En tierra de vino, historia y buen comer que llaman Languedoc-Roussillon abundan los pueblos y ciudades donde las huellas de Roma y el Medievo perduran.
En tierra de vino, historia y buen comer que llaman Languedoc-Roussillon abundan los pueblos y ciudades donde las huellas de Roma y el Medievo perduran.
Aquí el carácter provinciano del francés del Sur prevalece, mientras los precios no suelen ser tan altos como en la capital gala. Esa son razones suficientes para dejar que el deseo nos lleve a estos lugares.
Es tierra de vino porque allí están algunos de los productores más antiguos y grandes del mundo. Hay tintos, rosados y blancos que puede degustar sin pago en algunas bodegas.
El buen comer lleva la marca gourmet de la cocina francesa, algunas veces matizada por la cercanía de la gastronomía española y catalana. Platos que tienen al pato, el cordero y el pescado por ingredientes principales, siempre antecedidos por exquisitos entremeses de mariscos, quesos o patés acompañados por buen pan de pueblo.
Esta comarca, con cerca de 50.000 habitantes, estuvo habitada antes de Cristo, fue conquistada por romanos, visigodos, árabes y finalmente los francos, y siempre fue deseada por los aragoneses. De ahí es la presencia de la impresionante muralla construida por el rey Luis IX y su sucesor, Felipe III, en el siglo XIII. Una mole protectora engalanada por torres y techados cónicos que rememora la construcción feudal del viejo reino galo.
Esta gran fortificación, que parece castillo y basílica, están muy bien cuidados. El complejo arquitectónico fue incluso declarado Patrimonio de la Humanidad, donde aún se aprecian algunas construcciones hechas por los romanos y visigodos.
La ciudad recibe miles de turistas por día y está situada a 5 horas en tren desde París, 58 millas del aeropuerto de Perpignan o 186 de Barcelona.
Fundada hacia el siglo VIII, Montpellier fue el lugar escogido por judíos a finales del siglo XII para crear la escuela de medicina más antigua en actividad del mundo. Es el recinto universitario donde el célebre Nostradamus estudió hacia el año 1525 y pronosticó erróneamente que la ciudad desaparecería cuando los viejos pinos que habitaban en una de las torres cayeran.
No obstante, Montpellier es hoy un importante centro industrial. Floreciente capital de la región a 3.20 horas en tren de alta velocidad o 46 minutos en avión desde París.
Aquí está la imponente gran plaza lleva por nombre Place de la Comédie, donde se destacan auténticas muestras de la arquitectura renacentista francesa, que encontramos con mayor frecuencia en París.
La inmensa explanada tiene por punto central el teatro L’Opéra Comédie y la fuente de las Tres Gracias esculpida en 1776.
Hay calles colindantes donde el comercio y el paso de la gente predominan. En otras abunda el silencio de la quietud, que puede ser roto por el crujir de una vieja puerta o el ensayo de un tenor que se empecina en cantar un aria de Verdi.
Busque la avenida Rue Foch, una elegante arteria comercial donde abundan las tiendas de nombre y se encuentra el arco Porte du Peyrou, construido hacia 1691, que glorifica al rey Luis XIV de Francia, donde el Rey Sol afirmó su poder como gran soberano.
A tan sólo siete de millas de Montpellier está la playa y la singular ciudad La Grande Motte, que fue prácticamente ideada en los años 1960 por el arquitecto Jean Balladur a partir de líneas piramidales y semicirculares que caracteriza a muchas edificaciones.
Cerca de allí está Aigues-Mortes, que es una comarca que data de 1240 y luce su gran muralla por los cuatros costados. Principal puerto francés del Mediterráneo entonces y punto de partida de las cruzadas hacia Tierra Santa. Fue el lugar de donde partió Luis IX en dos ocasiones y que muchos recuerdan en Place St Louis y la iglesia Notre Dame des Sablons, donde el monarca entonces y santo después vivió sus últimos momentos antes de partir.
Camino a los Pirineos sentirá la sensación de navegar sobre un inmenso mar de viñedos. Es una imagen que se repite a lo largo y ancho de la región e incluso llega a la mismísima costa del Mediterráneo, para luego montarse en las laderas de las montañas en forma de terrazas.
En Narbonne, que le llaman Narbona en español, encontramos una acogedora villa fundada por los romanos hacia el año 118 a.C. bajo el nombre Narbo Martius, que está situada sobre la vía Domitia, el primer camino romano que enlazó a la península itálica con la ibérica. Lugar de nacimiento de San Sebastián, el mártir cristiano que murió a golpes en Roma.
Cerca de Narbonne está la abadía de Fontfroide en medio de unos montes que huelen a lavanda. Es un recinto religioso fundado por la Orden de San Benito en el 1093. Tierra de evangelización, con secretos muy bien guardados y fundamento que dio lugar al papa Benedicto XII (1280-1342).
Camino a la frontera con España, donde las altas montañas de los Pirineos adornan el horizonte, está Perpignan, que antes llamaron Perpiñán cuando fue tierra catalana, arrebatada por Francia en 1659.