Rodríguez, quien participó en la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba, en 1961, y en la ejecución del revolucionario “Che” Guevara, creyó en ese momento que la información sobre Rocha era un intento de desacreditar a un compañero de cruzada anticomunista. No obstante, dijo que transmitió el mensaje del desertor a la CIA, la cual se mostró igualmente escéptica.
“Nadie le creyó”, dijo Rodríguez. “Todos pensamos que era una difamación”.
Esa pista de hace tanto tiempo volvió con devastadora claridad en diciembre, cuando Rocha, quien ahora tiene 73 años, fue arrestado en su casa de Miami. Fue acusado de servir como agente secreto de Cuba desde la década de 1970, en lo que los fiscales llamaron una de las traiciones más desvergonzadas y de larga duración en la historia del Departamento de Estado de Estados Unidos.
Qué entregó a Cuba
Rocha fue grabado en secreto por un agente encubierto del FBI cuando elogió a Fidel Castro como “El Comandante” y alardeó sobre su trabajo para el gobierno comunista de Cuba, al que calificó de “más que un grand slam” contra el “enemigo” Estados Unidos. Y para ocultar sus verdaderas lealtades, dicen fiscales y amigos, Rocha adoptó en los últimos años la personalidad falsa de un ávido partidario de Donald Trump, quien hablaba con dureza contra la nación insular.
“Realmente admiraba a este hijo de p…”, dijo Rodríguez enojado. “Quiero verlo a los ojos y preguntarle por qué lo hizo. Tuvo acceso a todo”.
Mientras Rocha se declaraba inocente de 15 cargos federales desde la cárcel esta semana, los investigadores del FBI y del Departamento de Estado han trabajado para descifrar la pieza faltante más grande del caso: exactamente qué pudo haber entregado a Cuba el veterano diplomático. Es una evaluación de daños confidencial que se cree que tomará años, complicada por el con frecuencia turbio mundo de la inteligencia.
La AP habló con dos docenas de exfuncionarios sénior de contrainteligencia de Estados Unidos, desertores cubanos de inteligencia y amigos y colegas de Rocha para reconstruir lo que se sabe hasta ahora sobre su traición, y las pistas no captadas y las señales de alerta que podrían haberlo ayudado a evitar el escrutinio durante décadas.
No fue sólo el informante de Rodríguez, a quien se negó a identificar, pero dijo que fue entrevistado recientemente por el FBI. Los exfuncionarios dijeron a la AP que, a principios de 1987, la CIA sabía que Fidel Castro tenía un súper infiltrado —un “súper topo”— escondido en lo más profundo del gobierno de Estados Unidos. Algunos ahora sospechan que pudo haber sido Rocha, y que al menos desde 2010 podría haber estado en una lista corta entregada al FBI de presuntos espías cubanos que ocupaban altos cargos en los círculos de política exterior.
El abogado de Rocha no respondió a repetidos mensajes en busca de comentarios. Tampoco el FBI y la CIA.
“Este es un error monumental”, dijo Peter Romero, exsubsecretario de Estado para Latinoamérica, quien trabajó con Rocha. “Todos nosotros estamos haciendo un enorme examen de conciencia y a nadie se le ocurre nada. Hizo un trabajo increíble para cubrir sus huellas”.
Principios humildes
Antes de que lo acusaran de ser agente cubano, la vida de Rocha encarnaba el llamado “sueño americano”.
Nació en Colombia y a los 10 años se mudó con su madre viuda y sus dos hermanos a la ciudad de Nueva York. Vivieron un tiempo en Harlem mientras su madre trabajaba en una fábrica clandestina y se las arreglaba con ayuda de cupones de alimentos.
Jugador de fútbol talentoso con un intelecto agudo, obtuvo una beca para minorías en 1965 para asistir a la escuela Taft, un internado de élite en Connecticut. De la noche a la mañana fue catapultado de una vida en lo que llamó un “gueto” sumido en disturbios raciales al mundo refinado de la riqueza estadounidense.
“Taft fue lo mejor que me pasó en la vida”, dijo a la revista de exalumnos de la escuela en 2004.
