A Damajayabo acude el sacerdote católico Leandro NaunHung con alivio espiritual y material, y los vecinos lo rodean para contarle sus necesidades y para desahogar su dolor.
La gente le dice que la única manera de hacerse oír ha sido "trancar la calle". No reivindican violencia; explican que bloquear el paso es la forma de obligar a alguien a mirar. "Cayeron los postes; los vecinos pusieron los postes. Y así mismo estamos", cuentan. La empresa eléctrica responde a las llamadas con promesas: "Dijeron que iban a resolver y nada".
La falta de electricidad se cruza con la ausencia de atención médica y con problemas de saneamiento. "Mi niño hizo una conmoción cerebral. Y pensé: 'si fuera de noche, ¿qué haría yo sin corriente?'", relata una madre. Otra vecina confiesa que tuvo que beber agua del río y esto le produjo diarreas durante tres días; su esposo pasó cuatro días "muriéndose" por la misma causa, sin posibilidad de traslado. Los mosquitos, la humedad y el calor obligan a encerrarse bajo la mosquitera a partir de las 5:30 de la tarde: "No se puede vivir", resume la mujer casi septuagenaria.
La solidaridad vecinal y de la Iglesia Católica aparece como respuesta inmediata: se comparten clavos, tejas, fuerza. En algunos casos, los vecinos construyen "una casita nueva, humildemente" con lo que queda a mano: yaguas, palos, planchas remendadas con la esperanza de que sea una solución temporal. El párroco local documenta esas prácticas de ayuda mutua y sostiene que muchas viviendas ya eran frágiles antes del paso del huracán: "Cuatro palos y una lona" que Melissa dejó al descubierto.
"Lo que quedó en pie"
En otros pueblos en zonas intrincadas de Santiago, la reconstrucción también va por cuenta propia. Familias que perdieron el techo o que vieron cómo el árbol de la esquina partía por la mitad su casa, organizan turnos para levantar paredes, reparar techos y repartir lo poco disponible. "Los vamos a ir compartiendo, porque yo también perdí el techo… entre todos los que lo perdimos, vamos compartiendo poco a poco", dice NaunHung.
Mientras se percibe gratitud por la ayuda que llega desde iglesias y organizaciones independientes —"la Iglesia ha sido la primera que me ha atendido dentro de tantas desgracias", dice una beneficiaria— crece la sensación de abandono estatal.
Desamparo también en la ciudad
A Ulideisys Fernández Palacios, trabajadora del Hospital Provincial Saturnino Lora y madre de dos niños —uno de ellos de 11 meses y cardiópata— todo se le cayó, se derrumbó por el colapso de una pared vecina, contó a Diario de Cuba. Ninguna autoridad técnica ha evaluado su vivienda en la calle Gallo entre la avenida Martí y Santa Isabel, en el centro de Santiago de Cuba.
"Me iban a dar unos colchones, una cocina, un tanque y la luz", pero nada ha llegado. En la Dirección de Vivienda, relata, le dicen que "los colchones son para los postrados", pese a que el régimen anunció que serían para los damnificados. Sus propios colchones "están húmedos" y no puede acostar al bebé enfermo.
También denuncia la ausencia de ayuda alimentaria: "Aquí no ha venido nada"; solo hace semanas "una botella de aceite y dos libras de arroz" para los niños. "¿Qué le doy a esos niños ahora? Todo lo perdí". Fernández Palacios ha podido subsistir con apoyo de vecinos y dice al final desesperanzada: "Por lo que veo aquí no van a venir ni me van a ayudar… todo es una mentira".
También en Granma, las donaciones, según fuentes locales consultadas por Diario de Cuba, han circulado mayoritariamente por canales no estatales: ONG, iglesias y particulares. Allí vecinos denuncian que decisiones administrativas, como "alivios tardíos de embalses", habrían agravado las inundaciones en zonas bajas.
La situación es similar en municipios como Mayarí, Holguín, donde miles de viviendas siguen dañadas y muchas familias continúan entre paredes fisuradas y techos provisionalmente apuntalados. Están temerosas de reparar por su cuenta y perder luego los recursos prometidos, contó Osmel Ramírez. "Melissa fue la gota que colmó la copa de nuestras desgracias", pues ya antes del ciclón la vida cotidiana estaba quebrada, asegura el periodista independiente, testigo del sentir en su comunidad.
Servicios básicos: electricidad y agua
El restablecimiento de los servicios ha sido desigual. En muchos territorios el suministro eléctrico reapareció por días o por minutos; en otros aún no se ha normalizado. Los testimonios recogen apagones programados, largos periodos sin corriente y fallos recurrentes en las líneas: "Un pedazo de gajo arrastró todos los cables… eso hay que arreglarlo", explica un vecino en Santiago de Cuba.
En Guamá un vecino lamenta "aquí Melissa acabó. Mis vecinos y yo lo perdimos todo y aún no hemos tenido una respuesta de las autoridades del territorio. Yo no he recibido ayuda humanitaria alguna".
En municipios como Mayarí, aunque las autoridades reportan un restablecimiento cercano al 98%, la generación nacional no alcanza y los apagones de hasta 15 horas dejan sin agua a miles de personas. Tres semanas después del ciclón aún había un cuarto del municipio sin electricidad y se registraron varias protestas para exigir luz, agua y alimentos, recuerda Ramírez.
