sábado 3  de  junio 2023
TESTIMONIO

Joven de Miami que se creyó infalible aprende lección de vida

Después de creer que el virus es cuestión "de mayores" y vivir en carne propia la cercanía de la muerte y el dolor perenne de una pérdida, realiza cruzada para alertar sobre los peligros del coronavirus

Por JESÚS HERNÁNDEZ

MIAMI.- El pasado mes de agosto, cuando la segunda ola de coronavirus golpeaba a Miami, Rafael, con sus 32 años, se creyó infalible y terminó en un hospital donde estuvo a punto de perder la vida. Hoy, prácticamente recuperado, se propone alertar a quienes se creen invencibles.

“Yo, saludable, un tipo joven, que hace ejercicios y come bien, no tenía por qué preocuparme”, comentó este adulto, que no creía ni en mascarillas, ni en distancia física.

Para Rafael el virus era cuestión “de mayores”, como inicialmente se enfatizó. Aunque muchas veces los científicos dijeron que el COVID-19 no tenía en cuenta la edad.

“Mi padre, con 60 años, tampoco creía en eso. Pensaba que los contagios y las muertes eran mentira. Que lo decían para tener a la gente controlada. Discutía con el policía del supermercado porque no quería entrar con mascarilla”, recordó.

Y cuando se la ponía, porque tenía que comprar comida, “salía hablando mal del gobierno”, recordó. “Que metan un bombazo a los chinos o nos dejen tranquilos”, gritó el padre más de una ocasión.

Entretanto, los reportes diarios anunciaban entre 20 y 40 muertes diarias en el condado Miami-Dade, mientras la economía se volvía a desplomar. Los hospitales suspendían los ingresos de segunda importancia para reservar las camas para los enfermos de COVID-19. Las salas de cuidado intensivo funcionaban al 120% y hubo que proveer tiendas de campaña para atender la demanda.

Las funerarias no daban abasto y las familias no podían despedirse de sus seres queridos, y en muchos casos ni les permitían enterrar a sus muertos.

Impaciencia

Rafael, joven al fin, se negaba a esperar por tiempos mejores para “vivir la vida”. No esperaba al sábado y el jueves ya estaba dispuesto para ir a bailar.

“No hablábamos del virus. No nos importaba. Íbamos a la discoteca a pasarla bien”, evocó. Música, alcohol y sudor que compartían e incitaba a más.

Pero Miami había cerrado bares, discotecas y restaurantes, seguido por el Gobierno condal y el estatal, y Rafael, sus amigos y amigas se quedaron sin tener un lugar adonde ir a bailar.

“Nos fuimos a Broward un par de veces y después a Palm Beach. Pero allí cerraron también, y encontramos un lugar en Miami que dejaban entrar para bailar”, relató.

Al lugar, un famoso restaurante con pista de baile, que el joven prefirió obviar el nombre, Rafael entraba pasada la medianoche. “Iba por la puerta de atrás. Tocaba el timbre de la manera que me decían y me dejaban entrar”, aseguró.

Cada noche le daban una nueva contraseña que debía usar el día siguiente. Si se equivocaba, no abrían la puerta.

“Recuerdo que había un restaurante que solo debía vender comida para llevar y en la puerta se paraba gente a beber. Un día alguien llamó a la Policía pero nada pasó”, aseveró.

Y cuando la ‘discoteca’ clandestina cerró, “porque alguien lo denunció”, Rafael, sus amigos y amigas optaron por reunirse en casa de alguno de ellos “para beber y bailar”, botella en mano, de boca en boca.

“Creo que fueron las noches más felices de mi vida. Hacer lo prohibido provoca hacer más y más”, afirmó.

El padre

La última vez que bailó no la puede olvidar. “Esa noche amanecimos en el patio de la casa. Freímos huevos y tomamos jugo de naranja. Y me fui a dormir”, rememoró.

Al caer la tarde, la madre lo llamó desesperada. El padre se había caído, desmayado, porque apenas podía respirar.

Dos horas después, el hombre yacía en una cama y entubado en la habitación de un hospital.

“Está grave”, dijeron a la familia. “Haremos todo lo que esté a nuestro alcance para salvarlo”, aseguraron.

Pasaron dos días y el padre no se recuperaba. “El viejo siempre fue fuerte. Ni catarro le daba. Tenía que salir de esa”, pensó Rafael, mientras veía a las enfermeras y médicos correr de un lado al otro por los pasillos del hospital.

“Acaban de ingresar a dos más. Están buscando camas porque no hay”, escuchó decir a una ayudante de enfermería.

En aquellos días el uso del remdesivir no estaba aprobado aún y el tratamiento disponible se limitaba prácticamente a suministrar anticuerpos. La ciencia continuaba investigando, buscando qué hacer con el virus. Entretanto, la vacuna seguía sin ser concebida y la esperanza luchaba por sobrevivir.

“Al menos respiradores artificiales hay”, sopesó Rafael.

La deuda

Una semana después, Rafael cayó enfermo. Apenas podía respirar, y fue a parar a otro hospital.

“Mi madre casi se vuelve loca. Mi padre en el Jackson (Hospital) y yo en el Coral Gables (Hospital). Me entubaron, caí en coma y no recuerdo más”, trató de hacer memoria.

Después de tres semanas en la sala de cuidados intensivos, exactamente 22 días, Rafael volvió a abrir los ojos.

“Pregunté por mi padre, por mi madre, pero no me decían. No permitían visitas. Pero recuerdo muy bien que las enfermeras me daban mucho ánimo. Me decían que saldría de esa”, recordó.

Parcialmente recuperado e instalado en una habitación regular, bajo estrictas medidas de seguridad e higiene, Rafael supo que su padre había fallecido.

“Aún me duele no haber podido verle. Pienso que fuimos estúpidos. Y por eso tengo una deuda a pagar”, reflexionó.

La madre, que también resultó positiva, tuvo la suerte de no enfermar.

Hoy Rafael se ha propuesto alertar a jóvenes y mayores que no hacen caso al peligro del virus. Cree que las autoridades “podrían hacer mucho más” si se lo proponen.

“Con solo usar mascarillas y pedir usarlas harían mucho”, destacó. “Hay que hablar de proteger la salud”, subrayó.

Por ello, el joven reparte hojas volantes en parqueos, supermercados y centros comerciales, cuya impresión paga de su bolsillo, y protagoniza una cruzada entre sus amigos y quien se encuentre en el camino para alertarlos del virus.

“Me han llamado imbécil, pero yo sigo”, señaló visiblemente afligido. “Si logro convencer al menos uno, he conseguido honrar a mi padre y he logrado mi fin”, concluyó.

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