lunes 17  de  noviembre 2025
ALZHÉIMER

Cuando el olvido tiene nombre de abuela

La pérdida de memoria provocada por el Alzheimer en un ser querido impone el desafío de ver cómo los recuerdos más entrañables desaparecen de la conciencia de quien quizás haya sido el horcón de la familia

Por Heidy Hidalgo Gato

Mi abuela se llamaba Mirta Dalia, pero todos le decíamos mima. Nació en Cienfuegos y, a los quince años, se mudó a La Habana con mi abuelo. Desde entonces, su vida se convirtió en una maratón de amor y sacrificio: tuvo dieciocho hijos. Sí, dieciocho, así es que, cuando llegó el Alzheimer, no lo tuvo fácil, había demasiados nombres para recordar.

A veces me llamaba por el nombre de mi mamá y me hacía reír. “Ay, mima, soy Heidy”, le decía. Pero esa confusión, que al principio parecía tierna, poco a poco se fue llenando de un silencio que dolía. Viví con ella un tiempo, y recuerdo esa mezcla de ternura y tristeza al verla perder pedacitos de su historia. Un día no supo más quién era yo, y en ese instante entendí que ese olvido no solo borra recuerdos: también te enseña a amar distinto.

Mima siempre vivió para criar a sus dieciocho hijos, y quizá por eso, cuando el Alzheimer empezó a borrar nombres, ella seguía llamando a todos con la misma dulzura, aunque se equivocara de rostro. Dos de sus hijos murieron antes que ella, pero su mente nunca logró fijar esa información. No sé si llamarlo suerte o destino. A veces pienso que fue una forma de protegerla, porque el dolor de perder un hijo no hay memoria que lo resista.

Aun así, había cosas que ni el Alzheimer pudo quitarle: su risa, su buen humor y su amor por la música. Si sonaba Julio Iglesias, cantaba con el alma, sin perder una letra. Era como si esas canciones fueran su refugio, el rincón donde todavía era ella misma.

Mima soñaba con venir a Estados Unidos. Decía que quería ver a “sus muchachos” que estaban acá, reunirse con ellos, conocer a los nietos y bisnietos que nacieron lejos, del otro lado del malecón habanero. “Yo creo que yo no me voy ni para el norte ni para el sur”, bromeaba. Y, en efecto, no se fue. Se quedó con ese sueño por cumplir, pero con la satisfacción de haber criado una familia tan grande que ni el Alzheimer pudo desordenar del todo.

En estas páginas dedicadas al Alzheimer, pienso en ella. En su forma de mirar sin recordar, pero todavía reconocer con el alma. Porque hay amores que no necesitan memoria para seguir vivos.

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