El agua constituye otro problema común en todas las provincias impactadas por Melissa. El bombeo quedó afectado por cortes eléctricos y, aun cuando llega, "la calidad preocupa".
"No pocas familias han tenido que ingerir el agua contaminada, mientras otras hacen largas filas en los puntos de abastos para conseguirla. El agua se ha convertido en un negocio lucrativo en ciudades como Bayamo y Manzanillo", dice un vecino de la cabecera granmense que ha tenido que pagar para abastecerse de agua.
En otras ciudades, la gente opta por hervir y por comprar cloro o alumbre cuando puede —pero la falta de recursos y la desinformación han provocado tragedias: se reporta al menos un incidente grave por tratamiento inadecuado del agua que terminó mal para dos personas, explica Jorge Amado Robert Vera desde Santiago de Cuba. "El ciclo del servicio de agua a la población es hoy cada 30 o 35 días", se queja Zoila, vecina de un barrio periférico de la ciudad.
Comida, actores locales privados, salud
En zonas rurales muchos perdieron los cultivos y los animales que eran fuente de sustento. La canasta básica del racionamiento, apuntan colaboradores locales, llega con retrasos y en cantidades insuficientes. En las últimas entregas hubo módulos que incluyeron arroz, chícharos y aceite; para niños y embarazadas, picadillo, explica Robert Vera sobre la distribución en la ciudad de Santiago. Esas entregas no cubren las necesidades ni, según varios testimonios, llegan de manera equitativa: "El espagueti llegó a unos y a otros no. El que no cogió, no cogió. ¿Esa es la igualdad?"
En Mayarí, la situación alimentaria es dramática: las viandas han desaparecido, los precios se duplican en el mercado informal y productos básicos como pollo, leche en polvo o detergente dejaron de venderse en MIPYMES debido al tope estatal que dificulta su abastecimiento.
"La poca ayuda que reciben los damnificados más vulnerables en Mayarí proviene casi por completo del sector privado: MIPYMES y cuentapropistas que proveen a comedores comunitarios y reparten alimentos donde el Estado, sin recursos ni asignaciones, no llega. Pero esas ayudas son escasas y esporádicas, insuficientes frente a la falta diaria de comida", añade Osmel Ramírez.
La salud pública muestra efectos inmediatos: reportes de brotes de enfermedades transmitidas por mosquitos —como dengue y chikungunya— y de falta de medicamentos y atención para enfermos impactan también a las zonas afectadas.
En la ciudad de Guantánamo una familia completa enferma —"no sabemos bien de qué"— cuenta su agonía: "Sin una duralgina o paracetamol para bajar la fiebre y aliviar los dolores articulares, sin agua ni para tomar o un pedazo de pollo para ponerle a una sopa, esto es un infierno en esta casa. Los niños están 'malitos' y todavía me preguntan por qué no están yendo a la escuela", dice Moraima, madre de dos adolescentes, quien tiene que atender a su madre en cama cuando ella misma no puede casi caminar.
Infraestructura y aislamiento
Melissa dejó tramos de ferrocarril en el aire, terraplenes destruidos y puentes socavados. Muchas comunidades permanecían aisladas y dependían de helicópteros o convoyes esporádicos para recibir ayuda hace apenas dos semanas. Hay reportes de centenares de centros médicos dañados, entre ellos hospitales relevantes en las provincias orientales, lo que complica la respuesta sanitaria.
El sacerdote santiaguero Leandro NaunHung confiesa que su labor de asistencia se ha visto incompleta ante la imposibilidad de llegar a algunas comunidades aisladas aún a finales de noviembre.
Informes de organismos internacionales elevan el total de personas afectadas en el país a más de 3,5 millones, con unas 90,000 viviendas dañadas y alrededor de 100,000 hectáreas de cultivos arrasadas; en las provincias orientales se mencionan unos 60,000 inmuebles con distintos grados de daño. Naciones Unidas presentó un Plan de Acción para Cuba con una meta de 74.2 millones de dólares; hasta mediados de noviembre los compromisos sumaban algo más de 11 millones. El Programa Mundial de Alimentos y el régimen había preposicionado suministros para 275,000 personas por 60 días. Estados Unidos anunció tres millones de dólares en ayuda humanitaria canalizada por la Iglesia y socios sin pasar por el régimen.
Lo urgente y lo pendiente
Para quienes viven la crisis día a día, lo urgente no son las cifras sino tener agua potable, electricidad estable y alimentos suficientes. También reclaman explicaciones: "Nadie ha venido a verificar mi casa si está buena o mala", coinciden varios vecinos. El cansancio físico se mezcla con la sensación de abandono y con el temor a quedar olvidados cuando pasen las coberturas mediáticas y las visitas oficiales enfocadas más en la propaganda que en el alivio real.
Un mes después de Melissa, las comunidades cuentan con lo que reconstruyen con sus manos: postes, techos provisionales, cuartos hechos con palos. En lugares como Mayarí, "ni una teja ha sido distribuida y la ayuda estatal es casi inexistente". En la voz del sacerdote NaunHung y en la de quienes comparten su techo y sus clavos, asoma una consigna práctica: organizarse, trabajar juntos y cubrir lo urgente, ante la incapacidad del régimen de dar soluciones.
FUENTE: Con información de Diario de Cuba