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ORLANDO.- Un colombiano que vive en la turística ciudad de Orlando, en el centro de la Florida, mantuvo en secreto por casi 28 años la existencia de una carta que fue rescatada entre los cuerpos de 110 personas y toneladas de escombros de un avión de la aerolínea Avianca, que hizo estallar en el aire el capo Pablo Escobar, entonces jefe del temido Cartel de Medellín, en 1989. No era una carta cualquiera. Su contenido marcaría el destino de una pareja que luchó por mantener vivo un amor, afrontando una serie de tropiezos.
La misiva iba dirigida a Raúl Montoya, en Colombia. La remitente era su novia, que vivía en el estado de la Florida, en el suroeste del condado Miami-Dade. Desde la niñez, entre los dos había brotado un sentimiento de raíces sólidas, “que ni la distancia ni una poderosa bomba podían destruir”.
Raúl, profesor de matemáticas y comerciante en sus tiempos libres, nunca reveló que tuviera la misiva en su poder por solidaridad con los familiares de las víctimas del atentado al avión de matrícula HK-1803, “pues no quería revolver el tema”, pero también por miedo. “Eran tiempos muy difíciles en Colombia” –dice– y develar la historia de la correspondencia a través de los medios de comunicación le hubiera significado un “peligroso protagonismo”. Así lo cree después de tantos años tratando de preservar el que considera su “más preciado tesoro”.
Poderoso amor
El amor entre Raúl y Beatriz (nombre cambiado para preservar su identidad) nació desde temprana edad en Cali, capital del Valle del Cauca, una de las ciudades que más golpeó la violencia generada por el narcoterrorismo durante un par de décadas, y en donde los hermanos Rodríguez Orejuela y otros connotados narcos, enemigos acérrimos de Pablo Escobar, manejaban otro poderoso negocio de la mafia: el Cartel de Cali.
Siendo unos niños de cinco o seis años frecuentaban la casa de unos familiares en común, una pareja conformada por una tía de él y un tío de ella, en donde ambos iban a pasar los fines de semana o vacaciones escolares. Raúl recuerda que era una “casa pequeña, pero con mucho amor”. No existían los celulares ni tampoco los juegos electrónicos, y eso les permitía a los pequeños compartir a toda hora sus pasatiempos preferidos.
Pasaría el tiempo, pero el “gusanillo del amor” había hecho su tarea. A los 14 años de edad, el adolescente “ya con unos bigotes incipientes”, juró “amor para siempre” a Beatriz. En la familia nadie se opuso porque tal vez lo veían como “algo de niños”. En aquellos días, la joven y sus padres visitaban la finca donde había crecido Raúl, en Palmira. “Todavía no olvido ese primer beso”, relata el colombiano mostrando un rostro encendido.
Sorteando mil dificultades –la distancia quizás la más agobiante–, los jovencitos mantuvieron una relación sentimental hasta que Raúl cumplió los 22 años. Por ese tiempo, estudiaba matemáticas en la Universidad Santiago de Cali, y luego sería designado maestro en una zona de alto índice de inseguridad en el municipio de Florida, también en el Valle del Cauca, donde, según Raúl, “te mataban por el simple hecho de mirar feo a alguien”.
La noticia que estaba a punto de recibir le “partiría el corazón”. Beatriz, la niña de “vestiditos de colorines” que se pasaba el día entero brincando en casa de los tíos, luego convertida en “una joven tan bella que parecía una reina de belleza” se marchaba de Colombia. Él lloró en silencio; lo hizo como un hombre. Su padre, un reconocido pediatra de la región, le había enseñado a ser “un macho” ante cualquier circunstancia.
Larga distancia
Si en un principio la relación había sido complicada en razón de la lejanía, a pesar de que entre Palmira y Cali solo hay un trayecto por carretera de 18 millas (30 kilómetros), el espectro que se abría para la pareja vaticinaba un inevitable rompimiento. “En esa época no existía WhatsApp, ni el correo electrónico. Las únicas formas para comunicarnos eran el teléfono o el correo postal”, señala.
Beatriz partió de Cali, junto a sus padres y hermanas, con destino a Chicago, Estados Unidos, en el año 1973. No era un viaje de placer o una visita de un par de semanas. La novia por la que Raúl estaba dispuesto a cumplir el reto más difícil de la vida no volvería más. Sin embargo, el juramento de amarse para siempre seguía en pie.
