POR EDUARDO MORA BASART
POR EDUARDO MORA BASART
La economía cubana es como un agujero negro que no sólo absorbe las emisiones de luz, sino genera curvaturas constantes. Sobre ella se cierne un dilema de dimensiones shakespereanas: ¿saldrá el país de la actual crisis económica o su carácter es irreversible?
Si analizamos las variables que mayor riesgo aportan a la economía cubana este año, es evidente el impacto ascendente del deterioro de las relaciones comerciales con Venezuela, la baja inversión extranjera –sólo un 6.5% del monto total a finales del 2017–, el progresivo debilitamiento de los “esquemas económicos regionales favorables” a Cuba –ALBA-TCP y la CELAC–, la postergación de la unificación monetaria y el nuevo contexto en que ubicó Donald Trump las relaciones entre La Habana y Washington.
La tasa de inversión cubana continuará rondando el 10% del PIB, una de las más bajas de la América Latina y el Caribe y aun cuando –según cifras oficiales– el salario medio se elevó hasta 760 pesos (C.U.P.), el deterioro del salario real se acentúa, expresado en un descenso del bienestar social de la población.
Cuba terminó el 2016 sumida en una recesión económica, al contraerse el PIB hasta menos 0.9%. Al diseccionar el tema en la sesión del Parlamento de diciembre del pasado año, el ministro de Economía de la isla, Ricardo Cabrisas, lo hizo de modo reduccionista, pues adujo su génesis ligada a la falta de disponibilidad de divisas, a los incumplimientos en las exportaciones y a la disminución del acceso a combustibles. Sin embargo, como es recurrente en los análisis económicos de los políticos cubanos, se centró en aspectos coyunturales y eludió las deformaciones estructurales del modelo –solo abordadas en espacios académicos– y acentuadas por un sistema político anquilosado y retrógrado regido por el Partido Comunista.
No faltaron quienes percibieron al gobernante cubano Raúl Castro como el Den Xiaoping de la economía cubana o hasta vaticinaron su apego a la Nueva Política Económica leninista. Sus primeras medidas al asumir las riendas del Gobierno (2008), fueron políticas de choque para paliar una crisis visceral. Incluyeron la creación de la Contraloría General de la República, para intentar poner freno a una corrupción galopante, al percibir los propios “ciudadanos de a pie” el robo al Estado como un acto compensatorio. El escenario avizoraba, además, un futuro nefasto para la economía a mediano plazo, pues fue evidente que el chavismo se sumía en una crisis, como era palpable tras la derrota en el referéndum del 2007.
Las reformas conocidas como Proyecto de Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido (2011), devinieron una alharaca teórica anárquica, desprovista de una coherencia que articulara la construcción de un modelo de desarrollo. Súmese, que si en los días de abril del 2011 los partidarios teóricos de la vertiente estatista de la economía, los defensores del mercado socialista y los paladines de un sistema autogestionado protagonizaron encarnizadas polémicas, el tiempo demostró que la hipertrofiada élite estatal no estaba dispuesta a realizar grandes concesiones.
Una porción considerable de ella, sigue apegada a la idea del modelo soviético y se resiste a establecer dinámicas incluyentes de relación con la ciudadanía. Por ello, la tan llevada y traída reforma de la empresa estatal socialista adquiere visos utópicos, pues un sistema político verticalista, donde la economía no es un fin, sino un medio, reproducirá estructuras sociales a su imagen y semejanza, ajenas a la construcción de espacios de democracia económica.
Aun cuando se aduce un nuevo marco legal para las empresas no estatales –cooperativas, empresas privadas, etc.–, ellas solo son un paliativo a la ineptitud estatal. Aunque debieran ser vistas como un mecanismo de presión, catalizadores para mejorar la eficiencia estatal o por sus potencialidades para el desarrollo de la coinversión con el Estado, acaparan la atención por los temores a la acumulación de la propiedad o de dinero.
Sobre el particular, una catedrática china comentó en una ocasión en la Shanghai Jiao Tong University que “la diferencia es que mientras nosotros luchamos por eliminar la pobreza, el Gobierno cubano se ha enfocado en la idea de que no haya ricos”.
La indisciplina fiscal prosiguió como un problema neurálgico, al finalizar el pasado 30 de abril el pago tributario anual. Una situación acentuada por la salida del país de una parte sustancial de los ingresos del sector privado –cuentapropistas– estimados en 2.000 millones de dólares, al generarse con capital perteneciente a cubanos residentes en Estados Unidos. Las propias remesas provenientes de este país, superiores a los 3.000 millones de dólares –según estimados– decrecerán en los próximos años, debido a la eliminación de la política de “pies secos, pies mojados” por Barack Obama, el 12 de enero del 2017.
A excepción de los servicios médicos, los productos biotecnológicos y farmacéuticos, la industria del turismo, las comunicaciones, unido a algunos productos tradicionales como la minería, el azúcar, el ron, el tabaco, no se vislumbra un incremento de la exportaciones de bienes y servicios y en el Programa de Desarrollo Económico y Social del país hasta el 2030, no evidencia respuestas capaces de subvertir los niveles retóricos.
Algunos centran sus esperanzas en la tan añorada y dilatada unificación de la moneda, en el descubrimiento de petróleo en las aguas del Golfo de México, en la inversión extranjera, en el turismo, los vínculos con el Club de París y hasta en la futura adscripción al Fondo Monetario Internacional. Soluciones ingentes, para un país donde se refuerza la desmotivación laboral, la falta de liquidez, el envejecimiento poblacional, la descapitalización, la precariedad jurídica y la creación de estancos económicos, con visos feudales.
Las coyunturas económicas son variables difíciles de atrapar probabilísticamente. Sin embargo, las problemáticas cubanas se centran en un modelo en crisis que alcanzó dimensiones críticas y que quieren ser resueltas desde una estructura política obsoleta que frena las dinámicas de cambio. La experiencia del socialismo en los países de Europa del Este fracasó, como expresión de la asfixia a que sometió a la economía como instrumento político –cosificación ideológica– y por su incapacidad para ser inclusivos con quienes disienten, reafirmación de que es impensable una dictadura de lo múltiple.
El desplome de Venezuela como principal socio comercial cubano o el diferendo con el Gobierno de Estados Unidos, solo acentuará una situación cuyo epicentro no se cierne en problemas coyunturales y que seguirá reforzándose, como resultado de la disfuncionalidad de una estructura económica que, como los agujeros negros, absolverá cualquier emisión de luz.
FUENTE: Especial