sábado 16  de  marzo 2024
LITERATURA

El lado cubanoamericano de Truman Capote

Este genio de las letras jamás ocultó que el rencor era su gran defecto. Muchos sospechan que la decisión de cambiar su apellido conllevara gran parte de venganza hacia el hombre que le dio la vida, y después lo abandonó
Diario las Américas | IDAYSI CAPOTE
Por IDAYSI CAPOTE

Ha leído correctamente. Capote, el gran escritor de A sangre Fría, nacido en 1924 en Nueva Orleans, Luisiana, decidió cambiar los nostálgicos blues por el festivo son cubano.

Su primera carta, escrita en el otoño de 1936 con tan solo 12 años, exigía a su padre biológico estadounidense, Arch Persons, que a partir de ese instante lo debía llamar Truman Capote, como todos ya lo hacían.

Por determinación propia, se bautizó con el apellido del segundo esposo de su madre, Lillie Mae Faulk: el cubano, Joe Capote. Así lo confirmó Gerald Clark, el biógrafo de quien también fuera un admirable periodista.

Este genio de las letras jamás ocultó que el rencor era su gran defecto, por tanto, muchos sospechan que la decisión de cambiar su apellido conllevara gran parte de venganza hacia el hombre que le dio la vida, y después lo abandonó. Al menos así se sentiría este niño frágil, solitario, con la sensación de no importarle a nadie, una certeza que lo acompañó hasta su muerte.

Un padre latino de cuerpo presente debió de ser tan amoroso, divertido, ajeno a las exigencias y tabúes de la sociedad de la década de los 30’s; para que Truman, comenzando su adolescencia, sintiera la necesidad de borrar su patronímico Persons para siempre.

Joe Capote, un cubano oriundo de Las Villas, ubicada en la zona central de Cuba, el nuevo papá, el horcón de paso de su hogar, de seguro contagió a este chico en un amparo transitorio, de vivir con el desenfado que llevó consigo en toda su existencia. Lo amó a pesar de sus grandes ojos asustados, pesarosos, de sus maneras aniñadas, de tanta inseguridad; de otra manera Truman hubiera sido implacable en su contra.

Tantos rasgos que perduraron en su personalidad confirman la marca latina que dejó el antillano en este personaje célebre mundial por su arte y demasiado pintoresco en una vida para nada privada. Su sociabilidad era profesa. Fue amigo de todos, sin importar clase social, origen, raza o etnia…, “aunque no estuvieran en su onda”. Desde su Nueva Orleans natal, donde sus habitantes conformaban una mezcolanza de culturas ya era popular y amado, según contó en una ocasión durante una entrevista televisiva.

Después de su fama temprana era aclamado en cuanta fiesta o parranda se “formara” en un instante o llevara preparación. Era muy suyo cada lugar donde hiciera acto de presencia. “Me encanta la gente”, repetía sin cesar. Y era coherente con esta sentencia porque no les negaba nada; ni su orientación sexual, ni su sarta de adjetivos hacia los que quería como “cariño”, “corderito”, “preciosidad”, “dulce magnolia”, que fueron además encabezamientos de cientos de cartas que escribió a mano y unas pocas decenas a máquina.

Era amigo de sus amigos, por nada del mundo los desatendía. Nunca olvidaba un cumpleaños, nunca se alejó en medio de enfermedades ajenas. Exaltaba éxitos por pequeño e insignificante que parecieran. Era su manera de retenerlos. Les contaba sin reservas sus pesares. No guardaba secretos.

Algo más llamativo aún era su narcisismo. Acaso era un personaje finamente elaborado, tan inusual, exagerado y muy cómico. Escondería tras esta fachada de risas y amaneramientos sin límites toda una tristeza que lo superaba. Se delata a sí mismo cuando describe en el primer capítulo de A sangre fría al hombre real, Perry Smith, quien buscaba formas constantemente de hablar con su rostro siempre frente a un espejo. Las fotos de Truman están llenas de poses calculadas y al conversar no había gesto facial que se le escapara. Denotaba todo el resultado de horas de ensayo, simpatiquísimo aunque estudiado con tal exquisitez que engañó a muchos.

Truman Capote, mantuvo siempre su sangre caliente; desayunando, en ocasiones, rodeado de diamantes, sin escuchar ni una nota de música para camaleones. Este escritor marcó el siglo XX, de manera artística, periodística, altamente escandalosa y divertida. Aunque pudo lidiar con tanto, apoyado en todo y en todos. Sus cimientos personales eran escasos, una niñez casi vacía, y el apellido Capote, un soporte.

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