LA HABANA, CUBA – Otro gallo cantaría si los humanos conociéramos mejor a los animales afectivos, si los comprendiéramos, si los atendiéramos tan siquiera un poco. Quizá con nuestra ayuda serían un poco más felices, pero cada vez cuesta mucho, y más, entender esas cosas que tienen que ver con el amor y la justicia, y muchísimo más si se trata de animales, y peor aún si el asunto es de gatos.
Los gatos tienen mala reputación y no son pocos los que suponen que se la han ganado. Muchos dicen que no son más que una recua de ladrones, pero esa mala notoriedad no es tan merecida. Esa mala reputación de los gatos sale, muchas veces, de la maldad de sus detractores. ¿Quién no escuchó decir alguna vez que los gatos son ladrones? Los gatos podrían ser, en el reino de los animales domésticos, “los hijos de la picarazada”.
Es cierto que son muy diestros a la hora de robar un bocadillo si tienen hambre. ¿Y qué otra cosa podrían hacer algunos de ellos para no morir? ¿Qué podría resultar mejor que vigilar y esperar el mejor momento? De los gatos se dicen muchas cosas; se dice que son independientes, tan autónomos que nos avergüenzan, tan libres que nos abochornan.
Los gatos disfrutan de su independencia, y sus galanuras lo prueban. Los gatos ni siquiera precisan que se les haga el aseo, ellos son capaces de conseguir solos la limpieza de sus cuerpecitos. ¿Quién puede asegurar que un gato apesta? ¿Quién no los miró alguna vez expurgando sus cuerpos con inusitadas destrezas?
Y a pesar de todo eso se les da la espalda y hasta se les injuria, olvidando incluso el amor, las fidelidades y ternezas que dedican a sus “dueños”, a esos a quienes esperan tras la puerta mostrando las alegrías que trae el reencuentro. Los gatos esperan por la sentada en el butacón de “su humano” para, desde lo más alto de ese mueble lengüetear el cuello del “amo” recién llegado.
El gato se deshace en arrumacos y ternezas para festejar el reencuentro, y eso lo repite cada día, y sin cansarse, pero a veces no son correspondidos. Sin dudas es por eso que me estuve preguntando por las cosas que sentirá cuando no vuelve “el amo”, cuando pasan días y días y no regresa, y tiene hambre, y hasta deja de reconocer la casa que lo estuvo cobijando como suya, porque ya no percibe los olores de “su amo”, porque esa casa ya no es su casa, porque su familia se marchó y él no entiende nada de exilios al norte ni a ninguna parte.
Y en esos casos muchos gatos deciden abandonar la casa, porque la casa es para él la convivencia con “su humano”. Y no son pocos los gatos que abandonan las comodidades de la casa para vivir bajo una mata de vence-batallas, y desde allí miran la casa que alguna vez tuvieron; pero no entran, solo esperan, y a veces mucho, y entonces se les tilda de vagos. Y es que los gatos tienen también un corazoncito, y aman, y extrañan, y tienen múltiples hambres, y se angustian, y esperan por su humano hasta que mueren.
Y esa desolación se ha vuelto un lugar común en la Cuba de hoy, si lo sabré yo… Es que este último exilio, como también los otros, ha dejado a montones de animales de compañía en total desamparo. Muchas mascotas; perros, gatos, pajarillos, se han quedado solos y a “la buena de Dios”. Y eso le sucedió a un gato de mi barrio del que ni siquiera sé su nombre, del que solo sé que vivía en la casa de una mujer que se fue al norte.
La mujer hizo un largo camino de selvas y el pobrecillo abandonó la casa y escogió como cobijo la sombra de una mata de vence-batallas, como si sospechara que en esa nueva batalla, esta vez contra la soledad, el arbusto le traería un poco de protección, algo de consuelo y paz. Y ahí, cobijado por la vence-batallas, pasa las horas el desolado, el desamparado. Y mira a la casa que antes tuvo, pero no quiere convivir con esos extraños que la habitan hoy.
Esa ya no es su casa y sus habitantes no son su familia. El gato ha tenido que comenzar una nueva vida, y sin casa, y en medio de la soledad y el desamor. Y cada mañana, y también en las tardes, le alcanzo algo de comer, porque me conmueven su fidelidad y su tristeza. Creo que el hecho de que escogiera una mata de vence-batallas va más allá de una casualidad. Esa mata, “su útil a la mano”, es el lugar desde donde mira su casa, y espera y espera. ¿Qué espera?
Espera volver a vivir con su humana familia. Quizá por eso creo que, como el gato, andamos muchos, vigilando la casa de siempre desde lejos, cobijados por una mata de vence-batallas. Sospecho que todos andamos, como ese gato, vigilando la casa; desde La Habana, desde Santiago de Cuba, desde Matanzas y Santa Clara, desde Madrid y Miami, desde cualquier confín del mundo, desde todos los exilios, desde los insilios.
Desde todos esos puntos, desde nuestras matas de vence-batallas, desde nuestros cobijos, esperamos, vigilamos, el mejor momento. Desde nuestras matas de vence-batallas esperamos el instante de recuperar la casa de todos, la que nos robaron hace más de 60 años. Esperamos a la sombra de un árbol que nos pone a salvo de los estropicios que provoca el sol, la lluvia, los fuertes vientos, y el desamor que nos impuso el comunismo.
Es así que nos resguardamos, y abandonamos la casa para no mirar los destrozos comunistas. Así perdimos las casas, nuestras casas, nuestras vence-batallas. Así las perdimos, cuando debimos defenderlas. El gato mira su casa desde la protección que le ofrece un arbusto, y yo le llevó un poco de comida para que resista, para que tenga fuerzas y pueda contar a los otros gatos que podrían vencer todas las batallas y reconquistar la casa de siempre y a sus “dueños”, sin dudas es solo una cuestión de unidad, una “mera cuestión sanitaria”, diría Virgilio Piñera.
Por: JORGE ÁNGEL PÉREZ, CubaNet