LA HABANA, CUBA.- El día después del 25 de diciembre, un viejo camión de la era soviética recogió la montaña de basura emplazada en la Plaza Roja de La Víbora. Mientras, varios operarios con overoles azules daban una mano de pintura barata a la fachada de la secundaria Enrique José Varona y al preuniversitario René O. Reiné.
Dos furgonetas descargaron un lote de sillas plásticas de color blanco y otras negras acolchadas. En un edificio abandonado y con peligro de derrumbe, que afeaba la vista a los mandarines del partido comunista, desplegaron un enorme afiche de Camilo Cienfuegos, guerrillero de la Sierra Maestra oriundo del municipio Diez de Octubre, fallecido en un misterioso accidente aéreo en octubre de 1959.
La empresa eléctrica colocó potentes luces LED, la división técnica del MININT activó cámaras de grabación y tres carros de patrulla merodeaban por los alrededores. “Se rumora que harán un acto político y vendrá Díaz-Canel y su camarilla. Debíamos aprovechar para sonar los calderos y pedir comida”, dijo una vecina de la zona.
Según la señora, “en su cuadra, un cubanoamericano residente en Miami compró un puerco y armó un fetecún en la casa de un pariente. Solo ellos y una familia que recibe dólares celebraron las navidades. Me acosté a dormir porque el olor del cerdo asado me abrió el apetito y en el refrigerador solo tenía dos pomos de agua”.
A la mañana siguiente, decenas de motos de la Seguridad de Estado y un millar de trabajadores y estudiantes fueron movilizados para participar en el ‘acto patriótico’. Desde los balcones y portales los vecinos miraban expectantes. El mandatario Díaz-Canel, designado a dedo por el dictador Raúl Castro, no asistió.
Participaron Esteban Lazo, presidente del parlamento,el vicepresidente Salvador Mesa, Liván Izquierdo, primer secretario del partido provincial y Yanet Hernández, gobernadora de La Habana. El acto generó contratiempos entre los vecinos. “Me llenaron de carros la entrada de mi parqueo y no pude salir. Los dirigentes se creen con poderes divinos. Sin pedir permiso ocupan tu espacio y tienes que aguantar callado. Si protestas te ponen una multa o te meten preso”, comentó un jubilado.
La gente seguía en lo suyo. Yuneidys, madre soltera, después de pedir el último en la cola del pan racionado, fue hasta la farmacia y preguntó si había entrado la metformina, medicamento para controlar la diabetes. “El pan comenzaron a despacharlo a las nueve y pico de la mañana. Y la metformima no ha llegado ni se le espera. Entre la falta de jama y mi enfermedad he bajado veinticinco libras. El pueblo pasando hambre y mil necesidades y estos descarados del gobierno cada vez más gordo”, expresó Yuneidys.
Cuando Yuneidys salió de la panadería, ya el acto político había concluido y un grupo de estudiantes movilizados con uniformes azules y caras de sueño hacían cola en un tenderete ambulante que vendía pizzas criollas a 160 pesos.
Yandro, alumno de tercer año de bachillerato, no supo explicar el motivo de la actividad. “Creo que era por el 66 aniversario del triunfo de la revolución. La directora de la escuela fue la que nos llevó. Lo mejor fue que después no hubo clases. Los jóvenes lo que hacemos es ponernos los cascos (audífonos) y así no escuchamos las muelas políticas”.
Yandro considera que ponerse los cascos "le da un toque sicodélico a esos actos políticos, pues no oyes lo que hablan, tampoco los aplausos. Solo ves los rostros desganados de los asistentes, que van por puro compromiso. Durante la trova (intervención) del funcionario del partido, escuché dos canciones de Estopa y el himno del West Ham United -un equipo de fútbol de la Premier League- cuya letra dice que 'siempre estoy soplando burbujas en el aire, y al igual que mis sueños se desvanecen y mueren'. Ver todo eso en silencio es algo paranormal, como este gobierno”.
