente para mantener empleo y sueldo”, puntualizaban los especialistas.

Uno de los ejemplos a debate fue acerca de una eficiente secretaria, pero que solía regresar tarde de su almuerzo. La gerencia pensó en rescindirle el contrato, aunque ello causara gastos en entrenamientos e inestabilidad burocrática.

Un veterano trabajador de la firma supo que al mediodía rebajaban artículos de primera necesidad en una tienda cercana. Y que la muchacha aprovechaba ese tiempo para hacer las compras del día, y así estirar su magra paga.

Conclusión: la entidad escuchó al viejo empleado y determinó pagarle mejor a la chica. Así las cosas, ganaron ambas partes.

No había momento en que los “americanos” dejaran de asombrar. Una profesora, en medio del aula, con los pupitres dispuestos en forma de herradura, preguntaba algo y de inmediato se acuclillaba para estar al mismo nivel del alumno que respondería. “Nada de verticalismos”-decía. Todo era tratado en igualdad de planos.

Pasados veinte y tantos años, tales lecciones democráticas parecen haber quedado a la zaga, aún cuando no hubo fin de la historia y el mercado fue incapaz de regularlo todo.

Sin embargo, aquí y ahora mismo, sobran las compañías cuyas orientaciones son de ordeno y mando. En tanto, a sus asalariados sólo les toca obedecer a pie juntillas, con tal de seguir llevando el pan a casa.

En tales empresas no suele monitorearse la real dinámica del quehacer in situ. Ningún directivo tiende a averiguar con los reales hacedores de riquezas en qué mejorar y cómo lograrlo.

De tal modo, proliferan dueños o supervisores prepotentes y groseros, al estilo del personaje de Meryl Streep en el filme The Devil Wears Prada.

Abundan los superiores que avergüenzan, aplastan y marginan cuando gritan a sus antojos. Sobran los jefes que no dan derecho a la explicación como réplica, ni escuchan la más mínima opinión ajena para buscar soluciones.

Situaciones como esas pululan por doquier, y es porque una mayoría hemos dejado de combatirlas. Sabido es el embrollo de tiempo y recursos que demanda cualquier gestión legal, o el pavor que le causa a cualquiera ser cesanteado.

Pero hay cosas aún sin precio. No debe haber peculio que pague el bochorno, porque no sólo de dinero vive el hombre.

Todo empleador debería comprender que quienes viven de brindar su experiencia, talento y hasta fuerza corporal; llevan también consigo buena carga de espiritualidad provechosa, muchas veces expresada en la honestidad y el tesón, como lo mejor heredado de casa.

Un trabajador bien tratado es capaz de conformar verdaderos sentimientos de pertenencia con su compañía. De tal modo, en ciertos países capitalistas desarrollados de Asia es común que alguien se le presente diciendo su nombre de pila y familia, y a continuación pronuncie con orgullo el de la entidad donde se gana la vida.

Es de creer que un empleado suficientemente considerado por sus patrones, establezca compromisos de lealtad con ellos, y por ejemplo, siga laborando en el hogar, ideando cómo hacer más con menos, tratando de ahorrar tiempo, energía, y por ende dinero para la empresa, que también es un poco suya.

Infelizmente de aquellos estadounidenses no se supo nunca más. Se dice que luego las autoridades federales los multaron por “venta de tecnología al enemigo”. Por su parte, los funcionarios tampoco pudieron aplicar  los conocimientos adquiridos, porque Cuba fue reacia a todo cambio ante la extinción del socialismo en Europa Oriental.

Hoy, que estamos remontando la segunda crisis económica más honda de este país, no bastarían más millardos de rescate gubernamental a bancos y corporaciones para conseguir mayor despegue.

Un crecimiento de verdadera potencia se complementaría en verdad contando con ese trabajador de fila, honesto y comprometido.

No sólo sería brindar mejores tratos y salarios. Es cosa de proporcionar mayores campos de acción ante el capital privado, tal como ya se ha logrado en la vida política de esta gran nación.

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