lunes 9  de  septiembre 2024
salud

Disfemia, el estigma de la tartamudez

Alrededor de 40 millones de personas en el mundo son víctimas de este trastorno del habla caracterizado por la ansiedad que produce la repetición incontrolable de sílabas, palabras o frases
Por BELÉN GONZÁLEZ

La repetición involuntaria de palabras o frases durante una conversación es un patrón característico en las personas tartamudas, quienes padecen un trastorno del habla conocido científicamente como disfemia, y que provoca además tensión muscular en cara y cuello, miedo y estrés durante el proceso de comunicación interpersonal.

Considerada una discapacidad estigmatizada, que cuestiona el nivel de inteligencia, así como la habilidad emocional de quien la padece, la disfemia está definida en la Clasificación Internacional de los Trastornos Mentales y del Comportamiento de la Organización Mundial de la Salud como “el trastorno del habla caracterizado por la frecuente repetición o prolongación de los sonidos, sílabas o palabras, o por frecuentes dudas o pausas que interrumpen el flujo rítmico del habla”.

Es una condición que puede afectar a personas de cualquier edad, aunque suele hacerse presente durante la niñez, en principio alrededor de los tres años de edad, y se le asociada a la dificultad de articular el lenguaje en esta etapa, pero cuando los episodios de tartamudeo que alteran la fluidez verbal se repiten a partir de los cinco años de edad, se considera que el trastorno se ha hecho presente, sin embargo no es sino diez años más tarde que el diagnóstico es definitivo.

Las estadísticas confirman que entre el cinco y el diez por ciento de la población infantil tartamudeará durante alguna etapa de su vida, pero en el 90% los casos superaran el trastorno de forma natural durante la adolescencia. Sin embargo, quienes mantienen la condición se enfrentan a un trastorno de la comunicación que los afectara de por vida.

La disfemia no distingue clase social ni raza, es más común varones, y su prevalencia se calcula en siete casos por 1000 personas, lo que significa que hay aproximadamente 40 millones de personas en el mundo que padecen ese trastorno.

Un misterio profundo

El origen de la disfemia sigue siendo desconocido, aunque un estudio elaborado en 2010 confirmó el descubrimiento de tres genes asociados con la prevalencia de la tartamudez. Pero más allá de la causa, el trastorno se ha explicado desde la perspectiva neurofisiológica, estableciendo que el paciente disfémico presenta un funcionamiento deficiente de los centros del habla del hemisferio izquierdo, que automáticamente se intenta compensar con un mecanismo propio del hemisferio derecho.

Los síntomas de la disfemia se dividen en tres grandes grupos: las manifestaciones lingüísticas, que incluyen el uso de “muletillas” verbales, el lenguaje redundante, las frases incompletas, los discursos incoherentes y la evidente descoordinación entre el pensamiento y el lenguaje.

Las manifestaciones conductuales, entre ellas el mutismo e inhibición temporal, la ansiedad a la hora de comunicarse, y la logofobia como se conoce al miedo a las palabras. Y finalmente, las manifestaciones corporales, como tics, espasmos e hipertensión, y respuestas fisiológicas como exceso de sudoración, palidez, etc.

Así mismo, el trastorno se clasifica en: disfemia clónica, caracterizada por la repetición compulsiva de sílabas o palabras; la disfemia tónica, identificada por la paralización o espasmos que causan interrupciones o habla entrecortada; y la disfemia tonoclónica o mixta, en la que se combinan las dos anteriores con predominio, indistintamente, de una sobre otra.

Asunto de autocontrol

Hasta ahora no existe ningún tratamiento para superar de forma definitiva la disfemia, aunque se han desarrollado estrategias que permiten manejar de forma efectiva este trastorno del habla.

Básicamente se trata de la combinación de técnicas de logoterapia y psicoterapia, entre las que figuran: el entrenamiento en la mecánica del habla; la observación de la conducta al hablar; así como el aprendizaje de técnicas de relajación muscular, control vocal y fluidez. También es importante que la persona afectada logre controlar la ansiedad, la autocrítica o la impaciencia, para no reaccionar negativamente, agudizando el problema.

Si bien para los niños parece un camino más sencillo el controlar la disfemia, que para los adultos, existen técnicas que propician una comunicación efectiva en estos casos, como los ejercicios de vocalización y respiración, el entrenamiento para reforzar el habla con gestos y movimientos de cabeza, y el desarrollo de la autoconfianza, que permitirán mejorar la fluidez verbal.

Paciencia es la clave para comenzar a ver resultados y una de las mejores pruebas de que funciona es el caso del Rey Jorge VI, quien recibió ayuda del logopeda australiano Lionel Logue, cuando aún era aspirante al trono británico, y gracias a su dedicación logró superar la tartamudez.

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