Diario Las Américas le preguntó a veinte personas sobre las navidades. Catorce no la celebraron, entre ellos Leonardo, profesor y padre de tres hijos. “Uno tiene tantas cosas en la cabezas que ni siquiera me acordé de la Navidad. De acordarme no la hubiera celebrado: en el refrigerador solo queda media libra de picadillo. El año nuevo lo esperaremos si a la carnicería llega el pollo, que comeremos con arroz y chícharos, porque no me alcanza el dinero para comprar frijoles negros ni carne de puerco”.
La feroz crisis multisistémica que afecta a la Isla ha provocado que el 89% de la población viva en la pobreza extrema. El 72% de las personas no desayunan y hacen una sola comida al día. En Cuba falta de todo. Hay déficit de agua, transporte público, medicamentos, alimentos y el colapso del sistema electroenergético provoca apagones de doce a veinte horas diarias en provincias fuera de La Habana.
Los cubanos han perdido la sonrisa. Zenaida, sicóloga, explica “que la frustración y la desesperanza afecta a una gran cantidad de ciudadanos. La falta de futuro impulsa a miles de jóvenes a emigrar provocando separaciones familiares. Muchos de los que no pueden marcharse, desencantados, se refugian en el alcohol y las drogas. Los suicidios y conductas suicidas han aumentado un 23% en los últimos cuatro años en el municipio Diez de Octubre, el más poblado de La Habana y el tercero del país detrás de los municipios cabecera de Santiago de Cuba y Holguín”, y añade:
“Un dato preocupante: si hace una década la mayor parte de los que se quitaban la vida, o lo intentaban, eran personas de la tercera edad, principalmente hombres que vivían solos, en estos últimos años se ha disparado el suicidio de jóvenes y adolescentes en edades comprendidas entre 12 y 35 años. El suicidio en Cuba, históricamente, está entre las primeras diez causas de muerte. El porciento por cada cien mil habitantes se ha mantenido por encima del 12 y el por 15 ciento".
A partir de 1972, en el país las tasas crecieron hasta colocarse entre las primeras a nivel mundial y el cuarto en América Latina. "Pero en 1982 se alcanzó un récord nefasto al aumentar los suicidios hasta el 23,2%. Aunque no hay estadísticas actualizadas, te puedo asegurar que la tasa de suicidios se ha disparado en Cuba”, subraya la sicóloga.
En el municipio Mayarí, provincia de Holguín a 870 kilómetros al noreste de La Habana, Sergio, ingeniero, afirma que “en el interior, los problemas y carencias se multiplican por cinco. En Holguín los mercados están pelados. No hay dinero y la esperanza de que se revierta la situación se esfumó. La gente camina por las calles como zombis. Parecen ganado rumbo al matadero. Me preocupa la lucidez mental de muchas personas. Cada vez hay más mendigos y locos en la vía pública. La mayoría de los holguineros no celebró las navidades. Además de que no había nada que comer, nos sonaron ese día un apagón de quince horas.”
“Entre la población solo se habla de emigrar. Ahora que Trump puso mala la cosa, van a intentar marcharse a Guyana, Barbados, Tailandia o cualquier otro destino que se pueda viajar sin visado. Ves a adolescentes, casi niñas, que se casan con viejos que pueden ser sus abuelos para huir de este desastre o jóvenes que se enrolan de mercenarios en el ejército ruso y no les importa pelear contra Ucrania. Los cubanos están desesperados”, confiesa Sergio.
En el municipio Minas de Matahambre, en Pinar del Río, enel extremo occidental de la Isla, a 200 kilómetros al noroeste de La Habana, Danilo, peón de la agricultura, asegura que “la desolación es total. Los apagones son tan extensos que lo que hay son alumbrones de tres o cuatro horas diarias. Muchos andan con la ropa empercudida por falta de agua y detergente, otros han perdido su dentadura por la mala alimentación y falta de atención estomatológica. La única diversión en el pueblo es tomar 'chispa de tren' (ron barato) o pelear gallos”.
Liudmila, estudiante universitaria, observa desde su balcón el tedioso discurso del primer secretario del partido comunista en la Plaza Roja del barrio de La Víbora. “No sé qué hemos hecho los cubanos para soportar 66 años de castigo. No se entiende que unos tipos se la pasen gritando consignas estúpidas y la gente no se rebele ante tanta mentira. El único camino que queda es marcharse”, dice. Su madre asiente en silencio.