MIAMI.- En casi todas las culturas hay quienes viajan al inframundo en busca de respuestas a algo. Está en la Biblia, en la Odisea de Homero, en el Infierno de Dante y hasta en el Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas. Sumergirse en lo más terrible, para intentar alcanzar la luz. Eso es lo que hace el personaje de Madre en la obra Madre, dramaturgia y dirección de la actriz y profesora venezolana Neher Jacqueline Briseño, que tuvo su estreno mundial en el Miami-Dade County Auditorium.
La obra es un unipersonal creado para conmemorar los 50 años de carrera de la actriz mexicana Adriana Barraza, maestra de maestras, una mujer cuya sola presencia en escena desborda el escenario y crea expectativas.
El texto de Briseño tiene trazado un rumbo fijo, la búsqueda de un hijo que desapareció sin dejar rastro. Su madre, hace lo indecible para encontrarlo, tocando puertas, siguiendo las señas que le indican dónde podría hallarlo, recorriendo tanta distancia, que el personaje se hace milenario y se universaliza, convirtiéndose en la madre de todos los hijos desaparecidos en el mundo, que suman miles.
En un ambiente sobrio y derruido se mueve Madre, apoyada en un báculo de madera que le sirve de guía ante su ceguera. Se abre paso, escucha, se lamenta y denuncia, en su afán de hallar a su desaparecido hijo Rafael, hasta que conecta con el inframundo donde se encuentra con el padre del hijo, que fue asesinado; su madre, que como ella misma, en su momento luchó por encontrar justicia. Choca con el tío Ignacio, militar, despiadado, asesino al que también le reclama y le exige responsabilidades. “Un vivo en el mundo de los muertos es una calamidad”, dice la protagonista, mientras en varios otros momentos alude a expedientes que habrá de entregar.
Una búsqueda agotadora de la madre de todas las madres que han perdido a sus hijos en circunstancias extrañas, y que se sabe que no tendrá un final feliz, quizás sólo un poco de esperanza, de que en el próximo paradero, tendrá mejor suerte.
Madre es una obra de atmósfera y de desempeño. El texto no ofrece alternativas, y centra toda la energía en el trabajo actoral de Adriana Barraza que desde que sale al escenario se posesiona y controla la cadencia de las oraciones que son cortas, las pausas y el tempo de la obra. Una actuación memorable la de Adriana Barraza.
Aunque se trata de un unipersonal, el montaje se nutre de tres bailarines ataviados con harapos como Madre, jóvenes que podrían ser, si se desea, los desaparecidos, los muertos, pues el maquillaje asemeja la muerte. Bailan, giran, casi interactúan, dirigen el camino por el que se mueve la protagonista. Estos jóvenes Maya Billig (desafortunadamente los tatuajes en su cuerpo rompen la armonía escénica), Rafael Ruiz del Vizo y Enrique Villacreses, con sus coreografías, diseñada por la propia Maya Billig, llevan un peso importante en el curso del espectáculo. A su vez dos músicos casi ocultos, Miguel Gil, que logra sonoridades intrigantes con distintos instrumentos y Arsenio Díaz con una cítara de la india, acentúan el contexto y provocan un ambiente aun más misterioso escénicamente.
Madre es una obra muy de conjunto, por ello la atinada escenografía de Pedro Balmaseda y Jorge Noa, en la que varios andamios sostienen harapos como los que visten los participantes, todo en un color tierra seca uniforme, junto al trabajo de luces de Balmaseda, engrandecen la puesta en escena.
Sin duda Madre es una obra para conformar y resaltar en el programa de cualquier festival de teatro en el mundo.