LA HABANA, CUBA — Un año después de que las intensas rachas de viento del huracán Ian destruyeran más de cien mil viviendas en la provincia Pinar del Río, 175 kilómetros al oeste de La Habana, todavía la desolada cabaña de Carmelo, un campesino de 56 años que cultiva plátanos y boniatos en un paraje intricado del municipio San Juan y Martínez, tiene por techo una lona de color verde con el desteñido logo de la cerveza Cristal.
A la entrada del ruinoso rancho un caballo enclenque, atado a una estaca de cemento, bebe agua de un charco. Unas gallinas criollas pican migajas de pan viejo alrededor de la esposa de Carmelo que tiende al sol un par de sábanas blancas.
En el fondo del bohío están los cimientos de su futura casa. “Aún me falta el cemento, necesito más o menos un millar de bloques y cabillas para poder levantar las paredes y tirar la placa. Al menos ya comencé”, dice Carmelo con una sonrisa que pretende ser optimista.
Cuando usted le pregunta si fue el gobierno el que le gestionó los materiales para construir su casa, el guajiro pinareño hace un gesto contrariado. “No mi’hijo, que va. Eso lo he comprado vendiendo viandas y ayudando en la siembra del tabaco a un compadre mío. El Estado lo único que me dio fue la lona, un funcionario de turismo me la prestó y me dijo que cuando tuviera mi casita de placa se la devolviera. ¿Cuándo será eso?, le pregunté, y el muy descarado me dijo: 'Pronto, confíe en la revolución que no deja a nadie desamparado. Luego se montó en su carro con aire acondicionado y se fue. Hasta el sol de hoy. Por aquí no ha pasado más nadie”, cuenta Carmelo.
Si usted recorre zonas como Viñales, La Coloma, San Juan y Martínez, San Luis o el poblado El Cayuco, al sur de la ciudad de Pinar del Río, notará que trece meses después del paso del ciclón Ian, miles de viviendas continúan dañadas.
Según un informe del régimen, solo se han recuperado el 32% de los 103.934 inmuebles dañados por el huracán. El ministro de la construcción, René Mesa Villafaña, reconoció que “aunque han existido baches en la transportación, el volumen de recursos entregados a Vueltabajo, que abarca en lo que va de año 10.410 toneladas de cemento, debió permitir la solución de más del 50% de las afectaciones”.
José Eduardo, 43 años, vive en una pequeña choza a una milla del caserío El Cayuco, lo más parecido a un pueblo del viejo oeste estadounidense, donde los hombres andan en carretones halados por caballos y el viento de otoño provoca una nube de arena levantisca.
"Cuando yo leo o escucho declaraciones de Díaz-Canel, Marrero, el ministro de la construcción y toda esa banda de cachanchanes sobre la evaluación de los daños en Pinar del Río me dan gana de alzarme en una loma. Esa partía de barrigones no tienen perdón de Dios. Además de mentirle al pueblo se burlan de nosotros. Perdí mi casa cuando en 2008 pasó el ciclón Gustav, Desde hace quince años estoy esperando que las autoridades me entreguen tejas y otros materiales. Pero como la gente no cree en el gobierno, cada cual soluciona su problema de acuerdo a sus posibilidades”, apunta José Eduardo.
Una familia que reside en el reparto Tulipán, Cienfuegos, provincia a unos 220 kilómetros al sureste de La Habana, narra a Diario Las Américas que hace tres años la tormenta Laura le arrancó de cuajo el techo y derribó una de las paredes de su vivienda. “Cerca de nuestro domicilio parqueó una comitiva de automóviles de la plana mayor de la Defensa Civil, el gobernador de la ciudad y el entonces primer secretario del partido comunista, Félix Duarte Ortega. Me prometieron villas y castillas. La despedida fueron unas palmaditas en el hombro y que tuviera confianza en Díaz-Canel. Si no hubiera comprado las tejas en el mercado negro viviera a la intemperie”, señala un familiar.
A propósito de Duarte. El 23 de abril de 2021, el sitio independiente Periódico Cubano reportaba que había 'caído para arriba', después que Miguel Díaz-Canel se trasladó a la provincia de Cienfuegos para cambiarlo de puesto: en lo adelante el ex primer secretario del partido cienfueguero, sería miembro del Secretariado y jefe del Departamento de Industria, Construcción, Turismo, Transporte y Servicios en el Comité Central. En la biografía suya que se puede leer en EcuRed, un remedo de Wikipedia, de carretilla ponen los cargos que ha tenido.
No hay un solo dato humano, de su niñez, su familia. Lo que a menudo muestra la televisión estatal es un Félix Duarte Ortega que debe pesar más 300 libras y que en gordura compite con Federico Hernández Hernández, actual primer secretario del partido en Camagüey.
Volviendo a la realidad de los ciclones que pasan por la Isla. Rosa Calderón, fallecida hace dos años en La Habana, perdió su vivienda a causa de un huracán que azotó el país, una mañana cualquiera de 2018 un obeso dirigente le prometió que el gobierno le entregaría un apartamento. Nunca lo recibió. Su hija Hilda, 55 años, hace un recuento de su calvario: “Estuve doce años viviendo en una antigua posada detrás del antiguo paradero del Cerro. Cada vez que voy a Vivienda (institución estatal) me comen a cuentos. Ya mis hijos son hombres y mujeres y aún vivimos como si fuéramos gitanos”.
El régimen reconoce que hay un déficit de 800.000 viviendas en Cuba. Una funcionaria municipal aclara que ese dato “está desactualizado. Probablemente el déficit se acerque al millón de casas. A pesar de la emigración, que en los últimos dos años ronda las 500 mil personas, miles familias viven agregados, en inmuebles deteriorados o en peligro de derrumbe. La mayoría de esas personas no tienen el dinero ni los recursos necesarios que les permita reparar sus viviendas. Esperar que el Estado que solucione el problema es una quimera”.
Yadian, de 26 años, reside en un edificio con peligro de derrumbe en la zona antigua de La Habana. “Vivimos ocho personas en una habitación de cinco metros por cuatro con una barbacoa. Cada vez que llueve o sopla un poco el viento rezamos para que no se venga abajo”.
Roxana, doctora, se queja que incluso familias como la suya que habitan en casas con buena condiciones "debemos convivir con dos o tres generaciones diferentes. En mi casa además de mis padres, residen mis abuelos, mis dos hermanos y una tía. Mi esposo y yo no tenemos privacidad. Quisiéramos conseguir un alquiler, pero en La Habana un apartamento con televisor y refrigerador no baja de 25 mil pesos al mes. Y el salario de los es de 11 mil pesos”.
A la familia de Yosley, electricista, la conocen en el barrio como los ‘Muchos’. Catorce personas conviven en una casona desvencijada de puntal alto en la barriada de La Víbora, al sur de la capital. “Mi vida es un infierno chiquito. Refrigeradores que le ponen candado para que no le roben un trozo de pollo o los huevos y peleas familiares un día sí y otro también. El ambiente es lo más parecido a una cárcel. Y eso que la parentela ha disminuido. Hace año y medio éramos 18. Cuatro primos emigraron y otros cinco tenemos planes de irnos. Vivir en Cuba es insoportable”.
Carmelo, el campesino que cultiva viandas en San Juan y Martínez, si tiene suerte "podría terminar mi casita en 2030. En esa fecha tendría 63 años”. Pero las noticias no son buenas. Los huracanes seguirán castigando la Isla, no tiene parientes en el extranjero que le envíen remesas y no puede confiar en las promesas del gobierno. “Lo bueno de vivir mal es que peor no vamos a estar”, dice a modo de consuelo.