MIAMI.- Desde la mirada de la psicología analítica profunda, toda forma de segregación podría entenderse como una activación del complejo del chivo expiatorio. Como lo explica la analista Sylvia Brinton Perera en su libro El complejo del chivo expiatorio: “aplicamos el término a individuos o grupos que son acusados de causar la desdicha. Esto sirve para que otros se liberen de su propia responsabilidad y refuercen su propio sentido de poder y justicia (…) vemos nuestra sombra proyectada en ellos. Y el que crea el chivo se siente aliviado al ir más ligero, sin la carga de lo que es inaceptable para su ideal del ego, sin la sombra. Aquellos que son identificados con el chivo, por otro lado, son identificados con las cualidades no aceptadas de la sombra. Se sienten inferiores, rechazados y culpables. Se sienten responsables no solo por su propia sombra sino por la que otros proyectan sobre ello”. Esta dinámica inconsciente nos hace satanizar la otredad de cualquier persona o grupo, justificando todo tipo de vejaciones con la excusa de 'defendernos' de esos monstruos que proyectamos en ellos y que somos incapaces de reconocer en nuestra psique.
Esto fue lo que ocurrió durante los años de la segregación racial en Estados Unidos y es en este contexto donde se desarrolla Nickel Boys, un largometraje que nos muestra una época que ya conocemos, pero de una forma completamente diferente al ponernos en la piel de aquellos que la sufrieron.
Basada en la novela de ganadora del Premio Pulitzer escrita por Colson Whitehead y ambientada en el Tallahassee de los años 60, Nickel Boys cuenta la historia de Elwood Curtis (Ethan Herisse), un adolescente idealista y de escasos recursos que, por un malentendido, es enviado a la Nickel Academy (un reformatorio donde los afroamericanos son utilizados como servidumbre, explotados y abusados de todas las formas posibles). Allí conoce a Turner (Brandon Wilson), un chico desencantado de la sociedad y que entiende que la única manera de sobrevivir es adaptándote al sistema en vez de querer cambiarlo. Ambos entablarán una amistad donde sus formas de ver el mundo chocan con la cruda realidad que los rodea mientras intentan cuidarse el uno al otro.
Escrita por RaMell Ross (Hale County This Morning, This Evening, Independent Lens) y Joslyn Barnes (Touch of Stranger, Bàttu, Harvest), Nickel Boys nos sumerge en una de las tantas historias de horror que, a pesar de ser conocidas por muchos, durante años estuvieron sepultadas. Lejos de crear un panfleto lleno de diálogos sobre la reivindicación social, los derechos civiles y la libertad, sus guionistas hacen algo mucho más potente: contar en primera persona, a través de los ojos de Elwood y Turner, el descenso a los infiernos que es cada día en la Nickel Academy. Ofertada como una institución respetable que buscaba impartir disciplina y educación a jóvenes revoltosos, el lugar es más parecido a un gulag de la Unión Soviética que a un internado. Los adolescentes afroamericanos y latinos son utilizados como servidumbre o explotados en peleas clandestinas (donde ganar o perder puede costar la vida), algunos son abusados sexualmente y, cualquiera que rompa las reglas —por más pequeñas que sean—, puede ser azotado hasta la muerte. Un lugar ominoso en el que el público es sumergido en primera persona, experimentando el mismo nivel de desasosiego que sus protagonistas.
Elwood y Turner, como es común en cualquier dupla, representan dos antípodas de cómo ver el mundo. El primero cree en la posibilidad de obtener justicia, defender a los suyos y no bajar la cabeza, mientras que el segundo intenta ganarle al sistema a través de los vericuetos que consigue y no tiene ningún problema en doblegarse cuando debe hacerlo. Dos visiones que, lejos de expresarse de forma expositiva, se ven plasmadas en cómo ambos personajes se enfrentan a las adversidades que viven y el resultado de sus respectivos arcos dramáticos. Durante el desarrollo de la historia es imposible no simpatizar con los dos, entender sus puntos de vista y rezar para que salgan bien librados de cada conflicto en el que se meten por su temperamento. Por supuesto, no todo es dolor y sufrimiento para Elwood y Turner. Nickel Boys también se esmera en enseñarnos como los protagonistas intentan disfrutar de la vida en cada pequeño instante de libertad que tienen, luchando por conservar la humanidad que, progresivamente, la Nickel Academy les va robando.
A pesar de que las apariciones de Ethan Herisse y Brandon Wilson en pantalla siempre son vistas a través de reflejos o desde un punto de vista subjetivo, las actuaciones de Nickel Boys son excelentes. Ethan Herisse se nos muestra como un joven callado, introvertido, con cara de pocos amigos pero con una candidez en la mirada que solo nosotros —por seguir su viaje— sabemos que tiene. Por su lado, Brandon Wilson aparece como el tipo simpático, extrovertido y ligero, pero que detrás de su sonrisa esconde un profundo dolor y resignación. Cada vez que interactúan en pantalla e intercambiamos puntos de vista con ellos, vamos descubriendo esa vulnerabilidad e inocencia que ni ellos mismos se permiten expresar y entendemos lo que uno hace por el otro sin decir nada ni esperar nada a cambio.
