domingo 15  de  junio 2025
CUBA

Factor tiempo

Hace unos años, creo recordar que en 2002, un puertorriqueño me explicó la política entre Cuba y Estados Unidos: “Son como un matrimonio mal llevado pero sin división de bienes. Les toca esperar a ver quién muere primero y el otro se queda con todo”

Diario las Américas | JOSÉ LUIS RUMBAUT LÓPEZ
Por JOSÉ LUIS RUMBAUT LÓPEZ

Procuro estar al tanto de todo lo que afecta nuestras vidas. Tal vez por eso mi inquietud por la noticia un día me dejó ver en el centro de ella, aunque prefiero el papel de cronista que el de zoon politikon (animal político según los griegos). En medio de la carrera diaria por saber que pasa, algo siempre está mediando, complicando a veces, facilitando otras: el factor tiempo.

Casi tarde para ver la clausura del VII Congreso del Partido llegué a la “capital de todos los cubanos”.  Rápido salí del aeropuerto, (no sé si movido por los aires políticos del momento pero los funcionarios ésta vez fueron muy ágiles), y en camino a casa le pregunte al chofer: “¿A qué hora es la clausura?”. El hombre me espetó: “Clausura, ¿de qué?”.  “Del congreso, claro”, le dije, y el tipo metió cabeza donde tenía el cuello para dejarme saber que no sabía.

Llegado a casa pregunté al vecino. Este hombre, que peleó en la clandestinidad y es un partidario del sistema seguro tendría que saber. “No sé, creo que es hoy”, me dijo, y yo pensé que algo malo estaba pasando, algo raro: dos personas instruidas, participantes del momento, ni idea tenían del evento que podría marcar la historia presente y futura de la nación. Así me sucedió durante días, preguntaba y pocos podían ofrecer detalles. Un vendedor de galletas artesanales del Vedado me dio la clave: “Es el tiempo, unos no tenemos tiempo porque tenemos que pulirla, otros no tienen tiempo, porque se les acaba”.

Hace unos años, creo recordar que en 2002, durante un vuelo entre Nueva York y Fort Lauderdale, un puertorriqueño me explicó la política entre Cuba y Estados Unidos: “Son como un matrimonio mal llevado pero sin división de bienes. Les toca esperar a ver quién muere primero y el otro se queda con todo”. No tengo dudas de que lo que ha ocurrido hasta Barack Obama ha sido el juego a la “opción natural”, como acostumbran a decir en algunos círculos, a esperar que los actuales dirigentes se queden sin tiempo para seguir sus batallas actuales. Hay enemigos a los que no les importa quien se titule ganador de una guerra, sino quién la sobreviva.

En ese viaje a Miami de 2002 me reuní con mis amigos, antiguos compañeros de la Universidad de La Habana. Lo hago cada vez que visito Miami. Todos son excelentes amigos y grandes profesionales con quienes vale la pena el debate si lo que se quiere es aprender y ganar en elementos. Esa noche, en la sala de la casa de mi tío, que gustoso me acogió, convencido de que en algún momento me quedaba, un querido profesor consideró cercano el fin del castrismo. ¿Qué le hacía ver ese panorama? Un grupo de jóvenes, formados por la revolución, que tenían tantas formas como personas había allí,de ver el final, o tal vez el principio de lo que debería ser la Republica de Todos y para el Bien de Todos.

Ninguno adivinó la verdadera historia, y el tiempo se alargó de una manera casta e impura. Seguimos muchos años después debatiendo los mismos problemas, con las mismas personas, y aquellos jóvenes reunidos en la sala de la casa de mi tío en un barrio de Miami ya no somos tan jóvenes, y los problemas tampoco son tan sencillos, casi todos se han agravado. La generación de mi padre ya no tiene tiempo para aportar nada al futuro y la nuestra va camino de fracasar sobre todo si el factor tiempo sigue siendo adverso a los que quieren una salida negociada, tranquila y apacible, hacia una prosperidad que ya deberíamos acariciar.

Sino ¿para qué la queremos?  Si cuando nos llegue, el tiempo será testigo de que se nos fue la parada y no solo estaremos en condiciones físicas poco presentables sino que nuestros conocimientos, nuestra cultura ganada en la mejor parte de la buena escuela que tuvimos, de lo que aprendimos incluso cuando empezamos a darle al pie por el mundo, ancho y ajeno como nos advirtió el poeta, habrá pasado por sus mejores tiempos.

El tiempo. El implacable. Ese tiempo que consideramos alguna vez un aliado y que pasando la vida a través de la ventana nos vemos como en una película, meros espectadores de un tiempo donde mucho hemos hablado pero poco hemos podido influir para dejar huellas perdurables. Y con el tiempo nos separamos de nuestros hijos y de sus hijos que hoy, como diría ese amigo entrañable, son más hijos de su tiempo que de sus padres.

El tiempo se acaba, para todos, y eso sin dudas me pone un poco triste.

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