¿Se acuerdan de Julia Roberts en Erin Brockovich? Algo parecido intentó hacer el director David Russell con Jennifer Lawrence en Joy, que este año le valió a la actriz su tercer Globo de Oro y una nominación a los Oscar que habrá que ver en qué termina cuando llegue la ceremonia el 28 de febrero. Ya Lawrence tiene una estatuilla de la Academia por su trabajo en Silver Linings Playbook (2012).
Otra vez, se trata de una mujer lo suficientemente audaz y perseverante como para que su vida inspire una película. Joy Mangano fue la inventora del llamado “trapeador milagroso”, porque es posible exprimirlo sin mojarse las manos, sólo con un movimiento del mango. Siendo aún adolescente había diseñado un collar lumínico para que las mascotas no se perdieran en la oscuridad, pero nadie la asesoró en el tema de las patentes y al año siguiente una empresa, Hartz Mountain, lo sacó a la venta como marca registrada. Fue ahí cuando se dijo que nunca más dejaría de patentar sus propios inventos. Ahora, como presidenta de Ingenious Designs, LLC, tiene más de 100 bajo su nombre y los sigue vendiendo por televisión en los canales HSN y QVC.
Al llevar su historia al cine, Russell subraya cómo casi todo en la vida de esta mujer parecía estar conspirando para frustrar sus ambiciones. Hay unos pocos personajes que van contra la corriente, en especial el de la abuela Mimi. El director pone tanto énfasis en la representación de los tropiezos y las angustias de Joy (que, por cierto, significa alegría), que el relato sobrepasa con mucho el límite entre drama y comedia. En rigor, eso no está mal. De hecho, la vida tiende esas mismas trampas, que una vez llevadas al cine enriquecen el filme con la ambigüedad de lo cotidiano, según el punto de vista.
Lo que sí está mal es que la dosis rompa el equilibrio y llegue un momento en que el espectador empiece a cansarse de tanto regodeo en los problemas, como si el director creyera que necesitamos apiadarnos de su protagonista para poder admirarla. Porque no hay lástima que inspire sentimientos de admiración. Russell podría argumentar a su favor que no es una película biográfica. Dice que está pensada más como un homenaje a todas esas mujeres que salen adelante, no matter what (a pesar de todo) Eso tampoco cambia nada. Al margen de si su largometraje sintetiza la carrera de Joy Mangano o hace una versión libre y le incorpora episodios ajenos, lo que termina en pantalla debe resultar genuino. Sobra todo esfuerzo por “ayudar” a esa mujer a lucir bien y a resaltar su tenacidad. Basta encontrar la forma de contarlo todo sin aspavientos para que la grandeza salga sola.
Eso sí, Joy tiene un reparto de lujo. El padre lo encarna Robert de Niro, y en el papel de su novia está Isabella Rossellini. Bradley Cooper es el empresario de ventas Neil Walker. La madre que no se despega de las telenovelas es una inmejorable Virginia Madsen.
Lo curioso es que, aun consciente de cuantos reproches merece Joy, da gusto verla. Tiene mucho que ver seguramente con la curiosidad que despierta la gente capaz de emanciparse, de vencer cualquier obstáculo y salir adelante, porque al final todos queremos ser así de una forma u otra. Hoy por hoy, con un encarecimiento de la vida que no cree en tanto empleo a medias, el individuo común y corriente se pregunta cómo abrirse camino para llegar a tener “la suerte” de una Joy Mangano. Ahí está otro argumento a favor de conservar en toda la medida posible el valor de la historia original.