Sentado en la arena. En la orilla. Abrigado como en pleno invierno. Al sol de la primera luz del viernes. Brisa del Atlántico. Frío. Limpio. No recuerdo la última resaca. Extraña la lucidez que brinda este amanecer de mayo. Abierto a comprender a fondo la luz musical de Dorian. Toda España y todo México, Londres, Lima, Bogotá, París, Buenos Aires, y decenas de ciudades de todo el planeta, latiendo en las venas de sus canciones. Que suenan en mis auriculares a un volumen que haría enloquecer a todas estas gaviotas, y levantaría tormentas de arena en toda la costa, como las espirales a las que nos empuja Marc, ese chico barcelonés que cumple ahora diez años reventando la escena musical en español con belleza y silencio. Qué dos armas para partir el mundo en dos. La belleza para llegar al final del camino, al infinito, a Dios. Y el silencio para escuchar las voces sutiles y melancólicas de la belleza.
Clavo las manos en la arena mojada. Suena “Paraísos artificiales” y pasan por mi mente las caras de todos esos amigos que eran para toda la vida, pero entonces no sabíamos que la vida cabía en una botella de ron. Y esas chicas que un día nos hicieron olvidar el dolor, iluminando las tinieblas con su presencia. Y esos antros en los que nos dejamos perder, creyendo que nunca habría que recorrer el camino de vuelta a casa. Esos paraísos sin cerrar, pintados con la fina brocha de unos arreglos de cuerda superiores, con la vaporosa atmósfera de las mejores teclas, con la voz templada de Marc, llevando en su nuevo disco al terreno de la calma una canción que en su día fue un estremecedor huracán. Pinto en la arena el título del álbum: “Diez años y un día”. No sé lo que pensarán al verlo, más tarde, los solitarios, los melancólicos, que pasean a diario la playa con los pies descalzos.
Se me empaña la mirada en la espuma blanca de la orilla. Son los primeros acordes de “El temblor”, que me trasladan a aquel año difícil, tan lejos de casa, en medio del terremoto, el caos, el descontrol, y los saltos sin red. México en el alma de Dorian, asoma sin remedio para esculpir metáforas universales. Aquel año. No lo puedo arrancar de mis días. Cuando tuvimos que agarrarnos unos a otros para evitar que nos llevara la marea hasta el desagüe. Cuando sangramos soledad por poner un pie en el suelo y evitar ser derribados por el viento. Pero sobrevivimos. Y sonaba mucho, en aquellos días agridulces, ese disco de Dorian. Rompen ahora las olas con fuerza. Despierta el mar, testigo de que hemos salido vivos de la jungla de fuego. Quizá por eso hoy “El temblor” me sigue helando la sangre. De Buenos Aires a París, y ese cielo lánguido, y nosotros compartiendo el vacío. Diapositivas de un tiempo que fue mejor porque nos hizo fuertes. Y peor porque nos obligó a ser fuertes. Como sea, polvo blanco tras la batalla, y una silueta, negra y tambaleante, como la del Duque más crepuscular: “De dónde nadie vuelve / yo te vi regresar / con un sol en los labios / que te puso el mezcal”.
Me dejo caer en la duna. Con “Arrecife”. Paz. El cielo rompiendo miles de azules encima. El mundo, como canta Marc, es ahora un rumor lejano. Muy lejos, la enferma velocidad de los coches llegando tarde al trabajo. Cuando quieran darse cuenta también habrán llegado tarde a la vida. Abruma la sensación de prescindible pequeñez humana, bajo la bóveda celeste infinita y frente al mismo mar que ha visto nacer las primeras canas de esta lenta inmadurez. Dios está ahí, por suerte, y eso lo cambia todo. En este hallazgo, tal vez, no coincida con Marc. Pero sí en todas las búsquedas. Que si algo distingue las letras, el arte y la profundidad musical de Dorian del montón ruidoso de grupos, es la serena búsqueda de razones, la filosofía, las lecturas; qué maravilla cuando alguien con talento se entrega sin descanso a libros que pueden abonarlo.
Suena la eterna. La joya. La primera y la última. Suena “Cualquier otra parte”. Y me levanto, claro, como miles de personas en cientos de auditorios. Y camino por la playa sin dirección. Porque aquí Marc retrata con crudeza y luminosa poesía a toda una generación, perdida en pastillas rosas, en sueños mortecinos, en furores digitales, y en ganas de huir. Acaricio el disco, sonrío como el loco de una canción de Perales, miro al horizonte, y pongo rumbo a cualquier otra parte.