Pero como uno de los pocos estudiantes de minorías en la escuela, Rocha dice que sufrió discriminación —incluido un compañero de clase que se negó a compartir habitación con él— algo que alimentó un rencor que sus amigos sospechan que pudo haberlo llevado a admirar la revolución de Castro.
“Me sentí devastado y pensé en suicidarme”, dijo a la revista de exalumnos.
De Taft fue a Yale, donde se graduó con honores en estudios latinoamericanos, y luego realizó trabajos de posgrado en Harvard y en Georgetown.
El reclutamiento
No está claro exactamente cómo Cuba pudo reclutar a Rocha, pero los fiscales dicen que ocurrió en algún momento de la década de 1970, cuando todavía acumulaba títulos y los campus universitarios estadounidenses estaban llenos de estudiantes que simpatizaban con las causas izquierdistas.
En 1973, el año en que se graduó de Yale, Rocha viajó a Chile, donde se convirtió en un “gran amigo” de la agencia de inteligencia de Cuba, la Dirección General de Inteligencia (DGI), según grabaciones de la operación encubierta del FBI. Ese mismo año, la CIA ayudó a derrocar al gobierno socialista de Salvador Allende, respaldado por Castro.
Casi al mismo tiempo, Rocha contrajo el primero de sus tres matrimonios con una mujer colombiana mayor que él de la que apenas hablaba con sus amigos, y quien ahora está bajo escrutinio por posibles vínculos con Cuba, según quienes han sido interrogados por el FBI.
Todo fue parte de un plan
Tras unirse al servicio exterior en 1981, uno de los primeros destinos de Rocha en el extranjero fue como oficial de asuntos político-militares en Honduras, donde asesoró a los Contras en su lucha contra los sandinistas, la dictadura de izquierda en Nicaragua respaldada por Cuba.
En 1994 llegó a la Casa Blanca para trabajar como director de Asuntos Interamericanos en el Consejo de Seguridad Nacional con responsabilidad sobre Cuba. Ese mismo año, escribió el memorando “Una respuesta calibrada a las reformas cubanas”, en el que instó al gobierno de Bill Clinton a comenzar a desmantelar las restricciones comerciales de Estados Unidos, según Peter Kornbluh, quien entrevistó a Rocha para un libro publicado en 2014.
El secretario de Estado planeaba anunciar la reforma política después de las elecciones intermedias en Estados Unidos, según Kornbluh. Pero ese discurso nunca fue pronunciado. Los republicanos de línea dura que tomaron el control del Congreso promulgaron una legislación en 1996 que endureció el embargo y bloqueó cualquier intento de mejorar las relaciones con La Habana.
Desde Washington, Rocha fue enviado a La Habana, donde dos años fue el principal representante de la Sección de Intereses de Estados Unidos. Era una época peligrosa —tras la secuela del derribo aéreo en 1996 de un avión civil de la organización benéfica estadounidense Brothers to the Rescue (Hermanos al Rescate) sobre territorio de Cuba, que mató a cuatro opositores de la dictadura de los hermanos Castro—, y la DGI habría tenido acceso casi sin restricciones al diplomático.
El mayor favor conocido de Rocha a Cuba, intencional o no, se produjo durante su último y más importante cargo diplomático, como embajador de Estados Unidos en Bolivia, cuando intervino en las elecciones presidenciales del país para ayudar a un protegido de Castro.
En un evento en la embajada en 2002, Rocha insertó en sus comentarios cuidadosamente estudiados una advertencia a los bolivianos de que votar por un narcotraficante —una referencia no tan velada a Evo Morales, cultivador de coca convertido en candidato presidencial— llevaría a Estados Unidos a cortar toda la ayuda extranjera.
“Lo recuerdo vívidamente. Me sentí muy incómoda”, dijo Liliana Ayalde, colega del servicio exterior quien más tarde se desempeñó como embajadora de Estados Unidos en Paraguay y en Brasil. “Le dije que no era apropiado que el embajador hiciera esas declaraciones cuando las elecciones estaban a la vuelta de la esquina”.