En adelante, hablaban casi a diario, se enviaban cartas y juntos planificaban un futuro mejor. Beatriz le decía que, “sin saber cómo”, él tendría que venirse para los Estados Unidos. El asunto se volvió recurrente en la correspondencia y las llamadas telefónicas entre ambos. Los días, meses y años seguían corriendo. La distancia nuevamente era el enemigo a vencer.
Carta y hecho
Raúl no logra cuantificar las cartas que volaron de un país a otro. Solo estima que fueron “muchísimas”. De repente hubo un largo silencio. Aquella comunicación fluida entre los dos fue languideciendo hasta que llegó a un punto muerto. La lejanía se anotaba un punto a su favor, y la relación entre Raúl y Beatriz entraría en un receso. Otras personas habían entrado a formar parte de sus vidas.
Esa circunstancia se dio en el periodo comprendido entre 1974 y 1989. Pero las extrañas coincidencias del destino hicieron que los dos recuperaran su estado de soltería. De tal suerte, las cartas volvieron a aparecer de un lado y de otro; también las llamadas telefónicas. La pareja volvía a renovar sus votos de amor.
Una de las tantas misivas fue enviada por Beatriz el 21 de noviembre de 1989, cuando ya vivía en su nuevo domicilio del sector de Kendall, en el suroeste de Miami-Dade. “Ella me dijo por teléfono que me había escrito y que esperara la carta pronto, que había pagado por un servicio expreso”, indicó Raúl.
La carta alcanzó a llegar a Bogotá y el Sistema de Correos Nacionales de Colombia la pondría en el HK1803, despachado a la ciudad de Cali, en las primeras horas del 27 de noviembre. La aeronave debía cubrir la corta ruta (de unos 25 minutos) con 3 tripulantes y 104 pasajeros a bordo. Tres campesinos que realizaban sus faenas diarias se sumarían más tarde a la lista de víctimas mortales, por aquello de “las fatalidades del destino”.
El vuelo debería ser abordado por el entonces candidato a la presidencia de Colombia, César Gaviria Trujillo. Por ese motivo, de acuerdo con las investigaciones, Escobar hizo estallar el avión en el aire cuando apenas completaba unos 10 minutos de viaje, sin saber que el futuro mandatario había sido advertido del atentado en su contra y, a última hora, cambió de planes.
Desenlace
La explosión del avión fue ocasionada por un muchacho de escasos 18 años; lo hizo engañado. Su misión, supuestamente, era grabar durante el vuelo a dos enemigos de Pablo Escobar, desconociendo que al activar una cámara de video estaría haciendo detonar una poderosa bomba compuesta de explosivo plástico C4, que llevaba en su maletín de mano.
El Boeing 727-21 cayó convertido en pedazos sobre un cerro en jurisdicción del municipio de Soacha, en el departamento de Cundinamarca, antes de las ocho de la mañana. Entre los objetos recuperados por las autoridades se encontraba la carta que Beatriz había dejado seis días antes en una oficina del Correo Postal de los Estados Unidos, que todavía funciona en la calle Kendall Drive, en Miami-Dade.
“Era una simple hoja de tres párrafos muy cortos escritos a mano, en donde ella me decía que estaba dispuesta a casarse conmigo”. De la carta solo conserva el sobre que permite ver todos los sellos o cuños oficiales tanto de Estados Unidos como de Colombia, y uno de ellos, en color rojo, que dice textualmente: “Envío Rescatado del Accidente Avión HK-1803”. Aún no había elementos de juicio para involucrar a Escobar en el hecho.
Habían pasado más de dos meses. Las autoridades colombianas ya tenían suficientes indicios para vincular al jefe del Cartel de Medellín con el atentado. Un día cualquiera, mientras Raúl se encontraba trabajando, llegó a su casa, en Palmira, la tan esperada carta en la que Beatriz le proponía un matrimonio que finalmente se consumó en Colombia, en el año 2005.
Dos años más tarde, el 21 de julio de 2007, Raúl y su hijo Daniel Felipe pudieron llegar a los Estados Unidos. “Al principio todo marchaba muy bien, pero después no sabemos qué pasó entre nosotros. Solo duramos juntos dos años. Este país es muy duro”, admite Raúl.
Pero el colombiano sigue conservando la carta en una cajilla de seguridad de un banco, junto a otras piezas de su colección personal de objetos antiguos de un gran valor sentimental y comercial. Hace varios años no sabe de la vida de Beatriz, pero es consciente de que entre los dos existe un juramento de amor. Por tanto, no descarta que “como este mundo es tan loco y extraño”, algún día vuelvan a encontrarse por los caminos de la vida.