El sábado, bien temprano en la mañana, Agustín, 69 años, profesor jubilado de matemáticas, acomoda los percheros de la ropa de uso que vende en un estante improvisado en el portal de su casa. En una mesa coloca un viejo reloj despertador de la era soviética, cajetillas de cigarros Populares, paquetes de café mezclado con chícharos que venden por la libreta de racionamiento, una calculadora china y un pomo de agua de colonia.
Yolanda, esposa de Agustín, también profesora jubilada, cuando vende alguna mercancía la apunta en una libreta escolar y guarda el dinero en un bolso negro sujetado a su cintura. Una joven le pregunta en voz baja si tienen tarjetas de recarga para teléfonos celulares y café La Llave. Agustín asienta. “También tengo paquetes de pechugas de pollos de cinco libras, culeros desechables y ron Santiago”, le responde. La muchacha compra dos paquetes de café La Llave y una tarjeta de recarga.
Sonriendo, Agustín dice: “Los productos que no están autorizados en las 'ventas de garaje', los guardo dentro de la casa. Hemos ampliado el negocio. Ahora vendo desde arroz de la bodega hasta piezas rotas de una laptop Mac. Cuando comenzamos vendíamos solo ropa que ya no usábamos y artículos viejos. Imagínate, los vecinos del barrio dándonos chucho (gastando bromas). Pero un señor que vive en el campo lo compró todo. Hasta el uniforme de cuando yo era miliciano”.
Las tres primeras semanas, recuerda Yolanda, “hicimos dos mil pesos con esas ventas. Para nosotros, que vivíamos pidiendo el agua por señas, era mucho dinero. El dinero lo gastamos en comprar comida. Pero después, por estar ubicados en una zona de mucha afluencia de público, 'mulas 'que viajan a Panamá y Rusia empezaron a dejarnos ropas, cosméticos y celulares. Por cada venta nos dan una comisión. Ahora hasta los vecinos nos traen cosas para vender. Una señora me dio seis paquetes de café La Llave que le mandaron de Miami, cinco para que se los vendiéramos y uno para nosotros”.
El matrimonio no recibe remesas del exterior. “Tengo parientes en Estados Unidos, pero nunca me han recargado ni el teléfono. Supongo que aun deben acordarse de cuando yo era un comecandela que apoyaba al gobierno. Mi mujer y yo siempre trabajamos y vivimos de nuestros salarios. Después, para ganar un dinero extra, dábamos repasos en la casa, ella de historia y yo de matemáticas. Pero no era suficiente y estábamos con una mano delante y otra detrás”, comenta Agustín.
Aunque un fin de semana con buenas ventas le puede reportar hasta tres mil pesos de ganancias, Yolanda aclara que “una parte la gastamos en el nieto, porque a mi hijo y su esposa no les alcanza con lo que ganan. Gracias a la 'venta de garaje' hemos podido comprarle chucherías al niño. Seguimos teniendo necesidades, pero hemos mejorado un poco. Antes comíamos una vez al día arroz, frijoles y huevo en tortilla, hervido, revoltillo o frito. Ahora podemos comer pollo y de vez en cuando carne de puerco”.
Otros están peor. Lázaro, chofer de un camión de basura, cuenta que la última vez que comió carne de res fue hace siete años. “Soy de un caserío que se llama Felicidad (en la provincia Guantánamo, a más de mil kilómetros al este de La Habana), que de felicidad solo tiene el nombre. El deporte nacional en mi pueblo era tomar alcohol y si tenías pareja, tener una ristra de hijos. No había luz eléctrica entonces. En la capital he hecho de todo: albañil, zapatero remendón y actualmente trabajo en comunales. No tengo familia en la yuma y no recibo ni un dólar. Si quiero comprar comida en las tiendas MLC tengo que resolverlo por mi cuenta. Aunque la gente piense lo contrario, la basura deja dinero. Los pomos plásticos, las latas de refresco y cerveza y las botellas de cristal se venden como materia prima en el reciclaje. A veces se encuentran piezas de vestir, casi nuevas, de hombre, mujer o niño que se pueden vender. La recogida de desechos es una faena dura. El mal olor no se te quita ni con jabón Palmolive. Y tienes que aguantar las burlas de la gente en la calle que te insultan gritándote 'león'. Si recibiera dólares no fuera basurero”.
Extraoficialmente se calcula que el 40 por ciento de la población en Cuba no recibe remesas. Son ciudadanos que viven exclusivamente del salario o la jubilación que cobran en instituciones estatales, de las ganancias de sus negocios privados o de lo que puedan ‘buscar por la izquierda’, que en la Isla es un eufemismo para camuflar el robo. Este últimosegmento poblacional suele habitar en casas precarias, come poco y mal y bebe demasiado alcohol.
Nuria, trabajadora social, reconoce que “la desigualdad en Cuba aumenta por año. El Estado no puede garantizar una vida decorosa. Los alimentos que se venden por la libreta de racionamiento (implantada en 1962, hace 60 años), apenas alcanza para comer doce días. Quienes no reciben remesas, además de comer peor, visten pobremente y usan productos de aseo de baja calidad. Si tienen hijos, solo lo pueden llevar a la playa en verano, y si ellos quieren distraerse, la única opción son los bailables públicos de entrada libre. Gente que nunca se ha hospedado en un hotel, no ha comido en buenas paladares ni adquirido ropa o calzado de marca. Son cubanos de tercera clase”.
Carlos, sociólogo, apunta que no hay estadísticas sobre la pobreza extrema en la Isla. “Si damos crédito a los cánones occidentales de pobreza, la mayoría de los cubanos somos pobres. Pero existen diferentes categorías de pobreza. A la más baja pertenecen los ciudadanos que se alimentan en comedores sociales. Y no son pocos: casi 700 mil personas en Cuba reciben atención social. A eso súmale los cientos de miles que viven con menos de un dólar diario, que es la referencia que delimita la pobreza de acuerdo a las estadísticas mundiales. Incluso hay personas que no reciben dólares al cash, pero se ven beneficiadas de manera directa o indirecta, pues tienen familiares en otros países que les envían comida, medicinas, ropas. Según algunos estudios, más de un millón de personas en el país no se benefician de las remesas ni siquiera de forma indirecta. Un buen ejemplo es el teléfono móvil. De acuerdo a datos de ETECSA, hay siete millones de líneas móviles en Cuba, que tal vez muchos de ellos no reciben remesas y viven en la pobreza extrema, pero si descontamos los tres millones que son menores de edad, más de un millón de personas que no tiene teléfono celular. Además de muy pobres, es un indicativo que al no tener acceso a otras fuentes de información, ese millón de personas pertenece al segmento más desinformado de la población”.
Para el matrimonio de Agustín y Yolanda recibir dólares marca una diferencia importante. “Si solo recibiéramos 50 dólares mensuales, podríamos comprar un poco más comida, mejores jabones de baño y pasta dental de calidad”, confiesan. Y eso en Cuba no es poca cosa.