Dirigida por RaMell Ross (Hale County This Morning, This Evening, Independent Lens), Nickel Boys tiene una propuesta visual hipnótica. Gracias a su narración fragmentada y su juego de perspectivas, la historia juega a desorientarnos y sumergirnos en la psique de sus protagonistas. Siguiendo los pasos de Michael Haneke, su director entiende que el peor tipo de violencia es ese que ocurre
fuera de cuadro y que termina infiriéndose a través de la omisión. Al mismo tiempo, Ross sabe cuándo, dónde y de qué forma poner el acento para impactarnos con determinadas escenas o qué información ocultarnos para angustiarnos al invitarnos a imaginar escenarios que pueden ser peor de lo que pensamos. Esto obliga al espectador a escudriñar cada plano del largometraje esperando que el peligro se asome hasta en el más pequeño rincón o buscando cualquier indicio de amenaza en el sonido fuera de su campo de visión.
La cinematografía de Jomo Fray (All Dirt Roads Taste of Salt, Runner, No Future) crea un atmósfera claustrofóbica gracias al aspect ratio en el que está rodada la película (4:3, cuadrada, a diferencia del formato 16:9, horizontal, que solemos tener en la mayoría de las proyecciones en el cine). Esto reduce nuestro campo de visión considerablemente, generando una sensación de encierro en todo momento, emulando la opresión que sienten los protagonistas. Por otro lado, la utilización de la cámara subjetiva permite tener una composición que en las escenas más crudas “cercena” lo que vemos y nos invita a completar con nuestra imaginación lo que sea que sucede —muchas veces apoyándose solo en el sonido. No obstante, Fray también crea instantes llenos de poesía y belleza en las interacciones que tienen Elwood y Turner con el mundo exterior, reconociéndolos en los reflejos de objetos cotidianos e invitando al público a detenerse a observar el mundo como lo harían ellos.
Nickel Boys 2 - Película
Basada en la novela homónima de Colson Whitehead, Nickel Boys es una de las favoritas en la temporada de premios.
Cortesía/Orion Pictures
El montaje de Nicholas Monsour (Nope, Us, The Twilight Zone) es otro de los grandes aciertos de Nickel Boys. Más allá de crear un código bastante claro (donde el cambio de perspectiva entre Elwood y Turner se da cada vez que coinciden en escena), el editor logra desdibujar el paso del tiempo alargando momentos claves dentro de la historia y acortando otros para así emular la subjetividad del protagonista que, en el presente, recuerda su adolescencia a través de retazos. Al mismo tiempo, Monsour nos saca de cada escena con un corte seco cuando apenas tenemos un poco de información y así aumentar nuestra desorientación en el rumbo de la historia. Por último, el diseño de producción de Nora Mendis (Passing, Kindred) no solo se limita a recrear el momento histórico en el que se desarrolla la película, también construye decorados terroríficos dentro de la Nickel Academy donde con apenas un par de elementos podemos imaginarnos mil cosas espantosas que pueden ocurrir en espacios improvisados para la tortura.
Nickel Boys no es la típica película que explora las injusticias que fueron cometidas contra los afroamericanos. Su propuesta visual nos sumerge en la historia y nos invita a vivir todo lo que pasaron sus protagonistas en carne propia. A veces de forma sutil, otras de manera explícita, el largometraje nos confronta con los horrores que hasta hace poco tiempo se cometieron en diferentes internados alrededor de Estados Unidos y que dejaron una cicatriz enorme en un colectivo que, casi 60 años después, todavía no tiene la justicia
que merece. En una dimensión más intima, el largometraje también explora los traumas que cargan —silenciosamente— aquellos que sobreviven al horror y la frustración que experimentan al ver cómo la historia busca pasar la página y dejar atrás decisiones políticas desafortunadas por las que nadie parece hacerse responsable. Nickel Boys sirve como recordatorio de las atrocidades que un ser humano puede hacerle a otro cuando proyecta en él todos sus demonios. Una dinámica arquetípica que nos persigue desde los albores de la humanidad y que seguirá estando vigente hasta que no nos reconozcamos como realmente somos —y no como queremos— al ser confrontados con nuestro propio reflejo.
Lo mejor: el juego de perspectivas y su justificación en la resolución de la trama. La crudeza con la que explora temas que ya conocemos sin caer en el panfleto o el sensacionalismo. Las actuaciones de la dupla protagónica.
Lo malo: al ser narrada en primera persona con un aspect ratio de 4:3, puede resultar demasiado experimental o claustrofóbica para el público en general. Aunque los flash forward están justificados, son un bajón en el ritmo del film.
Sobre el autor
Luis Bond es director, guionista, editor y profesor. Desde el 2010 se dedica a la crítica de cine en web, radio y publicaciones impresas. Es Tomatometer-approved critic en Rotten Tomatoes (https://www.rottentomatoes.com/critics/luis-bond/movies ). Su formación en cine se ha complementado con estudios en Psicología Analítica profunda y Simbología. Es co-host del podcast Axis Mundi donde profundiza en el análisis fílmico, la literatura, la psicología y los lenguaje simbólicos.
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