domingo 10  de  marzo 2024
CUBA

Penurias y descontento social sacan a los cubanos a las calles

En algunos puntos aislados de la capital, residentes con problemas acumulados por años han salido en manifestaciones espontáneas sin necesidad de un líder porque aseguran estar cansados de que el Gobierno les mienta
Diario las Américas | IVÁN GARCÍA
Por IVÁN GARCÍA

LA HABANA. El viento levantó varias tejas de fibrocemento del techo y la lluvia empapó las escasas pertenencias de Teresa, una mujer desempleada, que reside en una precaria cuartería en la Calzada Diez de Octubre, a poca distancia de la barriada de Santos Suárez, en el sur de la capital cubana.

“Por unos cuantos pesos hago cualquier cosa: lavo para la calle, limpio casas, cuido viejos enfermos y vendo maní en las paradas de ómnibus. La política nunca me interesó. Tenía miedo de protestar en la calle y decirle unas cuantas verdades a esa partía de descarados que son los funcionarios del gobierno. Pero todo en la vida tiene un límite”, confiesa Teresa.

En septiembre de 2017, después del paso del huracán Irma, el pasillo del solar se inundó de agua. "El ciclón le llevó el techo a varios vecinos y estropeó sus pertenencias. Mi caso fue uno de los peores. El televisor en el piso con la pantalla rota, el colchón anegado en agua y como no había luz, el pollo y dos paquetes de picadillo de pavo se echaron a perder. Entonces comencé a gritar toda la impotencia que tenía. La gente me hizo coro. Salimos pa’la calzada a protestar. Tiramos la comida podrida en la calle y nos pusimos a sonar cazuelas”, recuerda Teresa y añade:

“Comenzó a sumarse gente y ya éramos como doscientas personas gritándoles hasta alma mía a los tipos del gobierno. Al rato llegó la policía, las motos de los oficiales de Seguridad del Estado y un grupo de funcionarios del municipio con una cara de miedo que pa’qué. Cuando se aparecieron los camiones antimotines, la gente se alebrestó más. Un oficial del aparato fue el que los mandó para atrás y nos convenció de que todo se iba a resolver. Pusieron la luz y por la noche entró el agua. También nos dieron comida gratis y a mí me repusieron algunos electrodomésticos y el colchón sin pagar un centavo. No había ningún jefe en la protesta ni fue organizada por nadie. La rabia y el descontento hizo que muchos vecinos perdiéramos el miedo”.

Cansancio

Un segmento mayoritario de cubanos está cansado de todo. De las promesas incumplidas por el régimen autocrático. De las mentiras repetidas por las autoridades. De vivir sin decoro. Del futuro entre signos de interrogación.

Yazmín, ama de casa, es una de las que ya no aguantan más. “No me considero disidente, pero ya se me agotó la paciencia. Hace quince años que la Seguridad Social viene estudiando mi situación personal para entregarme una chequera de ciento y pico de pesos por tener una madre postrada y una hija con Síndrome Down. Un día, ante tanta incompetencia e insensibilidad opté por contarle mi historia a un periodista independiente que vive cerca de mi casa. A las dos semanas, funcionarios de Seguridad Social me gestionaron la chequera con el compromiso de que no contactara más con periodistas independientes. Les dije que cada vez que tuviera un problema iba a ver a la gente de los derechos humanos. He llegado a un punto que no aguanto una mentira más. Si el Gobierno sigue engañando con esas fábulas que cuentan en el noticiero, donde las producciones crecen y los cubanos son felices, el pueblo se va a tirar pa’la calle y no habrá Dios que los pare”.

Carlos, sociólogo, considera que “el descontento está a flor de piel. La gente se queja abiertamente en cualquier sitio público, ya sea por la corrupción rampante, medidas gubernamentales arbitrarias, altos precios de los alimentos y bajísimos salarios. Los dirigentes actuales no tienen la trascendencia de Fidel ni su capacidad discursiva para convencer a la población. En estos momentos están creadas las condiciones para que por cualquier motivo se desaten protestas callejeras, que inicialmente podrían ser pequeñas, pero si no se controlan, pueden sumar a miles de personas”.

A dos cuadras de la Embajada de Estados Unidos en La Habana, en un caserón de dos pisos, marcado con el número 110, residen diez familias que realizan infructuosas gestiones para evitar que sus casas se les vengan abajo. Barbarita Ramos, 51 años, de ojos expresivos y verbo apasionado, quien laboró en una escuela de Salud Pública, lo ha intentado todo.

“Desde 2005, hace trece años, cuando por causa de las lluvias se me levantó el piso, plantee mi primera queja. Otros vecinos del inmueble y yo, hemos ido a todas partes. No me ha quedado ministerio o institución por visitar, desde el Instituto de la Vivienda, Poder Popular y Partido Provincial hasta el Consejo de Estado”, señala, mientras muestra los destrozos que han provocado las lluvias y huracanes en su vivienda.

En una gruesa carpeta, Barbarita tiene compilada todas las cartas y sus respectivas respuestas de las entidades gubernamentales y un número de expediente, 2284/05, que le abrieron en el Instituto de la Vivienda.

“Nos han engañado. Prometen soluciones que jamás cumplen. Año tras año vienen los especialistas y dictaminan las obras que se deben hacer. Luego nadie hace nada. Cuando el ciclón Irma, el año pasado, las aguas subieron más de dos metros dentro de mi casa. Los vecinos de la planta baja tuvimos que subir al segundo piso. Lo perdí todo. Las aguas me estropearon todos los muebles y equipos. Las autoridades no nos dieron ni un colchón”, relata Barbarita.

Su caso sigue sin respuesta. Los vecinos creen que una buena solución sería protestar en la calle. “Tirar los pocos muebles y colchones pa’la calle. Ellos (los del régimen) solo entienden cuando te rebelas”, dice un vecino.

Protestas

En Cuba las protestas se han puesto de moda, sea una familia que se queja ante las instituciones estatales o un grupo de artistas independientes que han optado por protestar públicamente para que el Estado derogue el Decreto 349 con el cual el régimen intenta regresar a la política exclusiva de los años 60 de “con la revolución todo, fuera de la revolución, nada”.

Por estos días miles de taxistas habaneros no han salido a trabajar o transitan con el automóvil desocupado en señal de protesta por lo que consideran arbitrariedades del régimen.

En Artemisa, provincia a 100 kilómetros al oeste de La Habana, y en el municipio holguinero de Banes, a 900 kilómetros al este de la capital, decenas de cocheros hicieron una huelga de brazos caídos para demandar sus derechos. El domingo 9 de diciembre, en Calzada del Cerro entre San Pablo y Auditor, municipio Cerro, vecinos sacaron sus muebles a la calle y comenzaron a exigir mejores condiciones de vida.

Algunas protestas han funcionado. Y han obligado al gobierno de Miguel Díaz-Canel a retractarse y cumplir con peticiones de los demandantes. Se trata de brotes de desobediencia civil que se repiten cada vez con mayor frecuencia en el país.

Por ahora no tienen un líder ni una estructura definida. Son protestas marcadas por la acumulación de penurias y el aumento del descontento social. Si de esas protestas se informa, se difunden fotos y videos es gracias a la prensa independiente y ciudadanos activos en las redes sociales, mientras, por lo general, la disidencia interna no se entera o no sabe de qué va la cosa.

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