MADRID.- He aquí una palabra cuando menos curiosa: gamba. En italiano, y por derivación también en español de argot, significa pierna, pata; en español normal, sin embargo, una gamba es un crustáceo, y un crustáceo muy popular entre los consumidores españoles.
En Latinoamérica se llama camarón a un marisco que en España recibe diversos nombres, desde camarón, que es otra cosa, a gamba, langostino... sin hablar de las cigalas, con las que nos meteríamos en un lío de grandes proporciones.
Para comer solos los camarones, hay tres fórmulas que se imponen a las demás: simplemente cocidao, que para muchos es la que más justicia les hace cuando tienen la calidad suficiente como para no necesitar maquillajes; a la plancha, muy popular; y al ajillo, que requiere una mínima preparación y que es la receta preferida de los partidarios del mínimo esfuerzo, ya que los camarones llegan al comensal pelados y no hay que ensuciarse los dedos para comerlos.
Los camarones, desde luego, son el marisco más habitual en los arroces o paellas de marisco, en los salpicones o ensaladillas, en las sopas marineras... Es un sabor normalmente agradable, una textura convincente y, ya digo, un precio conveniente.
Primera recomendación: huyan de los camarones que hayan sido congelados y descongelados. Cómprenlas, si tienen acceso a ellas, frescas; si no, congeladas. Nunca descongeladas. Procuren cerciorarse, en lo posible, de la proximidad de su procedencia; dejen el marisco japonés para los nipones, y el del Pérsico para los persas. Ustedes, el de sus costas.
Supongamos que tienen ustedes medio kilito de camarones, es decir, superfrescos: esto, insistimos, sí que es imprescindible. Pélenlos, en crudo, y sáquenles el intestino, que es esa especie de venilla negra que recorre su cola. Esto es también importante, aunque sean pocos los que lo hagan. No se puede limpiar algo a medias: si se limpia, se limpia. Y si no, no se come.
Piquen tres o cuatro dientes de ajo, y échenlos en una sartén en la que habrán calentado medio vaso de aceite de oliva. Pongan, también, un par de pimientitas de Cayena.
En cuanto los ajos empiecen a ponerse dorados, que no morenos, añadan los camarones, que habrán salado previamente, y háganlos, como mucho, un par de minutos; basta con que cambien de color y se pongan blancos. Y ya está. Reparten en cuatro cazuelitas, y buen aperitivo.
Otra receta
Pero vamos a hacer todo un plato. Para ello, no hay más que cocer 'al dente' unos 'spaguetti' -yo prefiero, para esto, los finísimos 'capellini'- el tiempo que les indique el paquete.
Escúrranlos bien, distribúyalos en cuatro platos... y mézclenlos con el contenido de la sartén. Si acaso, espolvoreen por encima, como último toque, un poquito de cebollino picado. Y ya verán qué cosa más rica.
La pimienta de Cayena se puede sustituir por guindilla o sus ajíes o chiles preferidos; sean, en todo caso, prudentes: no se trata de arrasar el paladar con picante, sino de dar un toque más o menos canalla al conjunto. Pero ustedes sabrán cómo es su relación con el picante. Procedan en consecuencia.
Pero disfruten de estas gambas al ajillo: son un aperitivo muy español.
FUENTE: EFE
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