IVÁN GONZÁLEZ ROMERO
Cheo era el cantante que todos querían ser: simpático, de voz melodiosa y educada tanto para el sabor como para el romanticismo. Contaba con la picardía de la calle y la dulzura para transmitir el amor. No había desperdicio en su naturaleza
IVÁN GONZÁLEZ ROMERO
@ivanGonRom
Ahora quizás pocos lo recuerden, pero cuando el sello disquero Fania reunió a un grupo de músicos para promocionarse y crear lo que luego fue un imperio, solo uno de ellos era un artista consagrado tanto en Nueva York, la cuna de la salsa, como en otros países del Caribe. José Luis Feliciano Vega ya tenía bagaje y al momento de subir a la tarima con sus compañeros, era la gran estrella que aún no eran Héctor Lavoe, Willie Colón, Ismael Miranda, Ray Barretto y todos los otros que arrancaron el proyecto.
Cheo era el cantante que todos querían ser: simpático, de voz melodiosa y educada tanto para el sabor como para el romanticismo. Contaba con la picardía de la calle y la dulzura para transmitir el amor. No había desperdicio en su naturaleza. Tenía consigo otra combinación importante. Había llegado de Puerto Rico a Nueva York en medio de la oleada de boricuas, que aprovechó la ciudadanía estadounidense a propósito de la creación del Estado Libre Asociado, en 1952, cuando la situación económica de sus padres apremió y obligó a la emigración. Con su bagaje, y con lo aprendido en las calles del Harlem hispano, estaba listo el germen de la futura estrella de la música caribeña.
La historia de sus comienzos tiene mucho que ver con todas sus condiciones vocales y personales. Se había convertido en ayudante de las orquestas que tocaban en el Palladium neoyorquino, todo para estar cerca de ellos. Una noche, la de un baile amenizado por Tito Rodríguez, sus amistades le dijeron a Tito que “Cheíto canta y lo hace muy bien”. Tito quiso ver si era cierto y lo subió a la tarima para que mostrara su temple y salió bien librado, tanto así que cuando Willie Torres abandonó el conjunto de Joe Cuba y se requirió de un cantante, la recomendación de Rodríguez pesó. Lo demás lo hizo Feliciano.
Había tratado de estudiar trombón en la escuela de música de su natal Ponce, en Puerto Rico, a sus 14 años, pero no había instrumentos disponibles para el muchachito así que le tocó dedicarse a la teoría, el solfeo y la armonía. El aprendizaje cobró valor a los años, cuando hizo falta aplicar los conocimientos básicos de su música. Y como también había aprendido de la música de su país, cantada por sus padres para matizar sus faenas, el mandado estaba casi completo. Lo que Cheo agregó fue algunos matices de la manera de cantar de Tito Rodríguez y ya, el éxito llegó poco a poco.
A Cheo le traicionó la fama en los años 60. De la misma manera que todos lo querían, muchos le convencieron a caer en tentaciones. La droga para calmar las tensiones por esa aceptación que pretendía (y que tenía tal vez sin saber) le sacó del ruedo por un tiempo, pese al éxito con Joe Cuba y con Eddie Palmieri, quien siempre le quiso tener como vocalista para unirlo al recién fallecido Ismael Quintana. Cheo se negó a hacer más que un par de apariciones en aquellos tiempos y otra hacia finales de los 70, según dijo, por respeto a ese compañero.
Cuando Cheo se recuperó de su adicción tenía un contrato con Jerry Masucci y varios temas escritos por Tite Curet. Era el espaldarazo para un regreso donde había dudas, porque venía de un conjunto experimental, como el de Joe Cuba, donde las canciones estaban llenas de jolgorio. Pero había tanto talento que el brillo no tardó en reaparecer. Y así como en los 50 todos querían ser como Tito Rodríguez, en los 60 y 70 el modelo lo fijó él. Y el éxito marcó el camino, al punto de que hoy Feliciano se ha convertido en uno de los artistas a quien más se le rinde culto por muchas generaciones de amantes de la música.
https://www.youtube.com/watch?v=AaDzuyf_X7s