sábado 7  de  septiembre 2024
AQUÍ TRAIGO LA CLAVE

El secreto era el guajeo de Lilí

Un día pasó lo que tenía que pasar. Arsenio supo de las filigranas de Lilí en las teclas, a través de gente que le llevó la novedad de que un muchacho de Guantánamo era capaz de tocar maravillas, así que el cieguito maravilloso terminó enviándole un telegrama, en el cual le solicitaba unirse a su conjunto, pues Rubén González, su pianista de años, se le abrieron otros caminos y optó por irse de gira como solista. Rubén, otro de los grandes, había dejado la vara bien alta, tanto así que quien tomara su testigo tenía el encargo de hacer cosas fuera de lo común

Por IVÁN GONZÁLEZ

@ivangonrom

El son cubano le debe mucho, casi todo, a la manera de tocar el piano de alguien a quien poco se menciona, y es a Luis Martínez Griñán. Poco importa que la gente desconozca su obra y su historia, porque en el terreno de la música popular hay mucho de ingratitud al momento de desgranar e identificar quiénes han sido los que le ha puesto sonidos a las noches.

Y es curioso que Lilí, como se le conoció, haya caído en ese olvido. Su guajeo en el piano era fácil de identificar a pesar del grado de dificultad que le imprimió a sus toques, primero en medio de los temas de Arsenio, y luego a través de la presentación de Miguelito Cuní, cuando todos ellos fueron a parar al conjunto de Felix Chapotín, y el cantante le pedía “¡Juega Lilí!”  Eran los dedos de Martínez Griñán, el muchacho que,  como muchos en Cuba, logró vencer la oposición de su padre y se dedicó a estudiar el piano, a pesar de que para aquellos años ese instrumento “era cosa de gente rara”.

Un día pasó lo que tenía que pasar. Arsenio supo de las filigranas de Lilí en las teclas, a través de gente que le llevó la novedad de que un muchacho de Guantánamo era capaz de tocar maravillas, así que el cieguito maravilloso terminó enviándole un telegrama, en el cual le solicitaba unirse a su conjunto, pues Rubén González, su pianista de años, se le abrieron otros caminos y optó por irse de gira como solista. Rubén, otro de los grandes, había dejado la vara bien alta, tanto así que quien tomara su testigo tenía el encargo de hacer cosas fuera de lo común.

Y así sucedió. Era el año 1945 y Lilí Martínez produjo el cambio más importante en la historia de la música bailable del Caribe, porque la impronta fue monumental, tanto que en los años 60, cuando el sello disquero Fania acuñó el nombre de “salsa” para agrupar todos los géneros de la música cubana, la esencia de la dulce sonoridad de Martínez Griñán estaba en el primer plano de los oídos de los bailadores. En esos años sólo se sabía que había algo diferente en el sonido de la orquesta, aunque sin entender cuál era el truquito.

A través de los arreglos que hizo Lilí con el conjunto de Arsenio se produjo un cambio en la música cubana. Para esos años, la mayoría de las grandes orquestas bailables tenían en el predominio de las cuerdas la base de su sonoridad. Arsenio Rodríguez, de espíritu innovador, se atrevió a hacer muchas cosas, entre las cuales figuraba darle mayor peso al piano, el instrumento de mayor posibilidad sonora, y desde allí se produjo el encuentro de talentos.

Hoy se sabe que la armonía de Lilí Martínez se fundamentaba en el romanticismo de Frederic Chopin. La cadencia al tocar su piano se fundamentó en el tratamiento que el compositor polaco le dio a sus preludios y sus valses. Con los años y con el fenómeno salsero salido de Nueva York, pianistas como Larry Harlow, Charlie Palmieri, Eddie Palmieri o Papo Lucca, como cultures de la salsa, o Chucho Valdés, Michel Camilo y Gonzalito Rubalcaba, desde el mundo del jazz latino, tienen que pasar sus ojos y sus manos por la obra de esa figura.

Lo único ingrato que tiene la música popular es que hay poco reconocimiento para sus pioneros. Por eso, cuando Lilí murió en septiembre de 1990 en el barrio habanero de Lawton, cerca del estadio Conte, el mundo salsero desconocía que quien había fallecido en realidad era un inmortal del piano, el hombre que tenía el secreto de la estructura musical de eso que hoy todos llaman “salsa” y que sin notarse, se deja colar en cada interpretación de las agrupaciones de ese género que aún sobreviven en Nueva York y el Caribe.

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