MIAMI.- La muerte, inevitable, siempre nos sorprende. El impacto de la noticia de que alguien por quien se siente afecto o se admira o ambas cosas -como es el caso- ha muerto, provoca una sensación de vacío inexplicable. No acabamos de aceptar el fin de la existencia física, quizás por ese afán de pretender entenderlo todo, aunque no todo tiene explicación, al menos hasta donde alcanza la razón humana.
De Carlos Alberto Montaner, que falleció en Madrid, España, el 29 de junio, conocía de antes su nombre y su obra, pero no fue hasta pasados unos años de que iniciara mi vida de exiliada, que se dio la ocasión de que nos encontráramos y que, con ese don de gente que le caracterizó, al leer en una credencia que portaba mi apellido Lavastida, asumiera que éramos primos.
Una de sus abuelas y la mía paterna así se apellidaban y, en esa búsqueda y curiosidad constante que tenemos por conocer nuestros orígenes, Carlos Alberto se ocupó de identificar que estábamos emparentados y desde entonces nos llamábamos prima y primo.
Realmente, conocerlo más de cerca y tratarlos a él y a su esposa Linda Montaner, ha sido un privilegio. Ambos, personas cercanas, afables, desprejuiciadas, bondadosas, de un pensamiento muy amplio y preclaro, genuinamente democrático e incapaces de diferenciar el trato hacia sus semejantes por algo relacionado con el linaje social u otras vanidades.
Sin el más mínimo alarde de su erudición, con los pies muy bien puestos en la tierra y ni un ápice de presunción, así vivió Carlos Alberto Montaner, uno de los pensadores e intelectuales más prominentes de Iberoamérica en los últimos cien años.
De quienes parten a la dimensión de lo desconocido siempre se resaltan sus virtudes. Ante la imponencia de su majestad, la Muerte, preferimos dejar el recuento de los defectos humanos en este plano tierra donde venimos a probarnos.
Su lado humano
Al conocer de su muerte, personas que, incluso antes de sostener un encuentro presencial con él, pudieron experimentar la empatía que mostraba hacia sus semejantes, también quisieron testimoniar sobre esas experiencias.
Si las leyera, Montaner sonreiría al percibir elogios a su persona y quizás dijera, “para darle sentido a la vida, uno debe trazarse algún propósito, por lo menos el de servir a otros para algo”.
Mentor político de disidentes y periodistas libres en Cuba, así definió Iván García, corresponsal de DIARIO LAS AMÉRICAS en La Habana, a Carlos Alberto Montaner, cuando escribió sobre algunas de sus memorias.
Contaba Iván que los primeros libros de Montaner los leyó clandestinamente cuando cumplía en Servicio Militar Obligatorio siendo un adolescente y que el primer abrazo se lo pudo dar al cabo de 30 años en la Casa Bacardí de la Universidad de Miami.
Recuerda el cronista que, después de invitar a cenar al prominente autor, permanecieron conversando unas cinco horas, sobre un tema al que le dedicó parte de su pensamiento y su vida, Cuba.
Iván describe que los inicios de su amistad con Montaner se remontan al verano de 1993.
Una amiga de la periodista Tania Quintero, madre de Iván García, le facilitó en Madrid a Montaner el número de teléfono de esta familia en La Habana.
“De primera mano conocí su lado humano. En marzo de 2002, en una de sus llamadas a la casa, mi abuela Carmen, de 86 años, respondió el teléfono y sin preguntar quién era, dijo que Tania había ido a casa de una vecina, a buscar un pomo de agua fría, pues desde hacía unos meses teníamos el refrigerador roto. Montaner averiguó cuánto estaba costando un refrigerador en las tiendas dolarizadas de La Habana. En mayo, dos meses después, le envió 500 dólares a mi madre para que compráramos un refrigerador nuevo”, recuerda.
En 2006 se acrecentaron mis crisis asmáticas. El alergista me dijo que existía un medicamento de última generación que se vendía en el extranjero. Era un tratamiento costoso que duraba dos o tres años para que fuera efectivo. Mi madre, que había obtenido la condición de refugiada política en Suiza, no podía adquirirlo. Carlos Alberto desde Miami habló con su hija, Gina Montaner, periodista que vivía y trabajaba en Madrid, para que lo consiguiera. En un mes lo recibí en Cuba. Gracias a ese tratamiento no he vuelto a tener crisis fuertes de asma. En 2006 se acrecentaron mis crisis asmáticas. El alergista me dijo que existía un medicamento de última generación que se vendía en el extranjero. Era un tratamiento costoso que duraba dos o tres años para que fuera efectivo. Mi madre, que había obtenido la condición de refugiada política en Suiza, no podía adquirirlo. Carlos Alberto desde Miami habló con su hija, Gina Montaner, periodista que vivía y trabajaba en Madrid, para que lo consiguiera. En un mes lo recibí en Cuba. Gracias a ese tratamiento no he vuelto a tener crisis fuertes de asma.
“En enero de 2009 comencé a escribir el blog Desde La Habana en la plataforma Voces Cubanas, fundada por Yoani Sánchez. Cuando Carlos Alberto se enteró, me hizo llegar una laptop DELL que todavía conservo (...) Era un tipo genial, con un gran sentido del humor y una memoria impresionante (…) Conciliador innato, siempre intentaba limar las asperezas, fueran dentro de la oposición interna como del exilio”, añade Iván a sus memorias. Y a estos recuerdos reseñados por él puedo añadir que, como toda mente brillante, Montaner, cuando se enfrascaba en charlas con otros sobre los más diversos temas, nunca hacía sentir al interlocutor en desventaja ante su vasta intelectualidad.
Hasta en la forma que eligió morir, con honor y sin estridencias, Carlos Alberto nos dejó una lección.
Dijo adiós a este mundo, tranquilo, rodeado de sus familiares queridos, cuando entendió que su vida ya había cumplido sus principales propósitos, aunque uno de sus grandes anhelos, la recuperación de Cuba, le haya quedado pendiente.
En virtud de la existencia de Carlos Alberto Montaner, quienes le conocimos podremos coincidir en que fue un ser humano extraordinario con todos los aciertos, virtudes y errores que nos hacen reales.
Un buen homenaje a su memoria sería desear que la luz de su pensamiento y su espíritu conciliador nos contagie. Que su alma alcance la Paz.