La música de Johann Sebastian Bach (1685-1750) está dotada de una armonía perfecta, lo que ha conducido a que algunos piensen que Bach es el traductor del lenguaje divino a los humanos. “Al oír la música de Bach tengo la sensación de que la eterna armonía habla consigo misma, como debe haberle sucedido a Dios poco antes de la creación del mundo”, así se expresó Goethe de su música. Otros encuentran en las composiciones de Bach modelos matemáticos. Para el compositor Mauricio Kagel (1931-2008), en Dudar de Dios, creer en Bach, “la notación de Bach cumplió la exigencia impuesta al arte acústico, la de no sustituir al lenguaje sino dirigirse a nosotros con la misma exactitud” (La Nación, Argentina, 2011).
Un escéptico compulsivo como Emil Cioran, en una entrevista concedida en 1989 a la revista Newsweek, expresó lo siguiente: "He dicho que Dios le debe todo a Bach. Sin Bach, Dios sería un personaje de tercera clase. La música de Bach es la única razón para pensar que el Universo no es un desastre total. Con Bach todo es profundo, real, nada es falso o fingido. El compositor nos inspira sentimientos que a la literatura le es imposible transmitir, porque Bach no tiene nada que ver con el lenguaje. Sin Bach yo sería un perfecto nihilista”.
El prodigio
El antónimo de un nihilista es un creyente, de allí que hablemos de Glenn Gould (1932-1982), virtuoso pianista canadiense que en las décadas de 1950 y 1960 abordó la música de Bach con una perfección nunca alcanzada, en especial su magistral interpretación de las Variaciones Goldberg, ícono de la historia de la música para piano. Gould fue un personaje controvertido que siempre utilizó para sus interpretaciones una silla de poca altura y una posición extravagante frente al teclado.
Fue iniciado en el piano desde niño por su madre, quien era profesora de música. A los 10 años, componía sus propias partituras, por lo que ingresa al Conservatorio de Música Real en Toronto, donde estudió con el pianista chileno Alberto Guerrero, quien le enseño la técnica de hacer descender y acompañar las teclas sin percutirlas desde cierta altura, que Gould la perfeccionó durante el resto de su carrera al hacer afinar el piano al máximo de la resistencia de las cuerdas, de manera de apenas rozarlas para obtener el sonido deseado. En 1946, Gould hizo su primera aparición con la Orquesta Sinfónica de Toronto, interpretando el concierto para piano número 4 de Beethoven, siendo considerado a los 14 años un pianista prodigioso.
En 1955, a los 25 años, debutó en Nueva York con tal éxito, que el productor del sello Columbia Masterworks (Sony Classical), lo invitó al día siguiente a una sesión en sus estudios. Así se originó su famosa primera grabación de las Variaciones Goldberg, importante álbum cuya reedición de 1992 conservo y disfruto en momentos muy especiales yen las que se escucha canturrear y a veces conversar consigo mismo a Gould en el registro de la ejecución. Las Variaciones Godberg (1741), escritas por Bach para dos teclados en la tonalidad de sol mayor y de sol menor, se componen de un tema único, un aria construida de forma simétrica, seguida de treinta variaciones y un reprise del aria o aria da capo. Fue concebida originalmente para un clave con dos teclados, cosa que Gould superó, de allí su genialidad.
La silla de Gould
A los 20 años y siendo ya reconocido como un virtuoso del piano, Gould le pidió a su padre le elaborara una silla con dimensiones muy particulares, que fuera flexible y transportable. Si tomamos en cuenta que la altura media desde el suelo hasta la superficie de las teclas blancas de un piano es de 71 a 72 cm, los bancos para pianistas oscilan entre 47 a 56 centímetros de altura, proporcionando una posición faraónica frente a la partitura. La silla de Gould medía 33 cm de altura, lo que situaba su pecho al ras del teclado, de allí que en los conciertos se le viera en posición fetal durante sus interpretaciones. Su excentricidad también se extendía a los pianos. En 1956 Gould fue invitado a grabar en los estudios Sony, pero al probar el piano no quiso utilizarlo y pasó todo un día con el experto afinador de la casa Steinway de Nueva York, hasta dar con el que brindaba sus requerimientos de sonido y después de grabar la primera interpretación, considerada por el asesor musical de Sony como la obra perfecta jamás grabada, Gould pidió que la borraran, ya que se había adelantado 3 segundos.
Un universo que se expande al compás de la música
Por más que se escriba sobre Gould, este genio de existencia meteórica encarna un enigma insalvable. Lúcido, neurótico y ensimismado, sus pocos amigos y su amante, una pintora alemana, coinciden en que tenía una personalidad compleja y un comportamiento excéntrico, en especial cuando se le veía llegar a la sala de concierto o al estudio de grabación portando su desvencijada silla, vistiendo un traje arrugado, sin peinarse y con una expresión inescrutable. Algunos piensan que padecía del síndrome de Asperger debido a sus obsesiones y capacidad de concentración, característicos de esta afección, otros lo califican de maniático ya que, entre otras rarezas, no estrechaba la mano de nadie, protegiendo las suyas con varios guantes y antes de cada concierto las sumergía en agua caliente por 20 minutos. Sobre Bach se expresaba con devoción: “Mi amor por Bach me hizo músico. Bach es el más grande inconformista de la historia de la música. No modula nunca en un sentido convencional, pero deja la impresión de un universo expandiéndose”.
El asceta
Antonio Bustamante, arquitecto español y diseñador de sillas ergonómicas para pianistas, expresa su criterio sobre la silla de Gould: “Un pianista sentado en la banqueta debe experimentar equilibrio y comodidad, especialmente al inclinar el cuerpo lateralmente (punto conflictivo) para tocar en los registros agudo o grave. Un pianista toca siempre desde una postura que él compone con su asiento y su piano, aunque a veces, como en el caso de Gould, este virtuoso necesitó adoptar una postura patógena para expresar su arte”. Gould, como un asceta que inflige rigores a su cuerpo, buscaba trascender a una dimensión fuera del mundo profano, utilizando su silla como un talismán que le evocaba el amor paterno y le daba sostén en su búsqueda iluminada al haber comprendido el mensaje cifrado de Bach. En 1964, a sus 32 años, ofreció su último concierto en Los Ángeles. A partir de esa fecha y equipado con un grabador Nagra y un micrófono direccional, se obsesionó por grabar las conversaciones de la gente en los paraderos de carreteras, la cacofonía de voces anónimas en esos lugares de paso las colocaba en diferentes layers o capas que al mezclarlas en el estudio en diferentes tiempos, producía sinfonías a base de voces que posteriormente emitía en un espacio radial titulado “La idea del norte”, su último reducto vital donde se comunicaba en solitario con el mundo. En 1982, a sus 50 años, un derrame cerebral provocado por una infección mal atendida, agravada por el exceso de pastillas que ingería en todo momento, causó la imprevista muerte de este asceta del piano.