sábado 23  de  marzo 2024
DE PELÍCULA

Tarantino ilustra el foso de Poe

Calificar de sangrienta una película de Quentin Tarantino es una redundancia.  Pues bien: la recién estrenada The Hateful Eight, (Los odiosos ocho), es la película más sangrienta de toda su carrera

Por JOSÉ ANTONIO ÉVORA

José Antonio Évora

La Guerra Civil terminó hace pocos años y estamos en el crudo invierno de Wyoming. El cazador de recompensas John "The Hangman" Ruth (Kurt Russell) va camino a Red Rock esposado a su presa, la temida Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh).  Por ella ofrecen $10,000 dólares viva o muerta, pero él prefiere llevarla viva porque le gusta ver cuando ahorcan a sus prisioneros.  A la diligencia suben en el trayecto el mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson), otro cazador de recompensas con un botín de tres cadáveres, y un pintoresco individuo que se presenta como el nuevo sheriff de Red Rock (Walton Goggins).  Durante el viaje, Warren le enseña a todo el mundo una carta que le escribió de puño y letra Abraham Lincoln.

Van a pasar la noche en un alojamiento de tránsito donde hallarán a cuatro desconocidos: el general de la Confederación "Sandy" Smithers (Bruce Dern), Grouch Douglass (Michael Madsen), El inglés (Tim Roth), y Marco el mexicano; efectivamente, el actor mexicano Demián Bichir.  Roth y Madsen, por cierto, vienen trabajando con Tarantino desde Reservoir Dogs en 1992.  El encierro a que los obliga la tormenta de nieve es la caldera perfecta para cocinar un infierno.

Si los hermanos Coen no hubieran usado ya el título en 1984, esta película podría muy bien llamarse Blood Simple, algo así como “Simplemente sangre”.  Pero la cosa no es tan simple.  En la obra de Tarantino, la sangre es un fetiche demasiado significativo. Su violencia es la representación de un extremo que obliga al espectador a pensar en todo el trecho humano recorrido para sobrevivir hasta allí; la punta de la cuerda usada para sacar del fondo y de las paredes del foso de Poe lo que el propio narrador ve con espanto (“todos los horrores menos ese”) sin atreverse a describir.  Siglo y medio después, Tarantino los ilustra en pantalla ancha y a todo color.

Son horrores representados como si no fueran una extravagancia y que, por obra y gracia del talento del cineasta, llegan a ser percibidos con naturalidad.  Lejos de presumir de audacia, lo políticamente incorrecto encaja como un grito de que aquí no se escamotea nada.  Cuando disimulamos con buenas intenciones, las malas sacan a pasear a sus demonios impunemente.  Cierto es que la posición política de Tarantino sale muy a flote (una pista: de los ocho, el único que tiene los dientes blancos y limpios es Warren, el negro).  Ojalá todos los puntos de vista políticos, en el arte y en la vida cotidiana, se expresaran con la misma franqueza.

Pantalla ancha, porque el cineasta se empecinó en filmar su octavo largometraje con película de 70mm.  De hecho, uno de los trailers cierra así: “Véalo en los gloriosos 70 mm Ultra Panavision 70”.  Para que se tenga una idea de lo que eso significa en la era digital: Robert Richardson, el director de fotografía, recuperó lentes que no se usaban desde Khartoum en 1966 y que antes sirvieron en los rodajes nada menos que de Ben Hur (1959).  Si tiene la oportunidad, vea la película en una sala donde usen proyectores de 70mm.  Es un gustazo.  La función tiene intermedio y todo, como en el teatro.

Jennifer Jason Leigh confesó que, antes de filmar The Hateful Eight, se le había olvidado quién era ella como actriz. Y es increíble cómo uno puede ver un actor en otro por culpa de un director de cine.  Eso pasa con Tim Roth aquí, cuyo lugar en el reparto pudo muy bien haber ocupado Christoph Waltz, el demoledor Dr. King Schultz de Django Unchained.  Para colmo, la música es de Ennio Morricone, el genio cómplice de Sergio Leone en los Spaghetti Western

¿Todavía tengo que decir si me gustó The Hateful Eight?

 

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