El pintor, crítico de arte y escritor cubano Aldo Menéndez, murió el jueves 17 de diciembre en Miami, según informó su familia. Menéndez es un referente indispensable a la hora de repasar la plástica cubana que recorre, principalmente, las décadas de los setenta a los noventa.
De Cienfuegos a La Habana
Desde pequeño, tuvo acceso al contexto cultural de los años cincuenta, desde su casa natal en Cienfuegos, sede de la revista Signo, hasta las relaciones de su padre con intelectuales del momento, como Lezama Lima, Ernest Hemingway, Samuel Feijóo y otros.
Con apenas 14 años, se fue a las lomas del Escambray (conjunto montañoso en la región central de Cuba) para luchar por una revolución en la que creyó, hasta que con el paso del tiempo y con no pocos choques con la dinámica totalitaria del régimen, se fue creando una especie de coraza dentro de la creación artística.
En los años sesenta cursó estudios de Artes Plásticas en la Escuela Nacional de Arte y participó en varias exposiciones en galerías habaneras. Fue director artístico de la revista Revolución y Cultura, integró el equipo de la primera Bienal Internacional Wifredo Lam, de La Habana y formó parte del Fondo de Bienes Culturales, por citar algunos de los espacios culturales en los que estuvo involucrado.
De su trabajo con Carpentier en la revista Revolución y Cultura, recuerda el sarcasmo del escritor y su amplia cultura.
“Cuando llegué a trabajar con el maestro la primera vez, le llevé un artículo y él comenzó a revisarlo, y me dijo: ‘ven mañana’. Al día siguiente me dio el trabajo y vi que había solo un subrayado en rojo en la página. ‘Eso es lo único que sirve, y es una buena idea para que hagas el artículo’, me dijo”, recordó Menéndez, entre risas.
“Sin embargo, Lezama era distinto; si no sabías, algo él te contaba la historia completa y te explicaba las cosas. Pero a Carpentier no le gustaba. Él sabía que te había puesto en aprietos y te dejaba solo para que lo resolvieras”, agregó.
Entre 1983 y 1989 estuvo a cargo del Taller Experimental de Serigrafía, que en apenas pocos años marcó pauta dentro de la creación serigráfica en América Latina. Lo creó gracias al apoyo monetario de Alejo Carpentier, quien donó parte de su premio Cervantes para realizar el proyecto. Después el taller llevaría el nombre de René Portocarrero.
“Portocarrero me dijo una vez en medio de una borrachera: ‘si yo me muero, ponle al taller el nombre mío’. Y así fue”, comentó Menéndez.
El taller de Porto
Como cuenta Menéndez en otro de sus libros, Todo lo que quería saber de serigrafía artística cubana… y nunca le contaron, el primer taller de serigrafía en Cuba se llamaba La Covacha Roja, donde Julio Antonio Mella comenzó a hacer serigrafías de corte propagandista para sus actividades políticas. Posteriormente, la serigrafía continuó utilizándose para la divulgación de campañas políticas y anuncios de negocios, hasta que en los años cincuenta Eladio Rivadulla Martínez comenzó a realizar carteles de películas mexicanas, siguiendo el estilo de las publicidades estadounidenses.
En los años sesenta, con los catálogos de los pintores concretos, a cargo de Salvador Corratgé, hubo un énfasis en llevar la estética de la pintura a la impresión serigráfica, más allá de la propaganda per se. Sin embargo, no es hasta 1983 que se comenzó a trabajar en la serigrafía con un marcado interés artístico, que daría notoriedad a la antigua técnica del estarcido.
Fue justamente ese año cuando Portocarrero señaló el talento de un joven Aldo Menéndez interesado por sacar el mayor provecho de la serigrafía con fines artísticos. Portocarrero comentó en un catálogo: “Lo principal es su cubanismo artístico”, punto que lograba hacer vibrar “la fría aproximación fotográfica”.
Generaciones
Fue parte esencial de los ochenta, una de las décadas más notables de las artes plásticas en la era poscastrista. Si bien era parte de los que soñaron con una revolución y vieron caer una a una las esperanzas, se relacionó con los más jóvenes, a quienes entrenaba en su taller de serigrafía.
Su hijo, el también artista Aldo “Maldito” Menéndez, representaba a esta nueva generación y por ende tenía una mirada mucho más desafiante hacia el régimen. “Maldito” estaba al frente del Grupo Arte Calle, uno de los movimientos artísticos más contestatarios de la época, que provocó no pocos encuentros con la policía y horas de prisión después de sus performances en las calles de La Habana. Actualmente vive en España y hasta la fecha el régimen cubano no le permite la entrada al país.
Estas fueron etapas fundamentales para el arte cubano y su posterior escisión tras el impacto del llamado “periodo especial” y el éxodo de muchos artistas de la isla. Sin embargo, como afirma Menéndez, aunque muchos artistas se alejaron de Cuba, continuaron trabajando en sus obras, de manera que a la hora de hacer un recuento del arte cubano se debe contar también con los exponentes en el exterior.
Las obras de Menéndez se encuentran en colecciones privadas en todo el mundo, y también en colecciones públicas del Museum of Latin American Art (MOLAA) de California, en el Museo de Arte Contemporáneo de Salamanca, España, en el Ernest Museum, de Budapest, entre otros centros culturales. Algunas de sus obras también están en el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana. Sin embargo, el artista no volvió a pisar la isla desde su partida a inicios de los años noventa.