lunes 24  de  marzo 2025
ENTREVISTA

Pedro Luis Ferrer: "He sido un aprendiz de todo el que me rodea"

El cantautor, nacido en Yaguajay (Sancti Spíritus), en el centro de la isla, se ha caracterizado por un delicioso juego con el lenguaje en sus composiciones y un humor criollo que hace honor a la identidad del cubano
Diario las Américas | GRETHEL DELGADO
Por GRETHEL DELGADO
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MIAMI.- Muchos cubanos conocen la historia de la vaquita Pijirigua (Inseminación artificial), de Marucha la jinetera (prostituta) o del Amigo palero (que practica la religión afrocubana). La tarde se ha puesto triste ha sido una especie de banda sonora de los exiliados, una forma de poner música a su nostalgia. Estos y otros temas se han grabado en la memoria colectiva de Cuba desde la década del 70 gracias a la afilada pluma del cantautor Pedro Luis Ferrer.

Nacido en Yaguajay (Sancti Spíritus), en el centro de la isla, Ferrer se ha caracterizado por un delicioso juego con el lenguaje en sus composiciones y un humor criollo que hace honor al choteo, elementos tan cercanos a lo que más identifica a los cubanos. Ha logrado condensar en su música puntos esenciales en la identidad del guajiro (campesino cubano), como los personajes populares, la realidad de los pueblos del interior de la isla, y también los temas sociales que han marcado la historia de Cuba desde los años 60.

Asimismo, con temas como Yo no tanto como él ("mi padre fue comunista, yo no tanto como él") ha reflejado el conflicto o diferencia generacional que marcó a los jóvenes de los setenta, ochenta y noventa, que se enamoraban con los versos de trovadores que interpretaban una Cuba llena de cambios, de éxodos y consignas.

Durante su visita a DIARIO LAS AMÉRICAS, Ferrer hizo un balance de su carrera artística y reflexionó sobre la necesidad de dialogar y escuchar a todas las voces en vez de censurar.

¿Cómo se fraguó ese instinto por la composición, por cantar y contar lo que ocurría en su entorno? ¿Fue movido por una tradición familiar?

Nací en una casa donde se hacía música y se hacía poesía y no se me ocurrió nunca hacer otra cosa. Me formé básicamente con esa familia que tenía un apego tremendo a los valores de la cultura nacional. Eran quizás más nacionalistas que yo, porque tenían un sentido de la cubanía y de toda la cultura criolla mucho más arraigados. Yo también bebo de las fuentes más universales y me interesa mezclar toda esta cultura nacional nuestra con todo lo que está pasando en el mundo. Aprendo también de dónde venimos, porque voy a otras tradiciones que nos forman.

Lo que he hecho es dar mi propio punto de vista de qué es la música cubana, y ojalá que en eso haya algún aporte importante. La guaracha es algo que llega a Cuba, por ejemplo, con el teatro español. Se cubanizó en la medida que fue adquiriendo los asuntos de la naciente nación y en la medida que fue incorporando ritmos populares, que al comienzo eran considerados más bien marginales.

¿Se identificó con la Nueva Trova aquel Pedro Luis Ferrer de los años 70?

Siempre digo que ocasionalmente he sido trovador, porque tengo intereses que van más allá de la trova. También me interesa la música instrumental, de concierto, escribo obras para piano, e incluso música popular para guitarra. Venía con ese espíritu trovadoresco porque en mi casa había trovadores. Viví con Rafaelito Ferrer, que era hermano de mi padre y hacía sus propias canciones. Empecé a hacer mis primeras canciones imitando las que él hacía. A veces las hacía con los acordes de mi tío. Lo que pasa con la Nueva Trova es que fue una organización con estatutos y reglamentos que ya no existen, que se superaron en un momento dado, pero que a juicio mío creó bastante problema. Lo que importa es la estética, la obra de los creadores que respeto y admiro, y que también me enseñaron algo, como lo hizo la trova tradicional, la música bailable y la sonera. Más bien me inscribo en una proyección que incluye todo lo que me antecede, pero cuando hago guaracha no hago Nueva Trova, me identifico con un movimiento anterior. Eso es lo que trato de hacer: resumir y renovar las propuestas musicales desde mi punto de vista.

Uno va cambiando con el tiempo ciertos intereses. En los 70 escribí canciones como Al que le sirva el sayo, Por no sufrir mañana, que tenían de alguna forma un nivel de inconformidad con lo que vivíamos, y uno a veces no sabía ni por qué se sentía incómodo con esa realidad. Sigo criticando nuestra realidad, porque uno vuelve a albergar esperanzas, frustraciones, y uno comenta sobre todo eso, porque al final uno quiere que el país avance, que la sociedad sea mejor.

Como artista no me puedo sustraer a expresar esas cosas. Y vas encontrando los ángulos también de decir las cosas porque hay una realidad bastante cerrada, sobre todo, en el aspecto político. Muchos contenidos están en la cabeza de la gente y eso no lo puede prohibir ninguna censura. La realidad habla por sí misma y hay cosas que no hay ni que decirlas. Con tocar ciertos resortes de la sociedad, te pones en comunión con ella y uno logra expresar sin tanto desafío frontal.

