El nacimiento de la nación cubana, tras independizarse de su antigua metrópoli, España, marcó un quiebre que trascendió lo meramente político para adentrarse con fuerza en lo cultural. Los cubanos quedamos “desnaturalizados” tras el Tratado de París de 1898, viviendo una profunda metamorfosis identitaria que se reflejó inevitablemente en nuestra música. De ese proceso emergió una expresión sonora fresca y potente: una fusión vibrante entre lo europeo, lo africano y lo norteamericano, algo que ya había comenzado desde el siglo XIX, pero fue impulsada por una industria musical en expansión y por el imán cultural de su vecino del norte, Estados Unidos.
 
   Durante años he escuchado, estudiado y disfrutado de la música popular cubana —tanto la de antaño como la contemporánea—, y lo que advierto es que en la mayoría de las producciones predomina la tendencia a resaltar lo folclórico —especialmente las raíces afrodescendientes y la impronta del jazz—, mientras que el inmenso legado hispano suele quedar relegado a un segundo plano, aun siendo pieza clave de nuestra identidad sonora.
 
		  En la música cubana de hoy, tanto dentro como fuera de la isla, la escena discográfica apuesta por un sonido moderno y audaz. Las composiciones exploran armonías contemporáneas, bitonalidad y acordes extendidos —recursos que provienen tanto de la música clásica como del jazz—, entrelazados con ciclos armónicos sorpresivos y refrescantes. En los instrumentos de viento, las líneas melódicas y los motivos musicales revelan el virtuosismo y la creatividad de una nueva generación de músicos y arreglistas, formados en sólidas tradiciones académicas pero abiertos a influencias globales. La percusión destaca por su poliritmia y por la cantidad de sofisticados tutti en donde se requiere una maestría única, pero lo español está bastante ausente, solo presente en el idioma.
 En contraste, me ha llamado la atención la música reciente del cantante, compositor y multiinstrumentalista Alain Pérez, en su nuevo disco “Bingo”, donde España resuena de forma pujante y reconocible. Este gesto me parece muy valioso, pues reivindica un legado español en la música cubana que con frecuencia se olvida o se minimiza. Destaca también el caso del pianista y compositor José (Pepe) Rivero y su nuevo disco “Estampas y Raíces”, en donde rinde tributo a compositores españoles clásicos, mezclando sus obras con su peculiar estilo interpretativo, acercándolo al lenguaje del jazz cubano que le es tan familiar.
 ¿Qué sucede con la gran masa de artistas y músicos cubanos que no rinden homenaje a la madre patria? ¿Es que perdimos la memoria histórica o nos la borraron? ¿Acaso la omisión de ciertos elementos de nuestras tradiciones españolas es síntoma de lo que algunos llaman la “Leyenda Negra Española”, un mito que se ha filtrado incluso en nuestra historia y presente musical?
 Recuerdo a Juan Perón cuando dijo:
  “Y a través de la figura y de la obra de Cervantes va el homenaje argentino a la Patria Madre, fecunda, civilizadora, eterna, y a todos los pueblos que han salido de su maternal regazo”.    “Y a través de la figura y de la obra de Cervantes va el homenaje argentino a la Patria Madre, fecunda, civilizadora, eterna, y a todos los pueblos que han salido de su maternal regazo”.
  Cuba no es la excepción.
 A lo largo de los años, como respuesta a lo anteriormente expuesto, he intentado hacer presente a España en mi obra: incorporando colores armónicos, cadencias andaluzas y el modo frigio —tan ligado al sonido ibérico—, creando composiciones dedicadas expresamente a la cultura española en especial mi nuevo cuarteto de cuerdas titulado “Noches de España", siguiendo así la línea de nuestro gran compositor Ernesto Lecuona, quien supo dar vida tanto a lo africano como a lo español; de mi parte, busco mantener viva esa herencia y proyectarla en la música cubana del siglo XXI, sin olvidar nuestro importante legado africano.
 Hoy, rescatar la herencia española en la música cubana no es solo un acto de memoria: es también una oportunidad para redescubrir la riqueza de un mestizaje que sigue definiendo quiénes somos y cómo suena nuestra historia. La música cubana contemporánea no solo mira al futuro: canta a sus raíces africanas, pero también necesita reconectar con esa otra parte esencial de nuestra identidad. Al fin y al cabo, pensamos, amamos y nos comunicamos en español. Cada nota, cada guitarra o laúd que suene, evocará esa herencia y nos acercará a la plenitud de lo que somos.
 No importa el color de nuestra piel, ni si nuestro abuelo era de Asturias o del Congo: el mestizaje es lo que forjó nuestra identidad y seguirá siendo la esencia de lo hispanoamericano. El escritor, filósofo y político mexicano José Vasconcelos dijo: “Hispano soy y nada de lo hispano me es ajeno”.
 En este momento crucial, la música cubana tiene el reto —y la oportunidad— de cantar su totalidad. Y al hacerlo, nos muestra que, más allá de estilos o etiquetas, lo que une es el sonido de una historia común.