Honduras ha reformado su Constitución convirtiéndose en el duodécimo país de Latinoamérica en unirse a la moda reelecionista. Esto significa que más de la mitad de los países latinos ya permite que un presidente se mantenga en el Gobierno el número de mandatos que se le antoje. Sólo tiene que impedir que otro candidato de su propio partido ose ensombrecerle y que el líder de la oposición sea lo suficientemente malo como para que le voten, o lo parezca. Y esto, con el control de los medios de comunicación, es algo relativamente sencillo de hacer. Si no que se lo digan a Nixon el día que se enfrentó a Kennedy…
Juan Orlando Hernández y sus seguidores han reformado los artículos de la Carta Magna que impedía su reelección y que provocaron en 2009 el golpe de Estado contra Manuel Zelaya. Les apoyan Nicaragua, Costa Rica, Cuba, Venezuela, Colombia, Ecuador, Bolivia, Chile, Uruguay, Brasil y Argentina. Todos ellos forman el club que defiende el derecho del pueblo a decidir si quiere que un presidente envejezca en el trono con ellos; siempre y cuando la lista de candidatos la definan ellos, claro está. Y todavía hacen más para facilitar el voto de sus compadres: reducen el número de opciones por si los ciudadanos, pobrecitos, se atorasen entre tanto nombre y se despistaran al poner la cruz en la papeleta.
“La reelección es la regla general en los pueblos del mundo. La prohibición es la excepción", asegura Hernández. Y es cierto. La reelección es una regla que se da en todos los países que han acabado convirtiéndose en dictadura. Ahí está el ejemplo de Corea del Norte con su “democracia socialista”, de partido único y candidato inmortal. La excepción que el nuevo Zelaya indica son todos los países occidentales en los que son varios los partidos los que, al fin y al cabo, se reparten la corrupción.