Es interesante como apenas realizó estudios, pero en sus canciones ha hecho un incisivo homenaje al idioma español con deliciosos juegos de palabras, ¿cómo se da eso?

La escuela está en todas partes, donde hay alguien que quiera aprender y donde hay conocimiento. Soy un autodidacta, pero en definitiva he aprendido con todos, no solamente de gente descollante. En la música hay mucho que aprender de la gente más humilde. He sido un aprendiz de todo el que me rodea.

En los años 90 Celia Cruz versionó su guaracha Mario Agué, ¿cómo fue escuchar esta versión en la voz de la Reina de la Salsa?

Eso se lo tengo que agradecer a los buenos oficios de Willy Chirino, que fue el productor de ese disco y que hizo que Celia Cruz conociera mi trabajo. En uno de los programas de radio que hice en los 90 la última llamada de teléfono que entró fue de ella, y dijo: ‘escuché tu entrevista desde el comienzo y me alegro mucho, para que la gente vea aquí que las cosas son en colores. Me encanta haber cantado tu tema’. Para mí fue una alegría, la única vez que hablé con Celia Cruz fue por radio, públicamente.

También en los 90, después de que viniera a EEUU y sacara su primer álbum en el exterior, 100% cubano, en Cuba lanzaron un disco con grabaciones suyas de los 80, pero sin su permiso.

Como si fuera un artista fallecido. Estaba en Cuba y nadie me consultó, me trataron como si fuera un ausente. Son detalles de falta de tacto que cometen a veces las instituciones en Cuba. Pero eso conduce al punto de que no nos relacionamos con todo el respeto con el que nos debemos relacionar.

Creo que el país trató de salir de un hueco; yo tuve muchas esperanzas. De hecho se derogaron una serie de cosas, que para mí fueron verdaderamente importantes, como el derecho a poder viajar libremente, poder viajar con tu familia. Pero creo que es insuficiente y pensé que en estos seis años, por ejemplo, las cosas iban a transcurrir con más velocidad, que los cambios iban a ser también de otra índole y siento que otras cosas se han detenido. Creo que no nos despojamos de un concepto totalitario del Estado y eso no nos permite avanzar. Hasta que esas cosas no se superen, todo lo que se haga serán remiendos, que no van a dar al traste con el verdadero deseo de avance que tiene la sociedad cubana. Lo digo sin ánimo de ofender. Lamento que no seamos capaces de relacionarnos de otra manera. No puedo estar de acuerdo con esas cosas. No creo que es constructivo ni que nos va a hacer ningún bien, de hecho no nos ha hecho bien.

Ahora han surgido ciertas leyes que no entiendo bien y algunos artistas tienen preocupación de que esas leyes, si caen en manos de extremistas, se conviertan en un retroceso hacia la censura. Ojalá que eso no sea un retroceso y que si están con esa intención, no las implementen.

En 2014 lanza el disco Final, pero ese no es precisamente el final.

Se llama Final porque la canción dice que el final no existe, que siempre uno puede encontrar un nuevo comienzo, una nueva perspectiva. Se acaban cosas, indudablemente, pero comienzan otras y que el hombre no debe quedarse desprovisto de visiones y de horizontes.

Siempre estamos grabando y vamos acumulando material. Tengo una pequeña cueva, que no se le puede llamar estudio, pero tengo mis propios equipos y hago mis discos desde hace muchos años, en Playa (La Habana), al lado del basurero de 36 y 21, un basurero endémico de hace más de 10 años que ya forma parte de la psicología de uno. Ahí tenemos un estudio, hacemos arte, belleza, y contrarrestamos todo lo posible del basurero.

¿Cuáles son sus rituales diarios?

El olor de la mañana para mí es el café. Me gusta sentir que alguien lo hace, es que me gusta más el olor del café que el sabor. Me gusta ese detalle de compartir un café con la familia, con los músicos que llegan a trabajar. En ese encuentro con los amigos uno se entera de muchas cosas y oye opiniones. Yo tengo amigos, que me dicen cosas que a veces no me gusta oírlas, pero son ciertas y uno aprende con eso. Es muy enriquecedor. Lo que hago después cuando voy a un teatro es reproducir ese ambiente íntimo, como si estuviéramos en la sala de la casa.

En tiempos de fusión musical, donde muchos se mueven y exploran otros géneros, ¿se aventuraría a hacer, por ejemplo, colaboraciones con artistas jóvenes?

Si me invitan, ¿por qué no? No tengo ningún prejuicio ni con géneros ni con nada. Creo que todos los géneros son importantes y por alguna razón existen. Lo que hay que hacer es, en todo caso, si consideras que están pobres ciertas cosas, pues enriquécelas con tu participación. Todo tiene su porqué y el arte no es solamente el que lo hace, sino el público que percibe lo que hace el artista. No hay artista sin público. Es muy bonito sentir que lo que uno canta llega al corazón de la gente. Lo que uno hace es tratar de ser mejor y que los demás también lo sean.

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