MIAMI.- En una mañana de domingo típicamente soleada en Miami-Dade, el sonido de las campanas de una iglesia católica o el llamado a la oración desde una sinagoga solía evocar una sensación de paz, un respiro del ritmo frenético del condado.
Una confluencia de tragedias nacionales y delitos de odio locales transforma los lugares de culto en focos de ansiedad; autoridades refuerzan las medidas de seguridad
MIAMI.- En una mañana de domingo típicamente soleada en Miami-Dade, el sonido de las campanas de una iglesia católica o el llamado a la oración desde una sinagoga solía evocar una sensación de paz, un respiro del ritmo frenético del condado.
Sin embargo, para muchos feligreses, esos sonidos hoy están teñidos de una nueva y palpable sensación de inquietud. Los templos religiosos, tradicionalmente considerados santuarios de paz, se han convertido en focos de ansiedad, lugares donde la reflexión espiritual ahora podría estar compitiendo con una percepción de riesgo.
Esta aprehensión no es infundada; es vista como la respuesta lógica a un entorno de amenazas cada vez más complejo en el país, que obliga a una reevaluación fundamental de la seguridad en los espacios sagrados del sur de la Florida.
La causa es una convergencia de impactantes eventos nacionales que resuenan localmente y un fuerte y documentado aumento de los crímenes de odio, que golpean de manera desproporcionada a instituciones católicas, pero también a las comunidades judía y musulmana.
Esta nueva realidad ha conducido a las congregaciones y a las fuerzas del orden a adoptar una postura defensiva sin precedentes, en un esfuerzo por proteger tanto a los fieles como la esencia misma de los centros religiosos.
El miedo que se percibe en Miami-Dade no surgió en el vacío. Se alimenta de tragedias que, aunque geográficamente distantes, demuestran que las amenazas modernas no tienen límites territoriales.
La masacre en la iglesia católica de la Anunciación en Minneapolis en agosto, donde un tirador asesinó a dos niños e hirió a 17 personas más durante una misa escolar, envió una onda de choque a todas las congregaciones de EEUU. La profanación de un espacio sagrado durante un acto de culto reforzó la idea de que ningún lugar es verdaderamente seguro.
Menos de dos semanas después, el asesinato del activista político Charlie Kirk en Utah, una figura que en sus últimos años se había convertido en un ícono del nacionalismo cristiano, enrareció aún más el ambiente.
El suceso acrecentó la percepción de una nación donde las diferencias ideológicas se resuelven cada vez más con violencia. Para muchos feligreses, el impacto fue directo y personal.
Natasha Cheij, madre de dos niñas que asisten a una parroquia en el sector de Coconut Grove, en Miami, lo resumió con claridad en una entrevista con DIARIO LAS AMÉRICAS.
“La muerte de Charlie Kirk fue un punto de inflexión donde muchas personas empezaron a cuestionar qué tan seguros estamos en nuestras parroquias, en los colegios católicos. Hemos entendido ya que estamos ante una batalla espiritual”, afirmó la residente de origen colombiano.
Mientras las tragedias nacionales avivan un miedo generalizado, una oleada de amenazas específicas se evidencia en el sur del estado. El Informe sobre Crímenes de Odio de Florida reveló un aumento del 94% en los delitos contra floridanos judíos.
Asimismo, un estudio publicado la semana pasada por la Liga Antidifamación (ADL) y las Federaciones Judías de Norteamérica pinta un panorama desolador. Más de la mitad de los judíos estadounidenses (55%) sufrieron antisemitismo en el último año, y un alarmante 14% ha elaborado un plan por si tuviese que huir del país.
Jonathan A. Greenblatt, director ejecutivo de la ADL, calificó los hallazgos como una señal de máxima emergencia. “Cuando los judíos estadounidenses, que han construido aquí sus vidas, sus carreras y sus familias durante generaciones, hacen planes de contingencia para huir, debemos reconocerlo como una alarma para todo nuestro país”, señaló.
No obstante, esta marea de intolerancia no se limita a una sola fe. La comunidad musulmana también experimenta un aumento significativo de la hostilidad. El Consejo de Relaciones Americano-Islámicas (CAIR) informó de un aumento del 22% en las quejas por islamofobia en Florida en 2024.
La dinámica revela una peligrosa fusión donde las líneas entre el odio político, étnico y religioso se difuminan, creando un entorno de amenazas más impredecible y generalizado para todas las comunidades.
Ante este panorama, las fuerzas del orden aseguran que han implementado una estrategia coordinada. El jefe del Departamento de Policía de Miami, Manuel Morales, confirmó a DLA que los centros religiosos reciben una atención especial.