La reacción fue inmediata. Morales, hasta entonces una posibilidad remota, subió en las encuestas y casi gana la presidencia de Bolivia. Tres años más tarde, cuando prevaleció, le dio crédito a Rocha como su “mejor jefe de campaña”.
Hoy, Ayalde se pregunta si la última acción de Rocha como funcionario del servicio exterior fue un acto de autosabotaje realizado bajo la dirección de una potencia extranjera para dañar aún más la posición de Estados Unidos en Latinoamérica, tradicionalmente conocida como “el patio trasero de Washington”.
“Ahora que lo veo en retrospectiva”, dijo, “todo fue parte de un plan”.
¿Súper topo?
Ya en 1987, cuando Rocha llevaba algunos años en su carrera ascendente, Estados Unidos se enteró de que un “súper topo” cubano se había infiltrado en la clase dirigente de Washington, según Brian Latell, exanalista de la CIA.
La información fue proporcionada por Florentino Aspillaga, quien desertó mientras dirigía la oficina de la DGI en Bratislava, ahora capital de Eslovaquia.
Antes de que Aspillaga muriera en 2018, le dijo a la CIA que cuatro docenas de cubanos que reclutó eran en realidad agentes dobles —o “carnadas”, en el lenguaje de los espías— cuidadosamente seleccionados por la DGI para penetrar el gobierno de Estados Unidos. Latell agregó que Aspillaga también habló de dos espías altamente productivos dentro del Departamento de Estado.
Aunque Aspillaga no sabía sus nombres, la revelación conmocionó a la CIA.
“Una de las principales revelaciones de Aspillaga fue que el propio Fidel Castro actuaba en gran medida como jefe de espías de Cuba”, dijo Latell.
Enrique García, quien desertó a Estados Unidos en la década de 1990, también se enteró de la red clandestina de espionaje mientras dirigía a agentes cubanos en Latinoamérica. Dijo que los documentos que vio, que llevaban marcas de “Top Secret” y del Departamento de Estado, eran tan valiosos que fueron enviados directamente a la residencia de Castro sin pasar por el ministro del Interior, quien supervisaba la DGI.
“No tengo duda que era parte de esa red”, reportó García, quien informó al FBI sobre la red de espías hace años.
Jim Popkin, autor de “Code Name Blue Wren” (Nombre clave Chochín Azul), un libro sobre Ana Montes, la funcionaria estadounidense de más alto nivel jamás condenada por espiar para Cuba, dijo que sus fuentes de inteligencia le mencionaron recientemente que el nombre de Rocha estaba en una lista corta de al menos cuatro posibles espías cubanos que estaba en manos del FBI desde al menos 2010.
“El FBI conoce a Rocha desde más de una década”, agregó Popkin. “Eso fue probablemente lo que despertó el interés que llevó a su arresto años después”.
Peter Lapp, quien supervisó los esfuerzos de contrainteligencia del FBI contra Cuba entre 1998 y 2005, dijo que ignoraba si Rocha había estado en el radar del buró. Pero reconoció que, en la jerarquía de la seguridad nacional, Cuba no suele estar en la mente como Rusia, China y amenazas más peligrosas.
En el momento de 2006 en que Rodríguez recibió la información sobre que Rocha espiaba para Cuba, por ejemplo, los investigadores de contrainteligencia estadounidenses estaban ocupados con la guerra de Estados Unidos en Irak, el ataque aéreo que mató a Abu Musab al-Zarqawi, líder de Al Qaeda, y los controvertidos programas de detención e interrogatorios en el extranjero.
“No te ascienden a los altos rangos de la división de contrainteligencia del FBI centrándote en Cuba”, dijo Lapp. “Pero es un país que ignoramos bajo nuestro propio riesgo. Los cubanos no sólo son realmente buenos en inteligencia humana, sino que también son expertos en intermediar información para algunos de nuestros mayores adversarios”.
“Tengo Acceso”
Tras su retiro del servicio exterior en 2002, Rocha se embarcó en una lucrativa carrera en los negocios, y acumuló varios puestos de alto nivel y trabajos de consultoría en firmas de capital privado, una agencia de relaciones públicas, un fabricante chino de automóviles e incluso una empresa de la industria del cannabis.
