sábado 12  de  octubre 2024
CUBA

El ocaso de los guerreros

 Es increíble, pero todos piden cambios, incluso los que están en el gobierno

Diario las Américas | JOSÉ LUIS RUMBAUT LÓPEZ
Por JOSÉ LUIS RUMBAUT LÓPEZ

Quizás la palabra más usada en estos días entre cubanos sea cambio. Es un concepto, más que una palabra, pero es una idea que resume el interés, los deseos y lo que sucede en las mentes y el entorno de quienes estamos alrededor de Cuba y sus dolores.

Es quizás en algo donde todos convergemos. Es increíble, pero todos piden cambios, incluso los que están en el gobierno. Lo que cambia es el tipo de cambios y hasta dónde está dispuesto a llegar cada quien. Porque los mismos que piden cambios, se

montan en la cabalgadura con las armas listas y vuelven a ser los viejos guerreros de siempre, y la frase ni heridos ni prisioneros parece ser lo que prima.

Esta es una vieja batalla luchada por viejos guerreros y nuevas adquisiciones para su lucha, ya sea por una convergencia ideológica o por maniqueísmos sociales que solo se entienden cuando se corta el cuerpo putrefacto de la intolerancia. Pero para eso hay

que matarla. Y la intolerancia, en todas sus facetas, está muy viva cuando de Cuba se trata.

Sus representantes no tienen colores ni ideas políticas claras, pero a pesar de todo se identifican de izquierda o derecha, rojos o azules, comunistas o capitalistas. Es una guerra fratricida y tan antigua como ninguna que haya tenido la historia de Cuba; sin

embargo, a pesar de que un grupo está en el poder y el otro se identifica desde la emigración, a estas alturas es claro para mí que no hay vencedores ni vencidos.

No lo puede haber cuando los guerreros llevan sangre común, y cuando los conceptos solo encierran el vicio de las partes, la división de quienes se ponen de un lado o del otro de la muerte. Los guerreros, cuando no aceptan que la derrota es común,

continúan luchando hasta que las generaciones posteriores no recuerdan por qué se enfrentaron ni qué apellidos tienen. Cuando un día nos sorprendamos hablando en otro idioma y diciendo, aún, que somos cubanos.

Cuando el concepto Patria deje de ser una consigna y se convierta, más allá de la situación geográfica donde lo impliquemos, en el verdadero sentir de una nación, de un grupo étnico, de mucha gente que comparte sangre española, europea, africana, china,

árabe, judía, maya, caribe y de cuantas regiones pasaron por esta isla que fue y volverá a ser algún día, no lejano, punto de reunión y no manzana de la discordia.

Sin ese legado que nos dejó José Martí, explicado como premonición hasta minutos antes de morir, sin esa idea de nación no podemos pedir Patria ni cambios para una patria que existe de manera diferente en la mente y el discurso de cada quien. “La patria

es ara, no pedestal”, nos dijo muy temprano y blandió la espada más difícil de la guerra, la que organiza el país y no precisamente como se organiza un ejército, que también lo dejó claro.

Los cambios ya llegaron, entraron primero en la mente de los cubanos y luego en sus discursos. Es un adelanto. Falta que esos cambios empiecen por bajar a todos los guerreros de sus cabalgaduras y que depongan las armas cambiándolas por el discurso

que compone una nación, por las variopintas lenguas que se unen para dar la misma variedad de colores de piel, de rostros, de cabellos, de ideas; que conforman, le guste a quien le guste, la nación cubana.

No es hora de guerreros, aunque la pelea que falta requiere de más valor y más audacia que la llevada a cabo en más de dos siglos de nacionalidad. Es la hora de los cambios, empecemos por cambiar el discurso y trocar las armas.

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