“Las iglesias, como también las escuelas, están en el grupo especial del que nosotros siempre estamos pendientes sobre qué tipo de actividad está pasando, qué clase de amenazas les han hecho, para asegurar a nuestra comunidad que tenemos su mejor interés en nuestro corazón”, declaró.
A pesar de la creciente preocupación ciudadana, el jefe Morales aseguró que no han detectado una amenaza inminente seria que requiera alterar drásticamente su estrategia operativa. Su enfoque se centra en la cooperación y la prevención. “En estos momentos, lo que tenemos es un modelo de muy buena cooperación con las iglesias”, afirmó.
El mensaje de las autoridades a la comunidad es claro: vigilancia, no pánico. En ese sentido, el jefe Morales reconoció lo preocupante del contexto nacional, pero instó a los ciudadanos a ser socios activos en su propia seguridad.
“Le pediría a todo el mundo que ejercieran vigilancia. Creo que eso es lo más importante. No que tengan un sentido de pánico, pero la vigilancia es bien importante”, subrayó.
Entretanto, el jefe policial hizo un llamado a los feligreses para que confíen en su conocimiento del entorno. “Yo no les puedo decir qué es extraño en su iglesia. Si ven algo extraño, marquen el 911, no esperen hasta que algo ocurra”, resaltó.
Una situación de alta tensión, que provocó la evacuación de la iglesia y una fuerte respuesta policial, estalló recientemente en la pequeña parroquia de Coconut Grove a la que asiste Natasha Gheij con sus dos hijas.
Según su relato, tres individuos ajenos a la comunidad ingresaron con un comportamiento errático durante una misa vespertina. “Empezaron a tomar fotos a la parroquia, videos, se levantaban, se cambiaban de puesto”, describió. Su nerviosismo y actitud sospechosa, sumado a que dejaron su vehículo encendido y mal estacionado afuera, inquietaron a los asistentes, en su mayoría padres de familia.
En medio de la creciente tensión, se desató el caos. “Alguien gritó que tenían un arma y alguien también gritó que salieran corriendo. Hubo un momento de mucho caos y la gente empezó a salir de la iglesia, y llamaron a la policía”, contó Cheij.
La policía de Miami respondió de inmediato. Aunque una investigación posterior sugirió que el incidente surgió “por jóvenes que querían hacer algo para sus redes sociales” y “por el mismo temor que existe”, según el jefe Morales, el suceso tuvo consecuencias.
La parroquia ahora cuenta con un oficial de policía en la entrada durante cada misa. Además, la administración de la escuela emitió un comunicado, canceló una misa infantil por seguridad y ajustó los horarios.
Más importante aún, “nos invitaron a que, como comunidad, empecemos a reconocernos y a alertar sobre posibles personas sospechosas”, explicó Cheij, cuyo esposo, junto a otros padres, ha convocado reuniones para crear grupos de protección y vigilancia dentro de las misas.
Pero mientras algunas congregaciones se organizan para vigilar, otras han dado un paso más allá, formalizando equipos de seguridad internos, a menudo armados.
‘Marcos’, un voluntario que prefirió no usar su nombre real, relató a este rotativo que forma parte de uno de estos equipos en una iglesia católica del condado Broward que tampoco identificó. Él y otros cinco hombres, “todos con entrenamiento y certificación en seguridad”, operan como ujieres, pero su misión principal es la protección.
La existencia de este grupo se basa en una “dura realidad” que, según el cubano, la propia policía les ha comunicado. “La seguridad inicial es responsabilidad nuestra”, afirmó.
La razón es el crítico “intervalo de respuesta”, de acuerdo con ‘Marco’, quien evocó el tiroteo del aeropuerto de Fort Lauderdale ocurrido el 6 de enero de 2017, en el que un veterano de guerra mató a cinco personas e hirió a otras seis por disparos.
“El primer oficial llegó en 87 segundos. Y ya él había matado a dos personas y había vaciado dos peines de su pistola”, rememoró.
Este equipo de voluntarios representaría un cambio fundamental en la mentalidad de seguridad. “El arzobispo nuestro ha dado la orden a todas las iglesias para que refuercen su seguridad”, sostuvo.
De tal manera, no dependen de la suerte ni esperan a que llegue la ayuda oficial. ‘Marco’ apuntó que están preparados para ser la primera y última línea de defensa. Actúan de manera discreta, sin armas visibles, para no alarmar a los feligreses.
Su advertencia, sin embargo, es firme y directa: “Quien quiera hacer algo violento en nuestra iglesia, no va a salir bien. Se lo puedo garantizar”.