Por : Luis Martínez
Por : Luis Martínez
En días pasados, la red social de opinión e información más importante del mundo, Twitter, censuró totalmente al entonces presidente de Estados Unidos, Donald Trump, impidiendo hacer uso de su cuenta, y, negando a sus millones de usuarios y seguidores, recibir sus informaciones y opiniones.
Los detractores aplaudieron la medida, con un ataque de fanatismo incompresible. No entienden que aplaudían el uso discrecional de una guillotina, que tarde o temprano, la misma, podría ser usada en su contra. Se puede discrepar, se puede disentir, se puede estar en contra de cualquier personaje, cualquier idea, cualquiera opinión, pero jamás se debe alabar, ni convalidar, y, menos, justificar el que a una persona se le cercene por completo su libertad de expresar sus ideas. Esto equivale a lo que en muchas doctrinas se le conoce como “delito de pensamiento”.
Es increíble que en este siglo de modernidad la gente aún desconozca el sentido y la esencia de la libertad de expresión. Profeso una libertad de expresión absoluta, sin ningún tipo de límites, ni consideraciones previas. Eso sí, quien haga uso de ese derecho para agredir la integridad de otro, menoscabar su condición humana, alentar o incitar al odio, hacer apología del delito o del crimen, proponer o promover la segregación, el racismo, o, la xenofobia, deberá por tanto, ante la ley, responder por sus palabras o expresiones.
Hay un evento clave aquí: la persona tiene que expresar tal idea, ser plasmada la misma para poder ser juzgado. ¿Cómo se puede acusar a alguien de hacer apología del delito en sus palabras o incitar al odio, si se le ha prohibido expresarse? ¿Cómo se puede condenar a un individuo por lo que pudiera haber dicho, si tiene prohibido que diga cualquier cosa? Esta configuración en la vulneración de la libertad de expresión nos lleva, entonces, a suponer que las personas pueden ser condenadas por lo que podrían decir, y, no por lo que dicen. Eso equivale a decir que son culpables por pensar algo que piensan, y, la condena es no decirlo, aunque conlleve el silencio total de cualquier otra idea. ¿Es posible esto en nuestros tiempos?
En Venezuela tenemos mucho de esto, la “Ley Resorte” nació para cercenar arbitrariamente toda idea contraria al chavismo. Desde la consigna “aquí no se habla mal de Chávez”, se instaura una dictadura de silencio, en donde a través del espectro radioeléctrico controlado por el estado, se impide que cualquier ciudadano exprese lo malo que pudo haber sido el gobierno de Chavez, o exprese lo terrible que ha resultado el ejercicio de Maduro.
Otra variante es la “Ley contra el Odio”, que es casi un chiste al respecto porque se aplica con tal discrecionalidad que podría abarcar desde lo civil a lo militar; de lo administrativo, a lo legal; de lo discursivo, a lo moral. Por eso, una comunidad que proteste por la falta de gas, que proteste por la falta de agua, que proteste por la falta de electricidad o de servicios basicos, a los ojos del Estado inquisidor, no es una comunidad que protesta, sino una comunidad que altera el orden público y, promueve el terrorismo urbano.
Por eso resulta una total ironía ver cómo algunos dirigentes del madurismo aplaudieron a los jefes de Twitter, cuando cerraron la cuenta de Trump en la red social. Olvidan al PCV, que mientras era aliado, aplaudía todos los desmanes maduristas, y ahora en contra, lloran como niños cuando los pasan por la guillotina del silencio que bastante apoyaron.
Los Derechos Humanos son universales y debemos defenderlos cueste lo que cueste. Porque aplaudir hoy, el que se condene al silencio a un oponente es no entender, ni pensar, ni considerar, que mañana se puede estar en el mismo sitio. Bien lo dicen las Sagradas Escrituras “Con la vara que midas, serás medido”.
Luis Alberto Martínez, comunicador, columnista del diario Yaracuy al Día
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