Argentina, Ecuador, México y El Salvador conforman este nuevo periplo del Secretario de Estado de EEUU, Mike Pompeo, quien tiene cita con varios presidentes e importantes figuras de la política en el subcontinente entre los días 19 y 21 de julio.
Para Ecuador es la primera visita de un Secretario de Estado desde el 2010 y para Pompeo su primera en lo personal. En el caso de El Salvador es un país que no ha visto la llegada de un representante del gobierno estadounidense de ese nivel, desde hace una década.
De acuerdo con las declaraciones de un alto funcionario del Departamento de Estado, previo a la gira, el arribo de Pompeo a Buenos Aires es “una posibilidad de reiterar el compromiso de EEUU para trabajar con Argentina”.
Este espaldarazo al presidente Macri se produce dentro del contexto del 25 aniversario del atentado contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), considerado uno de los ataques terroristas de mayor magnitud en ese país, ocurrido el 18 de julio de 1994, con una saldo de 85 muertos y unos 300 heridos. También en medio de una situación electoral que eventualmente podría traer de regreso a la Casa Rosada en calidad de vicepresidenta a Cristina Fernández de Kirchner, ferviente simpatizante de la llamada corriente del socialismo del siglo XXI o castrochavismo.
En México la agenda se centra en torno a la cuestión migratoria, un tema en el que Pompeo y su homólogo azteca, Marcelo Ebrard, conocen del reclamo por una mayor atención a las causas fundamentales de origen. También se incluyen asuntos económicos y comerciales dentro del propio Tratado entre México, Estados Unidos o Canadá (USMCA, por sus siglas en inglés).
Durante su último peregrinaje por América Latina, entre el 12 y 14 de abril de este año, Pompeo estuvo en Chile, Paraguay, Perú y Colombia, país este último donde finalizó el recorrido con una breve estancia en la ciudad de Cúcuta, fronteriza con Venezuela. Las cuatro naciones elegidas en ese viaje integran el Grupo de Lima, una entidad formada por una docena de países latinoamericanos que se negaron a reconocer el nuevo mandato de Nicolás Maduro el pasado 10 enero.
La prioridad en aquella ocasión era Venezuela, y donde Estados Unidos enfocó esfuerzos en la búsqueda de una presión diplomática y económica que lograra abrir paso a una transición diplomática inclusiva, según se informó en su momento. Esta vez, la agenda se nota mucho más diversa, aunque Venezuela se mantiene en el entorno de las conversaciones durante cada escala del viaje.
“Vamos a seguir con la misma política, aumentando la presión sobre Nicolás Maduro, aquellos que lo apoyan a él y los que están a su alrededor, hasta que se reconozca la voluntad del pueblo venezolano”, aseguró un diplomático del Departamento de Estado antes de la partida de Pompeo.
A pesar de que una parte de la opinión pública considera que, en materia de política exterior, América Latina no representa una prioridad para el gobierno de Donald Trump, e incluso algunos creen que no existe ni siquiera una política de gobierno para los habitantes al sur de las fronteras naturales de EEUU, lo cierto es que los dos últimos viajes de Pompeo a la región se han llevado a cabo con apenas tres meses de diferencia.
Tampoco es que esto resalte como evidencia de un probable cambio de actitud, ni mucho menos se trate de una nueva estrategia, pero, atendiendo al propósito manifiesto de Estados Unidos por “fortalecer las alianzas en el hemisferio occidental sobre desafíos regionales y globales” la circunstancia es mucho más favorable para que se logren mejores coincidencias entre todas las partes.
La amenaza el terrorismo internacional, principal tópico de la Segunda Conferencia Ministerial Hemisférica de Lucha contra el Terrorismo en Argentina, país víctima de este flagelo; la compleja cuestión comercial con México o un asunto tan delicado como el migratorio, que tanto afecta a El Salvador, pudieran ser en este viaje también reclamo y, a la vez, vaticinio de una anhelada necesidad de entendimiento entre la potencia del norte y los gobiernos del sur, toda vez que las críticas, no ya solo hacia Trump, sino hacia cualquier administración estadounidense, se han sostenido siempre sobre el manoseado mantra de la izquierda radical que identifica a Latinoamérica con el traspatio de Estados Unidos.
Pero Latinoamérica no es un traspatio, sino un continente repleto de futuro y oportunidades, que urge, no solo la ayuda de EEUU, sino también de una propia autoayuda. El fortalecimiento de las instituciones democráticas, una adecuada implementación de políticas económicas o la disminución de la corrupción administrativa, no es una responsabilidad del presidente de los Estados Unidos, sino de todos y cada uno de los gobiernos y estados de la región. Quizás vendría al caso recordar aquella regla de oro de “hazte respetar si quieres que te traten con respeto”. Hoy más que nunca América Latina necesita respetarse y ser respetada.