La llegada del presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, a Cuba rompió el mito y abrió la nueva era. Sucedió lo que muchos jamás imaginaron y otros tantos verán siempre con recelo. El Air Force One llegó al aeropuerto José Martí como invitado, y no como el “enemigo imperialista”.
Ha cambiado mucho, y en mucho, la relación entre los dos países. Lamentablemente más ha cambiado “el imperio”. La isla sigue atrincherada en convicciones tan poco efectivas como la política norteamericana en las últimas cinco décadas.
El mundo entero quedó al pendiente del recibimiento, y a las ya muchas críticas que puede generar la llegada del Presidente a La Habana se suma la ausencia del gobernante Raúl Castro en el acto. ¿Será una evidencia de que la isla siente que tiene el control?
Obama llegó a Cuba en la tarde, bajo una fina llovizna, pero horas antes, bajo el sol, las fuerzas del régimen reprimieron con la brutalidad de siempre a las Damas de Blanco y a los opositores que prefirieron no renunciar a su marcha habitual de los domingos porque llegara el Presidente.
Las imágenes recorrieron los diarios del mundo antes de que Obama ganara el protagonismo, y mostraron que en lo interno Cuba sigue siendo lo mismo: una nación que no le permite a sus hijos pensar, para no correr el riesgo de que piensen diferente.
“Cuba se abre al mundo”, dijo hace solo unos días el canciller cubano en una conferencia de prensa donde defendió el levantamiento del embargo como el escollo que falta para que todo sea normal, pero se olvidó de mirar adentro y pensar que, más que al mundo, Cuba necesita abrirse a los suyos, y respetar a sus ciudadanos con independencia de la voluntad política que defiendan.
Este martes el Air Force One dejará la isla y habrá historias que contar. Ojalá y una de ellas sea que Obama consiga respeto hacia los cubanos de adentro y que se les permita ser parte activa de este nuevo cambio, porque si los “enemigos” de antes ahora son amigos, entonces ¿por qué con los de adentro tiene que ser diferente?