“Tengo acceso a casi todos los países de la región o sé cómo conseguirlo”, alardeó al periódico Miami Herald en 2006.
De 2012 a 2018, se desempeñó como presidente de la filial de Barrick Gold en República Dominicana, donde supervisó la producción de la sexta mina de oro más grande del mundo. Entre las cosas que Rodríguez tiene de su vieja amistad con Rocha hay una foto del exdiplomático, con casco de obras, que carga un trozo de oro recién extraído.
John Feeley, quien trabajó con Rocha cuando se unió al Departamento de Estado y más tarde se convirtió en embajador en Panamá, recuerda que su antiguo mentor lo instó a rechazar el trabajo pro bono durante su jubilación y, en cambio, buscar que le pagaran.
“Estaba abierta y claramente motivado por ganar dinero en su carrera posterior al servicio exterior”, dijo Feeley, “lo cual no era típico entre exdiplomáticos”.
Un negocio que ha recibido un nuevo escrutinio tras el arresto de Rocha fue una empresa que fundó con un grupo de inversionistas extranjeros para comprar con un gran descuento miles de millones de dólares en reclamos contra el gobierno de Cuba por tierras de cultivo, fábricas y otras propiedades confiscadas durante la revolución comunista.
Rocha y su socio dijeron que no había manera de que el gobierno cubano pagara nunca y que era poco probable que el gobierno de Estados Unidos ayudara, recordó Carolyn Chester Lamb, titular de la reclamación, cuyo padre fue experiodista y luego cercano al depuesto dictador cubano Fulgencio Batista.
Chester Lamb recordó cómo los dos llegaron en una limusina para reunirse con ella en Omaha, Nebraska, y le hicieron una presentación refinada en la que se apoyaron entre ellos “como equipo”.
Mientras su socio presentaba los hechos de su oferta para reclamar una granja y otras propiedades confiscadas, “Rocha nos tocaba la fibra sensible”, relatando una supuesta reunión que tuvieron con los padres de Chester Lamb años antes en Washington.
Chester Lamb, quien al final decidió no vender, dijo que la reunión la dejó con dudas sobre Rocha, en parte porque estaba casi segura de que la mala salud de su padre habría impedido que sus padres realizaran ese viaje a Washington. También le pareció extraño que Rocha y su socio hablaran como si “conocieran con seguridad” las intenciones de los funcionarios cubanos.
La idea, según Tim Ashby, el exsocio comercial de Rocha, era “matar al comunismo con capitalismo” al intercambiar los reclamos por concesiones de tierras, arrendamientos y empresas conjuntas en Cuba en un momento en el que la isla comunista estaba desesperada por inversión extranjera.
“Para Cuba, había mucho más en juego”, dijo Ashby, abogado y exfuncionario sénior del Departamento de Comercio de Estados Unidos. “Esto era crucial para normalizar las relaciones con Estados Unidos”.
El grupo de inversión eventualmente gastaría alrededor de 5 millones de dólares para comprar nueve reclamaciones valoradas en más de 55 millones de dólares, dijo Ashby. Pero el negocio colapsó después de que los titulares de las reclamaciones se quejaran ante el gobierno de George W. Bush de que pensaban que estaban siendo engañados. Y en 2009, el Departamento del Tesoro tomó medidas para prohibir la transferencia de cualquier reclamación certificada contra Cuba.
Eso no impidió que Rocha siguiera ganando dinero. Los registros muestran que solo desde 2016, Rocha y su actual esposa gastaron más de 5,2 millones de dólares para comprar media docena de apartamentos en edificios altos en el distrito financiero de Miami. Este mes, cuatro de esas propiedades fueron transferidas enteramente a nombre de su esposa, una medida que, según exagentes la ley, podría potencialmente protegerlas de la incautación del gobierno.
En retrospectiva, Ashby refirió que quedó cautivado por la imagen que su exsocio quería que el mundo viera.
“Era ferozmente anticomunista y un firme partidario de Trump desde el principio”, dijo. “Rocha es la última persona de quien hubiera sospechado que fuera un espía cubano”.
FUENTE: Con información de AP